Decepciona la muy esperada pel¨ªcula de Gus van Sant
Jacques Doillon retrocede hacia su m¨¢s cursi y tramposo realismo
ENVIADO ESPECIALPasado el momento (discutible, pero m¨¢gico) de Ponette, que le abri¨® las puertas del planeta, el cineasta franc¨¦s Jacques Doillon retrocede en Demasiado (poco) amor al endeble y enga?oso estilo realista que reduce a pretenciosa cursiler¨ªa la mayor parte de su filmograf¨ªa. Por su parte, el iracundo americano Gus van Sant, escoltado por los nueve oscars a que aspira su Good Will Hunting, puso a reventar la enorme sala del Zoo Palast. La cosa comenz¨® hacia arriba, pero pronto se estanc¨® en una sopor¨ªfera planicie y acab¨® envuelta por el espeso silencio de la decepci¨®n.
Gus van Sant, que ha sido entronizado como un ingobernable cineasta profeta de las cunetas y los vertederos humanos de su pa¨ªs, tiene suficientes horas de rodaje para conocer el terreno que pisa y saber d¨®nde est¨¢n las piedras en que no puede tropezar un tipo como ¨¦l, porque de hacerlo se juega su reinado en los gloriosos estercoleros de Am¨¦rica. Pero si ya resbal¨® en 1994 con sus patosas Cowgirls, y entr¨® al trapo del glamour en To die for, ahora la fiera parece domesticada del todo en este Good Will Hunting, que aspira a nueve oscars y quiz¨¢ agarre alguno gracias a su ma?a en hacer pasar por originalidades las meteduras de pata.Lo que quiere y no logra contar Van Sant es un asunto mayor: un muchacho de 20 a?os con una mente genial, un Newton, un Spinoza, un Saint-Just en vaqueros, bronquero de noche y barrendero de d¨ªa, que se gana la mala vida fregando pasillos en el MIT bostoniano, una especie de Vaticano de la ciencia actual. El chico resuelve en un instante ecuaciones que han dejado calvos a los herederos de Einstein de tanto rascarse la cabeza; machaca a los historiadores con inesperadas claves de entendimiento del tiempo humano y deja en calzones con una sola r¨¦plica de an¨¢lisis de conducta a un eminente psic¨®logo.
Pues bien, el rostro, el aparato gestual y expresivo de tan asombrosa criatura es el de un guapo y noblote, pero opaco hombre com¨²n y corriente. Y no es que el int¨¦rprete del portento, Matt Damon, sea mal actor, que no lo es, sino que as¨ª ha querido que lo veamos Gus van Sant, meti¨¦ndonos a los espectadores en el atolladero de intentar in¨²tilmente descifrar la luz del genio de ese personaje en algo, en un destello o un brote identificador de tan tremendo talento. De ah¨ª que, a mitad del metraje de Good Will Hunting estemos hasta la coronilla de o¨ªr al actor tacadas de genialidades aprendidas de memoria, sin ver en ¨¦l algo de lo que se mueve en su conciencia, detr¨¢s de sus parrafadas.
Y la vieja sospecha de que Van Sant no es precisamente Kazan, ni Cukor, ni Coppola, ni Eastwood, es decir: que no tiene ni idea de dirigir actores, se hace total evidencia, pues las im¨¢genes y los signos de su pel¨ªcula est¨¢n siempre por debajo de lo que pretenden significar. De ah¨ª que los nueve oscars con que le amenazan parezcan un peaje institucional de la Academia de Hollywood a la fiera, por haberse dejado domesticar y meter en el redil.
Cosa que no le hace falta a Jacque Doillon, que ha sido siempre un gatito sin aspiraciones a parecerse (como hace a?os Gus van Sant) a un tigre. Es, por el contrario, un empeque?ecedor sistem¨¢tico de viejos asuntos grandes y duros, habilidad en la que de nuevo incurre en Demasiado (poco) amor, que es una dulzona sombra del viejo y bronco teorema de Pier Paolo Pasolini, reducido por este pastelero a un relamido teoremita, e el que el grande y perturbador Angel Maligno pasoliniano queda reducido a la inanidad de un simple bicho.
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