Terrorismo impune
Incluso para mujeres como yo que, sin haber militado en el feminismo activo, hemos procurado defender por igual los derechos de todas las minor¨ªas y denunciado los ultrajes a los humanos, sean hombres o mujeres, se nos hace dif¨ªcil salir en defensa de la mujer sin provocar iron¨ªas.No quiz¨¢ en casos de tan evidente brutalidad como el del hombre que at¨® a su ex mujer a una silla, la roci¨® con gasolina y la prendi¨® fuego. El asesinato no ha provocado oleadas de protestas, es cierto, pero tampoco nadie se ha referido a ¨¦l con el arma machista por excelencia: la burla, la mofa, el sarcasmo, el desprecio. Que yo sepa.
Pero cuando se trata de defender, por ejemplo, igual sueldo por igual trabajo en hombres y mujeres, o se pide mayor n¨²mero de mujeres en los c¨ªrculos donde se adoptan las decisiones, siempre hay un gracioso que, haci¨¦ndose eco del sentir general, nos mira con iron¨ªa jocosa y canturrea "ya sali¨® la feminista", "esta, historia me suena", "no sab¨¦is hablar de otra cosa". A veces, incluso nos mira como si le hiciera gracia y se sintiera orgulloso de que mujeres como nosotras tuvieran ese coraje y esa sed de justicia, exagerada por supuesto, absurda tambi¨¦n, siempre fuera de lugar, pero que al fin y al cabo viene a demostrar que el nervio que se nos supone no lo empleamos en disputas de vecinas, sino en una reivindicaci¨®n por necia que sea: esto cuando el hombre de que se trata es civilizado, culto, nos ama y hasta se considera un poco de izquierdas.
En un espl¨¦ndido libro que acaba de publicar Taurus, Los verdugos voluntarios de Hitler, Daniel Jonah Goldhagen viene a demostrar que al Tercer Reich s¨®lo le fue posible perpetrar en masa los cr¨ªmenes contra los jud¨ªos porque hab¨ªa en la sociedad alemana un profundo sentimiento antisemita tan extendido que en muchas ocasiones ni siquiera hubo que obligar a los soldados y oficiales a cumplir ¨®rdenes asesinas porque la mayor¨ªa actuaron por iniciativa propia, con placer e incluso con orgullo.
Salvando todas las distancias con respecto al n¨²mero de v¨ªctimas, el libro me ha hecho pensar que cuando en una sociedad hay, velado o no, un sentimiento tan enraizado como el antifeminismo lo est¨¢ en Espa?a, no es extra?o que se den todos los a?os tantas v¨ªctimas mortales, que irritan mucho menos a la sociedad que las v¨ªctimas del terrorismo. Y es que hay una degradaci¨®n importante en la imagen del colectivo femenino que hace menos culpables, menos horribles, estos cr¨ªmenes casi cotidianos contra la mujer. Los chistes, las bromas, el desprecio no remiten, y apenas crece la estima que como colectivo habr¨ªa podido conquistarse con la entrada de la mujer en el mundo profesional y pol¨ªtico, donde con escasas excepciones, la mujer ha demostrado con creces su preparaci¨®n, su entrega, su honestidad y su eficiencia.
Son incontables los casos en que estas mujeres tienen una remuneraci¨®n inferior a la de sus colegas masculinos, que, tambi¨¦n con excepciones, est¨¢n m¨¢s interesados en defender su status y su imagen que en la eficacia de su trabajo y en el placer que saben obtener de ¨¦l.
Hoy, en el ¨¢mbito profesional, una mujer gasta buena parte de su energ¨ªa en defenderse y no dejarse apabullar por el hombre que tiene al lado, que sabe m¨¢s de influencias y de intrigas que ella -por a?os de experiencia quiero creer- y que, si puede, la hundir¨¢ en la miseria para evitar competencias. Son miles las mujeres que denuncian los malos tratos en el hogar sin obtener el menor resultado, miles las que callan a la vista de la poca atenci¨®n que reciben las que osaron, miles las que soportan el acoso sexual de unos jefes que gozan de total autoridad e impunidad.
Todo esto no ser¨ªa posible sin ese sentimiento antifeminista tan extendido en nuestro pa¨ªs que considera un h¨¦roe al hombre que maltrata y golpea a su mujer, y a ellas seres nacidos para ser protegidos y sometidos.
En los bares, entre amigos, en cuanto se llega a la segunda copa, salen a relucir esos chistes, obscenos siempre, que tanto gustan a nuestros machos, en los que la mujer no es m¨¢s que una ninf¨®mana a la medida de su virilidad, una est¨²pida que s¨®lo piensa en gastar o una solterona frustrada porque lleva gafas y ning¨²n hombre le pellizca el culo. Y ay de la que muestre autoridad o una poderosa convicci¨®n: no faltar¨¢ quien asegure que una buena dosis de brutalidad sexual har¨ªa de ella un corderito.
El trabajo del hombre es siempre m¨¢s importante que el de la mujer; las responsabilidades hogare?as, inferiores a las de ella, y, por supuesto, sus infidelidades mucho menos importantes incluso ante la justicia.
El propio portavoz del Gobierno, el inefable Miguel ?ngel Rodr¨ªguez, se permite met¨¢foras dignas de una costurera de la Restauraci¨®n que reducen a la mujer al papel de florero; el propio Fraga Iribame lucubra sobre el escote de una diputada, una figura ret¨®rica que esconde otro de los usos que los machistas pretenden hacer de la mujer, y el vicepresidente primero, ?lvarez Cascos, considera que el sexag¨¦simo asesinato anual de una mujer a manos de su pareja es un caso aislado. ?Y qu¨¦ decir de ese juez que habiendo agredido a su mujer sigue impartiendo justicia?
Hay jueces en Espa?a seg¨²n los cuales una violada, se lo ha buscado, una maltratada exagera, una muerta a golpes e incinerada no crea inquietud social y una vilependiada lo tiene bien merecido. Hace unos meses se conden¨® al hombre que apu?al¨® a su esposa en estado de ebriedad a dejar de beber durante seis meses. Buena parte de la polic¨ªa se carcajea de las mujeres que denuncian a sus violadores o agresores. Y la Judicatura, tras tantas y tan ostentosas muertes, juzga suficientes las leyes que defienden a la mujer.
Es m¨¢s que probable que los 60 criminales que este a?o han asesinado a su mujer est¨¦n libres antes de finalizar el siglo. Y lo que es peor, con la admiraci¨®n de buena parte de sus conciudadanos machos.
En este caldo de cultivo, la mujer humilde, la que no dispone de recursos, no tiene defensa. Valdr¨ªa la pena que entendiera o que alguien se lo hiciera entender, que para salir de esta situaci¨®n no le queda m¨¢s opci¨®n que luchar desde su puesto de trabajo por modesto que sea, y por s¨ª misma. Porque no ser¨¢ el hombre ni un Gobierno de hombres ni una sociedad dominada por el sentimiento machista los que la hagan salir de ella y le devuelvan una dignidad y una igualdad que estamos lejos de haber obtenido. As¨ª que, por mucho que parte de la sociedad y de la Iglesia consideren que es mejor para los hijos que la mujer se quede en el hogar, por m as que un empleo la obligue a trabajar el doble, y digan lo que digan educadores y psic¨®logos, en ese empleo, en su trabajo, reside su ¨²nica salvaci¨®n: la libertad; porque ya se sabe que no hay libertad sin libertad econ¨®mica. Disponer de recursos propios y cuando haga falta huir del hombre que las apalea, de los polic¨ªas que las ignoran, de los jueces que las humillan. Porque ayuda no la obtendr¨¢n, y mucho menos justicia. Lo ¨²nico a lo que puede aspirar esa mujer maltratada es a que la sociedad se compadezca de ella cuando ya sea cad¨¢ver, pero que no espere ni castigo ni venganza para su agresor y se conforme con esta piedad posmortem, siempre en grado mucho menor que el que concitan las v¨ªctimas del terrorismo.
S¨¦ que habr¨¢ quien me acuse de exagerada. Pero ?qu¨¦ dir¨ªamos de un pa¨ªs donde se mantuviera impune un terrorismo o una mafia cuyas v¨ªctimas no contaran ni con la solidaridad de la ciudadan¨ªa ni con la ayuda de la justicia ni con el amparo del Gobierno, donde tuvieran que ocultarse en centros de acogida 40.000 v¨ªctimas amenazadas y otros cientos de miles soportaran ultrajes en silencio a la espera de convertirse en una de las 60 muertes que ese terrorismo se cobra cada a?o?
Pues este pa¨ªs es Espa?a, para verg¨¹enza y oprobio de todos.
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