Historia e 'identidad'
El art¨ªculo "De historia y amnesia", de Jos¨¦ ?lvarez Junco (El Pa¨ªs, 29-XII-97), no s¨®lo me ha quitado de la boca el p¨¦simo sabor que me hab¨ªa dejado Javier P¨¦rez Royo con su "Educar ciudadanos" (El Pa¨ªs, 26-XII-97), sino tambi¨¦n el rechazo de la indigna querella actual sobre la ense?anza de la historia, que denuncia en estos t¨¦rminos: "Por lo que en realidad pugnan es por el control de los mitos en los que se funda la legitimidad de nuestras instituciones". En verdad yo habr¨ªa preferido que escribiese "se fundar¨ªa" en vez de "se funda", y el defecto que encuentro en su art¨ªculo es el de hacer m¨¢s hincapi¨¦ sobre la falacia de las identificaciones con unos "antepasados" con los que nada tienen que ver los de hoy o incluso con la ocasional falsedad de una presunta "memoria colectiva", que ¨¦I llama, justamente, "reconstrucciones ideol¨®gicas" del pasado, antes que con el car¨¢cter ideol¨®gico de toda "identificaci¨®n" en cuanto tal y de ese fetiche asolador de la "identidad" misma. Quiero decir que ya podr¨ªan ser documentalmente veraces aun para la investigaci¨®n m¨¢s escrupulosa y ¨¦l mismo presentar indiscutibles credenciales geneal¨®gicas de su ascendencia, sin que por eso don Camilo Nogueira, en su art¨ªculo "Qu¨¦ historia com¨²n" (El Pa¨ªs, 30-XII-97), no estuviese incurriendo, como "suevo", en un delirio perfectamente an¨¢logo al que reprocha al "godo" Men¨¦ndez Pidal, aunque ¨¦ste, justamente por su enorme talento y por la incalculable magnitud de su saber, merezca mayor reprobaci¨®n en su marcada inclinaci¨®n apolog¨¦tica como historiador, que le llev¨® incluso a una tergiversaci¨®n literalmente falsaria -y conf¨ªo en que ¨²nica- como la de su interpretaci¨®n de la famosa carta de Vitoria al padre Arcos. Ese delirio com¨²n no depende de la posible falsedad hist¨®rica de pretenderse "suevo" o "godo" ni de seguir si¨¦ndolo despu¨¦s de tantos siglos, sino que est¨¢ ya en el fetichismo ideol¨®gico de la "identidad" en cuanto tal, sea como culto, sea como juramento de fidelidad: ?cu¨¢ntos irredentismos se perpet¨²an y autolegitiman bajo el eslogan de "La Causa por la que derramaron su sangre nuestros padres y nuestros abuelos"! De esta manera el fetiche de la "identidad"- no es s¨®lo una impostura, sino tambi¨¦n una imposici¨®n.Y no quiero ni pensar ad¨®nde podr¨ªa ir a parar la cosa si a la documentaci¨®n historiogr¨¢fica se a?adiese la "base cient¨ªfica" que, a tenor del aberrante precedente del RH negativo de Arzalluz, pudiese suministrar esa nueva vaina del "c¨®digo gen¨¦tico", ajeno a todo posible contenido humano, pues ya se vio c¨®mo los hombres est¨¢n dispuestos a dar a la naturaleza la autoridad de instancia legitimadora de sus inhumanidades cuando la "struggle for life" de Charles Darwin fue habilitada como "base cient¨ªfica" para legitimar el tenebroso invento del "darwinismo social".
De modo parad¨®jico, hubo de ser un hombre tan "patriota" y tan "espa?olista" como Miguel de Unamuno el que, en 1906, se?al¨® por primera vez la afinidad del patriotismo (o sea de la deuda hacia la propia "identidad nacional") con la religi¨®n: "Del patriotismo -escribe- quiere hacerse algo as¨ª como una nueva religi¨®n". Lo cual parece no poco ilustrativo para la indigna pugna actual por "el control de los mitos", como dice ?lvarez Junco, ya que la ense?anza de la historia, concebida justamente como educaci¨®n patri¨®tica, toma el car¨¢cter religioso que denunci¨® Unamuno. Sobradamente conocida es la experiencia de que cuando alg¨²n patriota impugna como falsa una determinada afirmaci¨®n de contenido hist¨®rico lo que menos le importa es la mera falsedad en cuanto tal; contra lo que se revuelve es contra el sentido de juicio de valor que esa pretendida falsedad pueda comportar; de tal manera, que, a semejanza de lo que pasa con la religi¨®n, una proposici¨®n falsa o tenida por tal viene a ser, ipsa falsitate, considerada her¨¦tica. No es que los propios apologetas se nieguen a aceptar que ha habido "grandezas y miserias" o "luces y sombras", como ahora, m¨¢s delicadamente, gustan de decir; lo que no admiten es una reprobaci¨®n de los hechos cuya severidad signifique, en mayor o menor grado, un repudio de la identificaci¨®n, que vale tanto como una traici¨®n a la "identidad" a la que uno "se debe", y que lo convertir¨ªa en un "renegado de la patria" enteramente an¨¢logo a un "ap¨®stata de la Fe".
Por su parte, Manuel Cruz, en su art¨ªculo "El futuro ha muerto: ?a por el pasado!" (El Pa¨ªs, 5-I-98), dice certeramente: "al historiador le correspond¨ªa una tarea muy concreta, a saber, la de convertir su disciplina en una maquinaria productora de identidad nacional", salvo que incurre en una inadvertida imprecisi¨®n que podr¨ªa inducir al equ¨ªvoco fatal de hacer pensar que incluye a la extraordinaria historiograf¨ªa del siglo XIX, sobre todo alemana e inglesa, y no principalmente a los autores de libros de texto, que constituyen muy otra ralea. El "libro de texto" ser¨ªa precisamente el antilibro, el libro bajo especie de tebeo o, como hoy se dir¨ªa, el "libro basura". S¨®lo he tenido dos libros de texto absolutamente excepcionales, aunque tal vez no escritos en principio para ese fin: los "An¨¢lisis matem¨¢ticos", de Rey Pastor, y la "Gram¨¢tica hist¨®rica", de Men¨¦ndez Pidal. S¨ª, justamente del mismo Don Ram¨®n, que, como historiador apolog¨¦tico, m¨¢s se merecer¨ªa el dicterio de Manuel Cruz.
Lo que resulta pintoresco hasta el rid¨ªculo y hasta el sarcasmo es el que, habiendo sido reclamada la ense?anza de las llamadas "humanidades" precisamente a t¨ªtulo de contrapeso o complemento de la demasiado inmediatamente pr¨¢ctica instrumentalidad de los saberes t¨¦cnicos, necesitados, por lo mismo, conforme se estimaba, de un cierto a?adido -por no decir "adobo"- de eso que llaman "espiritualidad", la indigna querella se haya concentrado exclusivamente en la ense?anza de la historia, arroj¨¢ndose todos sobre ella con furor de depredadores que se pelean por una carro?a, precisamente por su funci¨®n, como muy bien dice Manuel Cruz, de "maquinaria productora de identidad nacional". ?Qu¨¦ m¨¢s cruda y desnudamente t¨¦cnico o pragm¨¢tico que el empleo de la historia como puro instrumento de "adhesi¨®n patri¨®tica" y de "cohesi¨®n social"?.
Y, dicho sea de paso, esta reciente f¨®rmula de llamar "cohesi¨®n social" a lo que en otros tiempos, no importa si con un exceso de buena voluntad, se designaba como "concordia social" no deja de ser sintom¨¢tica de la renunciataria aceptaci¨®n de la actual pasivizaci¨®n y reificaci¨®n de las personas, en la medida enque "cohesi¨®n" connota ¨¢ridos inertes unidos por un pegamento externo, como las piedras en el hormig¨®n, adheridas o "cohesionadas" entre s¨ª por la argamasa de cemento. En relaci¨®n con las personas, tal argamasa externa bien podr¨ªa ser esa impostura de la "identidad nacional" impuesta desde fuera mediante la ense?anza de la historia, que las piedras
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humanas han de tener por "propia". "Concordia" alude a sujetos vivientes y se corresponder¨ªa con "amistad"; cohesi¨®n" alude a objetos inertes y se corresponder¨ªa con "unidad" (por ejemplo, "unidad nacional").
La concepci¨®n de la historia como "propaganda de la patria" tiene su correlato en la cultura p¨²blica y publicada, configurada como publicidad, con el penoso, inerte y obligatorio recurso de las efem¨¦rides. Por si no hubi¨¦semos tenido ya bastante con el 92, este a?o se nos viene encima no s¨®lo el primer centenario del 98, sino tambi¨¦n el cuarto de la muerte de Felipe II, y no sin ciertos tintes de "reivindicaci¨®n de su figura hist¨®rica" nada menos que contra la "Leyenda Negra" (A moro muerto, gran lanzada). Seg¨²n el ABC, el acad¨¦mico de la Historia do?a Carmen Iglesias es uno de los principales promotores de este "magno evento" o grandiosa zapatiesta (?Se?or, y a qu¨¦ despilfarros no nos llevar¨¢, con este gobierno como con el anterior, la inapagable comez¨®n del meritoriaje burocr¨¢tico de "apuntarse tantos"!), que se desplegar¨¢ en "actos" y en exposiciones para boquiabiertos, visto que la actual forma de popularizaci¨®n de la cultura se decide, siempre que puede, por la pura transmisi¨®n trofal¨¢ctica, donde la instituci¨®n p¨²blica es la p¨¢jara madre que con su pico introduce el alimento cultural, ya bien ensalivado y masticado, hasta la propia garganta de los siempre boquiabiertos pajaritos.
Pajaritos gurriatos, todav¨ªa en amarillo plum¨®n, parece que querr¨ªa a los alumnos de historia tambi¨¦n Javier P¨¦rez Royo en su art¨ªculo "Educar ciudadanos", dado que insiste en ello por tres veces: una al hablar de "adolescentes", otra baj¨¢ndolos a ni?os-adolescentes" y, por fin, diciendo expl¨ªcitamente: "tiene que ser ense?ada a todos antes de que alcancen la mayor¨ªa de edad". El cometido m¨¢s espec¨ªfico que P¨¦rez Royo encomienda a tan temprana ense?anza de la historia es el de que el alumno "aprenda [...] a interiorizar las ficciones explicadoras y justificadoras de su convivencia ciudadana", donde al menos consiente en llamar "ficciones" a lo que ?lvarez Junco llama "mitos" y un servidor prefiere llamar "alta alegor¨ªa" (probablemente s¨®lo tres aspectos para designar al fin la misma cosa), salvo que P¨¦rez Royo recomienda esas "ficciones" que los tiernos pajaritos deben "aprender a interiorizar" (?y c¨®mo no, si la p¨¢jara madre se los emboca hasta la garganta?), pues la ense?anza de la historia es, seg¨²n ¨¦l, "portadora no s¨®lo de unos conocimientos cient¨ªficos, sino tambi¨¦n de una voluntad pol¨ªtica: la voluntad de vivir juntos [ya parece que resuena ?una vez m¨¢s! el ortegajo aquel del "proyecto sugestivo de vida en com¨²n"] y de afirmar, a trav¨¦s de dicha voluntad, nuestra identidad de manera diferenciada frente a los dem¨¢s". Y a esto me parece que quiere replicar directamente, aun sin nombrar a P¨¦rez Royo, con m¨¢s que justa aunque contenida ira, Manuel Cruz, mediante la certera y acerada intenci¨®n de estas palabras en clave de sarcasmo: "el mejor servicio que le puede prestar la historia (y el historiador) a su comunidad es contribuir a la cohesi¨®n social [cursiva m¨ªa] mediante la producci¨®n de relatos [cursiva m¨ªa] en los que los individuos se puedan reconocer y, de esta forma, ir constituyendo su identidad [cursiva m¨ªa] en cuanto ciudadanos pertenecientes a esa comunidad". La perversa intenci¨®n de P¨¦rez Royo, al querer someter a la ense?anza de la historia a los tiernos polluelos de amarillo plum¨®n se relaciona evidentemente con su concepci¨®n de esa ense?anza como "interiorizaci¨®n de ficciones", pues "lo interiorizado" ya no sale m¨¢s, y las "ficciones" pasan a formar parte de la "identidad", con poder de anticuerpos dispuestos a defenderla y conservarla frente a toda posible infiltraci¨®n de cualquier "cuerpo extra?o".
Esta funci¨®n inmunol¨®gica est¨¢ en total contradicci¨®n con el aporte de "conocimientos cient¨ªficos" que P¨¦rez Royo espera simult¨¢neamente de la ense?anza de la historia, ya que el "conocimiento" -cient¨ªfico o no- es algo que, por definici¨®n, no puede ser "interiorizado", sino que s¨®lo es tal si permanece fuera, ah¨ª delante, como un objeto ajeno, que exige, en relaci¨®n con el sujeto, la impersonalidad y la distancia, que son los rasgos propios de la pura "instrucci¨®n".
Naturalmente, huelga decirlo, el que tiene la culpa de todo es, como siempre, Fernando Savater, y en este caso, por haberse sacado de encima el toro de la dualidad "educaci¨®n/instrucci¨®n" con una larga cambiada de pe¨®n que a cada paso viene manteniendo de reojo bien medida la distancia y calculado el ¨¢ngulo de posici¨®n del burladero: "Esta contraposici¨®n educaci¨®n versus instrucci¨®n resulta hoy ya notablemente obsoleta y enga?osa" ("El valor de educar", p¨¢g. 47). Su demasiado buena voluntad de querer conciliar sus antiguos fervores hacia la "Ilustraci¨®n" con la "paideia" de los helenos es lo que probablemente le ha hecho eludir ese conflicto hoy tal vez m¨¢s candente de cuanto a primera vista pueda parecer. La paideia es, en efecto, "educaci¨®n", educaci¨®n para ser "buenos ciudadanos", tal como P¨¦rez Royo y Arist¨®teles pretenden de consuno. La "educaci¨®n" consiste en la apropiaci¨®n constrictiva de los ni?os por parte de su comunidad natal; es constricci¨®n y, por tanto, violencia, en la medida en que hay una voluntad que se impone sobre otra. Violencia incluso en el caso m¨¢s dulce, que es adem¨¢s su paradigma: el aprendizaje de la lengua. Pero n¨®tese bien que ¨¦ste no es, por usar la f¨®rmula de Benjamin, "violencia creadora de derecho" -de derecho del constrictor sobre el constricto-, sino una violencia a trav¨¦s de la cu¨¢l, por el contrario, los padres van transmitiendo y confiriendo al ni?o un derecho del que ellos ya disfrutan, elev¨¢ndolo hasta su propia condici¨®n jur¨ªdico-social.
Pero lo malo es que la "Ilustraci¨®n", por mucho que despu¨¦s haya criado sus ideas propias sobre educaci¨®n, no naci¨® como "cultura", que es fruto de educaci¨®n o paideia, sino, precisamente contra la cultura, de manera que fue lo que los griegos habr¨ªan llamado "as¨¦beia" ("impiedad"), exactamente lo contrario de lo que ten¨ªan confiado a la paideia. La educaci¨®n tiene, en efecto, el car¨¢cter de "instrumento" que parece asignarle P¨¦rez Royo y es, sin duda alguna, necesaria para criar sujetos capaces de instrucci¨®n (tampoco habr¨ªa otra forma de aprender la lengua m¨¢s que "interioriz¨¢ndola"), pero no deber¨ªa en ning¨²n caso ir m¨¢s all¨¢ de la primera infancia, ni menos todav¨ªa, absolutamente, en modo alguno, abarcar contenidos como los de la historia y, peor a¨²n, a t¨ªtulo de "ficciones" que haya que "interiorizar" -o sea hacer propias- como componentes de la propia "identidad nacional". La historia no puede ser m¨¢s que "conocimiento" y, por lo tanto, tiene que permanecer como un objeto ajeno, distante, impersonal, nunca hecho propio por la educaci¨®n, sino mantenido ah¨ª fuera bajo la mirada cruda e indiferente ("indiferente", por supuesto, solamente a la consideraci¨®n de si es historia propia o historia ajena), precisamente tal como conviene a la pura "instrucci¨®n". Poco conf¨ªa, por lo visto, Savater en lo que por s¨ª solos puedan revelar los contenidos de la "mera" instrucci¨®n en cuanto tales, dado que cree oportuno orientarlos, adobarlos o enfoscarlos con una buena paletada lateral de "cemento educativo".
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