?tica de las profesiones
Transformar la vida p¨²blica desde la opci¨®n pol¨ªtica fue la gran aspiraci¨®n de aquella tan discutida Generaci¨®n del 68, que de alg¨²n modo cumple ya tres d¨¦cadas, al menos en lo que a los sucesos de Par¨ªs se refiere. Bregar por el cambio social hacia algo mejor implicaba para el esp¨ªritu de aquella generaci¨®n ingresar en un partido pol¨ªtico, luchar por conquistar el poder y transformar desde ¨¦l la cosa p¨²blica. Tras las huellas de Hegel, parec¨ªa admitirse que es lo mismo lo p¨²blico y lo pol¨ªtico, que hay una identificaci¨®n entre ellos.Hoy las cosas han cambiado sustancialmente. Y no s¨®lo porque nos hemos percatado de que, aunque el poder pol¨ªtico siga cobrando su legitimidad de perseguir el bien p¨²blico, quienes ingresan en la vida pol¨ªtica buscan ante todo su bien privado, sino sobre todo porque hemos ca¨ªdo en la cuenta de que lo p¨²blico no es s¨®lo cosa de los pol¨ªticos. La identificaci¨®n hegeliana entre lo p¨²blico y lo pol¨ªtico es hoy desafortunada.
El ¨¢mbito de lo p¨²blico, por contra, es el lugar natural tambi¨¦n de al menos cuatro tipos de instituciones, pertenecientes a la sociedad civil: las entidades econ¨®micas, la opini¨®n p¨²blica, las asociaciones c¨ªvicas y las actividades profesionales. Cambiar la sociedad hacia algo mejor exige entonces laborar desde cada uno de estos ¨¢mbitos, y no optar s¨®lo por uno de ellos, porque no hay una sola dimensi¨®n de la realidad social que sea determinante de las restantes, sino que la realidad es, y por muchos a?os, poli¨¢rquica.
En este marco de amplia comprensi¨®n de lo p¨²blico se inscribe hoy, entre otras cosas, la revitalizaci¨®n de una ¨¦tica de las profesiones, empe?ada en nuestros d¨ªas en la tarea de hacer excelente la vida cotidiana. Porque, si es cierto -como dice Charles Taylor- que uno de los rasgos de la Modernidad consiste en su af¨¢n por revalorizar la vida corriente frente a las vidas heroicas, arriesgadas y nobles, tan admiradas en las Edades Antigua y Media, no lo es menos que hacer excelente esa vida cotidiana constituye una aut¨¦ntica revoluci¨®n social. Y justamente "buscar la excelencia" en la vida corriente es lo que pretende la ¨¦tica de las profesiones, como vacuna que las inmunice frente a esos males cuasi end¨¦micos, que matan la vida: frente a la burocratizaci¨®n de la vida profesional, frente al corporativismo y la endogamia. Pero vayamos por pasos.
Conviene recordar, en principio, que una profesi¨®n es un tipo de actividad social, a la que se han atribuido desde Max Weber un buen n¨²mero de caracter¨ªsticas, de las que aqu¨ª destacaremos ¨²nicamente las siguientes:
1. Se trata de una actividad que presta un servicio espec¨ªfico a la sociedad de una forma institucionalizada. El servicio ha de ser indispensable para la producci¨®n y reproducci¨®n de la vida humana digna, como se echa de ver en el hecho de que personal sanitario y docentes, juristas, ingenieros, arquitectos, empresarios o economistas y un largo etc¨¦tera sean imprescindibles, no s¨®lo para mantener la vida humana, sino para promover una vida de calidad.
2. La profesi¨®n se considera como una suerte de vocaci¨®n, lo cual no significa que alguien se sienta llamado a ellas desde la infancia, sino que cada profesi¨®n exige contar con unas aptitudes determinadas para su ejercicio y con un peculiar inter¨¦s por la meta que esa actividad concreta persigue. Sin sensibilidad hacia el sufrimiento de la persona enferma, sin preocupaci¨®n por transmitir el saber y formar en la autonom¨ªa, sin af¨¢n por la justicia, mal se puede ser un buen m¨¦dico, enfermera, docente, jurista. Y as¨ª podr¨ªamos seguir con las, restantes profesiones.
3. El profesional, al ingresar en su profesi¨®n se compromete a perseguir las metas de esa actividad social, sean cuales fueren sus m¨®viles privados para incorporarse a ella.
Y, en este sentido, creo que llevan raz¨®n algunos fil¨®sofos de inspiraci¨®n aristot¨¦lica cuando recuerdan que las actividades sociales ya tienen unas metas precisas, por las que cobran su sentido y legitimidad social. Que cada actividad profesional -dir¨ªa yo- justifica su existencia por perseguir unos bienes internos a ella, bienes que ninguna otra puede proporcionar. Transmitir conocimientos y educar en la autonom¨ªa es el bien de la docencia; ampliar la informaci¨®n de los ciudadanos y proporcionarles opiniones diversas es el de la actividad informativa; prevenir la enfermedad, cuidar y curar es el bien de las profesiones sanitarias; trabajar por una convivencia m¨¢s justa deber¨ªa ser la meta de los juristas en sus diferentes dedicaciones. Metas todas ellas que empiezan a borrarse del horizonte cuando, por poner un ejemplo, dice el abogado al cliente que entra en su despacho: "Si lo que usted busca es una soluci¨®n justa al problema, ha errado el camino; aqu¨ª no vamos a tratar de justicia, sino de sacar lo que podamos". ?Y qu¨¦ sentido tiene, a fin de cuentas, una profesi¨®n si no prorporciona los bienes sociales que la legitiman?
Naturalmente, quien ingresa en una profesi¨®n puede tener motivos muy diversos para hacerlo: desde costearse una supervivencia digna hasta enriquecerse, desde cobrar una identidad social a conseguir un cierto o un gran prestigio. Pero, sea cual fuere su motivo personal, lo bien cierto es que, al ingresar en la profesi¨®n, debe asumir tambi¨¦n la meta que le da sentido. No puede un m¨¦dico o una enfermera justificar su negligencia ni un abogado sus trampas alegando que, a fin de cuentas, entraron en este mundillo por ganar dinero y no por promover la salud o por hacer posible una convivencia m¨¢s justa.
Los motivos -conviene recordarlo- s¨®lo se convierten en razones cuando concuerdan con las metas de la profesi¨®n. Y no puede una comisi¨®n universitaria dar la plaza a quien tiene menos m¨¦ritos que otros alegando que "es el de la casa", ni puede quien valora proyectos o peticiones de beca poner notas bajas a quienes no son "de los suyos". Los motivos individuales no son razones, no se convierten en argumentos si no tienen por base las exigencias de la meta profesional.
Cuando los motivos desplazan a las razones, cuando la arbitrariedad impera sobre los argumentos leg¨ªtimos, se corrompe una profesi¨®n y deja de ofrecer los bienes que s¨®lo ella puede proporcionar y que son indispensables para promover una vida humana digna. Con lo cual pierde su aut¨¦ntico sentido y su legitimidad social.
Por eso importa revitalizar las profesiones, recordando cu¨¢les son sus fines leg¨ªtimos y qu¨¦ h¨¢bitos es preciso desarrollar para alcanzarlos. A esos h¨¢bitos, que llamamos "virtudes", pon¨ªan los griegos por nombres "aretai", "excelencias". "Excelente" era para el mundo griego el que destacaba por respeto a sus compa?eros en el buen ejercicio de una actividad. "Excelente" ser¨ªa aqu¨ª el que compite consigo mismo para ofrecer un buen producto profesional, el que no se conforma con la mediocridad de quien ¨²nicamente aspira a eludir acusaciones legales de negligencia.
Frente al "ethos burocr¨¢tico" de quien se atiene al m¨ªnimo legal pide el "ethos profesional" la excelencia, porque su compromiso fundamental no es el que le liga a la burocracia, sino a las personas concretas, a las personas de carne y hueso, cuyo beneficio da sentido a cualquier actividad e instituci¨®n social. Es tiempo, pues, no de despreciar la vida corriente, sino de introducir en ella la aspiraci¨®n a la excelencia.
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