El conjuro del exorcista
En un reciente art¨ªculo aparecido (en el sentido fantasmal del t¨¦rmino) en un diario catal¨¢n de gran circulaci¨®n, el conocido exorcista Albert Manent oficia un ritual bastante completo contra algunos pose¨ªdos por el Maligno necesitados, de acuerdo con su experto juicio en cuestiones diab¨®licas, de purificaci¨®n renacionalizadora. La cosa podr¨ªa no tener mayor importancia y constituir una muestra m¨¢s de malos modos, falta de rigor mental y fanatismo intransigente de las que, por desgracia, tanto abundan en esta sociedad intersecular, perpleja, videorresignada y espasm¨®dica que nos ha tocado vivir. Adem¨¢s, cada uno se gana la vida como quiere o como puede. Hay quien consigue su sustento honradamente ense?ando c¨®mo pensar o qu¨¦ es el pensamiento, o c¨®mo ordenar la convivencia en libertad, o investigando los efectos de las radiaciones que emiten los ¨¢tomos, o representando democr¨¢ticamente a sus votantes, o elaborando dict¨¢menes que esclarezcan la constitucionalidad de las leyes, o escribiendo novelas. Otros procuran su condumio estigmatizando al pr¨®jimo al servicio de un l¨ªder carism¨¢tico que ha obtenido y mantiene su poder perforando los estratos racionales del cerebro de muchas buenas personas hasta alcanzar el oscuro y ancestral combustible de sus instintos. Al fin y al cabo, todos sabemos, desde que un l¨²cido matador de toros lo dejara establecido al enfrentarse por primera y ¨²ltima vez con la metaf¨ªsica, que ha de haber gente para todo.El problema se suscita cuando el exorcista a sueldo del conductor del pueblo irredento mezcla en su liturgia curativa de las almas contaminadas a los hijos y a los padres de los portadores del esp¨ªritu nefando. Aqu¨ª es donde debemos abandonar la indiferencia benevolente y formular una seria llamada de atenci¨®n, antes de que sea demasiado tarde. Porque se empieza multando a los peque?os comerciantes que se resistan a rotular sus establecimientos en la lengua decretada sagrada y reveladora del Ser por el l¨ªder omnisciente y ubicuo y se acaba en el pogrom y en la limpieza ¨¦tnico-ling¨¹¨ªstica. No s¨¦ si Albert Manent es consciente de que hoy en Espa?a se mata en nombre de la identidad y de que los que pac¨ªfica y argumentadamente discrepan de determinada ortodoxia totalizante a la que ¨¦l se adscribe reciben en sus buzones del interior del Parlamento de Catalu?a banderas espa?olas ficticiamente ensangrentadas en sobres que, curiosamente, no han pasado por el preceptivo control de seguridad. ?Qu¨¦ pretende un texto como el suyo, en el que se atribuye de forma venenosa y calumniosa un anticatalanismo inexistente salvo en su imaginaci¨®n enfebrecida a personas con proyecci¨®n p¨²blica a las que se se?ala con nombre y apellidos, se informa sobre el colegio al que van sus hijos y se les acusa de traicionar a su tradici¨®n familiar? ?A qu¨¦ desconocidos destinatarios y a qu¨¦ odio imprevisible lanza se?ales de manera tan irresponsable o tan heladamente calculada este autodesignado guardi¨¢n del tabern¨¢culo nacional?
La misma concepci¨®n irracional que pretende hacer pagar a los ni?os catalanes de hoy los pecados cometidos por Felipe V o por el general Primo de Rivera, sustenta el reproche inaudito a los actuales descendientes de ilustres difuntos de apartarse del legado doctrinal de unos progenitores a los que Albert Manent gratuitamente cataloga en su bando. El nacionalismo pujolista no s¨®lo desea imponernos qu¨¦ lengua debemos hablar o qu¨¦ historia debemos estudiar o cu¨¢les han de ser nuestros sentimientos m¨¢s ¨ªntimos, sino tambi¨¦n apropiarse de nuestros antepasados, a los que invoca brutalmente para volverlos contra los vivos. Semejante exhibici¨®n de delirio t¨¦trico provoca escalofr¨ªos por la ferocidad incontrolada de su insania. Cuando se pretende justificar lo injustificable, a saber, que las familias se vean privadas en una sociedad biling¨¹e de elegir libremente la lengua de escolarizaci¨®n de su prole, que las empresas sean discriminadas en su relaci¨®n con la Administraci¨®n por raz¨®n de la lengua que utilicen o que las emisoras de radio privadas sufran sanciones por emitir en la lengua oficial del Estado, s¨®lo se puede recurrir a la acumulaci¨®n de desprop¨®sitos.
Insultar a los ciudadanos de Cornell¨¢ o de Santa Coloma calific¨¢ndoles de habitantes de "guetos urbanos" en los que no puede penetrar la lengua redentora que los salvar¨ªa de su condici¨®n degradada de castellano-hablantes, descalificar a un catal¨¢n de inn¨²meras generaciones llam¨¢ndole "hidalgo espa?ol", establecer una analog¨ªa socioling¨¹¨ªstica inaplicable entre Catalu?a y Flandes, que son ejemplos de situaciones absolutamente distintas -en Catalu?a, las dos lenguas no est¨¢n separadas por una frontera divisoria, sino que est¨¢n presentes en cada provincia, en cada comarca, en cada ciudad, en cada barrio, en cada inmueble y en cada rellano-, acusar a impecables representantes del mundo acad¨¦mico de vivir al acecho de favores gubernamentales cuando todos los citados sin excepci¨®n se han caracterizado a lo largo de sus trayectorias profesionales por una independencia admirable ajena a cualquier asomo de prebendismo, y hacerlo escribiendo con una pluma alquilada desde hace muchos a?os al poder pol¨ªtico, representa tal desfachatez y tal p¨¦rdida del m¨ªnimo decoro ¨¦tico que inspirar¨ªa compasi¨®n si la l¨¢stima no fuese ahogada en este caso por el asco.
Una t¨¦cnica habitual del nacionalismo totalitario es el amedrentamiento de los que se niegan a plegarse a sus asfixiantes consignas mediante su singularizaci¨®n como enemigos p¨²blicos que reniegan de la fidelidad debida a las esencias de la tribu y merecedores, por tanto, de los peores castigos. Una vez localizados los r¨¦probos, se les somete a un cerco de injurias, amenazas, coacciones y represalias, se les humilla en su dignidad, se hurga en sus conciencias para despertar sus rernordimientos-se les atemoriza desplegando sobre sus allegados m¨¢s queridos la sombra del peligro, se les perjudica en sus intereses econ¨®micos, se les segrega hasta que la soledad les ablande y se rindan por fin a las exigencias de la quimera nacionalitaria o abandonen desesperados el pa¨ªs. Se trata de m¨¦todos conocidos sobre los que miles de profesores de educaci¨®n b¨¢sica o decenas de guardias civiles de Tr¨¢fico que se han visto obligados a dejar Catalu?a bajo la presi¨®n homogeneizadora del pujolismo pueden testificar fehacientemente. Pues bien, yo no puedo hablar en nombre de todos los aludidos por Albert Manent en su repulsivo libelo, miembros todos ellos ejemplares de nuestra comunidad con una dilatada ejecutoria de servicio a sus conciudadanos, pero s¨ª lo puedo hacer en el m¨ªo propio. Que sepa el autor de tan edificante pieza literaria que a m¨ª nadie me sacar¨¢ de mi patria catalana por vivir de manera simult¨¢nea, complementaria y plenamente satisfactoria mis condiciones de catal¨¢n y de espa?ol, ni por anteponer la libertad y el cultivo de las virtudes c¨ªvicas a la obsesi¨®n identitaria ¨¦tnico-ling¨¹¨ªstica. Si ¨¦ste era su plan y el de sus adl¨¢teres, que se lo quiten de la cabeza. Conmigo no les va a funcionar, e intuyo que con el resto de los agraciados por sus invectivas tampoco. Ya se lo puede comunicar a aquel para el que trabaja para que no pierda en este noble prop¨®sito ni un minuto de su valioso tiempo, tan necesario para la gobernabilidad, la estabilidad y la apoteosis de la feina benfeta.
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