Dos asesinatos
Llegu¨¦ a Sevilla el jueves 29 de enero, cerca de la medianoche. A las seis de la ma?ana, la radio trajo la noticia del concejal de Sevilla y su mujer asesinados, hac¨ªa menos de cinco horas, cerca de la puerta de su casa, en el centro mismo de la Sevilla hist¨®rica. Sorpresa y consternaci¨®n; otra vez atacan, incansables y en la proximidad: concejal conocido, la mente vuela a otros desconocidos y conocidos, asesinados en el pasado en parecidas circunstancias pol¨ªtico personales, y a los que viven por all¨ª, a escasos metros del lugar del crimen; temor; uno piensa tambi¨¦n en los dem¨¢s concejales, y, otras muchas personas, y no deja de sentirse afectado. Parece que los terroristas han dado un buen golpe, han hecho da?o, no s¨®lo a los muertos, sino a los vivos.Las radios, desde muy pronto, casi no hablan de otra cosa. Alguno de los hombres de la radio expresa su inquietud por estar haciendo lo que los terroristas quieren, porque es inevitable hacerlo, cumpliendo su funci¨®n profesional. A las siete y media de la ma?ana, una persona de Sevilla llama desde Boston, preguntando detalles: se ha enterado por Internet, por una informaci¨®n de este peri¨®dico, de las seis de la ma?ana (doce de la noche en Boston); cosas de los husos horarios; otras llamadas para ser informados; sorpresa, dolor, pena, m¨¢s que alarma; declaraciones de pol¨ªticos; concentraci¨®n informativa; el acto terrorista no ha resultado fallido.
Empieza el d¨ªa "ordinario"; que de ordinario tiene poco, pero hay que seguir con lo de siempre, y se sigue; reuniones, trabajos. Hacia el mediod¨ªa al tomar un taxi, la radio del taxi sigue hablando del atentado; al taxista, silencioso, le comento que parece haber menos tr¨¢fico del habitual; me contesta: aqu¨ª yo oigo de todo, y todos los d¨ªas: que si el Gobierno, que si el Betis...; hoy, nadie dice nada; la gente de la ciudad est¨¢ triste, consternada; el taxista habla de los asesinos (no los entiende) y de los ni?os (tres) que quedan hu¨¦rfanos.
Voy al Ayuntamiento poco antes de que lleguen los f¨¦retros a la capilla ardiente; dolor y tristeza; radios y televisiones, y gente en la calle, tambi¨¦n dentro; los concejales de todos los partidos est¨¢n golpeados; los del Partido Popular son conscientes de que tambi¨¦n ellos han estado en el c¨¢lculo de los asesinos, pero la racionalidad de la eficacia les dej¨® fuera; hay all¨ª otros muchos pol¨ªticos, autoridades, funcionarios, y gentes significativas, algunas venidas de fuera; la alcaldesa piensa en los muertos y en sus hijos; llegan los f¨¦retros; se inicia el paso de personas que les rinden visita, y que hacen ya cola en la calle; las televisiones transmiten el menor detalle. Yo mismo no puedo hacer otra cosa que lo que hago; tambi¨¦n formo parte de la multitud dentro de la mejor previsi¨®n terrorista. ?C¨®mo no expresar el sentimiento a los m¨¢s pr¨®ximos? ?C¨®mo no mostrar solidaridad, repulsa, consternaci¨®n? Tambi¨¦n, pienso, el ¨¦xito terrorista. es fugaz, fantasmag¨®rico; a la vez que celebren su difusi¨®n, el frente de rechazo se solidifica, se hace m¨¢s espeso; en medio de todo,esto es negativo para ellos, pero no creo que lo vean as¨ª.
El pensamiento vuela: la p¨¦rdida de sentido moral es la del sentido de la distinci¨®n entre el bien y el mal; la pol¨ªtica es cambiante, y casi todo es opinable; puede que para algunos, o muchos, el Gobierno, la democracia, estos partidos democr¨¢ticos, no sean el Bien; lo que es seguro es que estos asesinatos son el Mal; ?c¨®mo hay personas que no lo ven as¨ª? ?c¨®mo hay personas, inciviles, civiles o eclesi¨¢sticas, que aprueban, o rechazan, en medio de sutiles distingos y comparaciones, y sin mucha indignaci¨®n, o que temen mostrar la solidaridad con las v¨ªctimas por razones de prudencia? Este mal es n¨ªtido; este mal, repetido, cuenta con la perversi¨®n moral de algunos, en el sentido de que para ellos se ha borrado la nitidez de sus perfiles; porque, adem¨¢s, frente a ¨¦l no es necesario optar por un concreto bien pol¨ªtico; nadie est¨¢ obligado a ser y proclamarse dem¨®crata; pero, en todo caso, estos asesinatos, y otros, y otros, son el mal; no es cuesti¨®n de perspectivas, ni de puntos de vista; ese relativismo es ya una perversi¨®n moral; ese mal, que se hace para ser difundido y publicado, exige unas actitudes p¨²blicas tajantes claras y sin ribetes; no s¨®lo palabras, tambi¨¦n conductas.
El problema terrorista durar¨¢ lo que los terroristas, planta que se renueva; pero lo misterioso es esa perversi¨®n moral; sin ella, el terrorismo acabar¨ªa por verse s¨®lo como obra de locos, irracional; por ahora, es obra perversa por sus medios, pero no irracional, y gracias a esta perversi¨®n moral que le acompa?a, y que no est¨¢ muy difundida y probablemente en retroceso; quitar a los asesinatos cualquier cobertura moral, por remota y alambicada que parezca; ¨¦se es el problema.
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