HitIer y Wingenstein
EL PA?S del domingo 15 de marzo de 1998 publicaba el art¨ªculo El ni?o que hizo rabiar a Hitler, de Kimberley Cornish, quien defiende la tesis de que el ni?o que provoc¨® en Hitler los primeros sentimientos personales de antisemitismo, relatados por el propio genocida en su autobiograf¨ªa Mein kampfl fue Ludwig Wittgenstein, posiblemente el fil¨®sofo m¨¢s influyente de nuestro siglo.Sin embargo, no es esta conjetura la que m¨¢s me sorprende, sino aquella a la que Cornish dedica el ¨²ltimo ep¨ªgrafe de su art¨ªculo titulado Desenlace en Cambridge. Seg¨²n Cornish, Wingenstein pudo ser el agente sovi¨¦tico que cre¨® el c¨ªrculo de esp¨ªas comunistas formado por intelectuales que entraron en el Trinity College de Cambridge a principios de los a?os treinta: Kim Philby, Guy Burgess, Anthony Blun... Cornish llega temerariamente a afirmar que Wittgenstein, "ardiente defensor de Stalin", contribuy¨® as¨ª a trav¨¦s de sus "disc¨ªpulos" a que triunfara el estalinismo en la Europa del Este "porque estaba tan desesperado por derrotar a Hitler como para recurrir a medios perniciosos que perjudicaran gravemente a Gran Breta?a, su pa¨ªs de adopci¨®n". La frase con la que concluye el art¨ªculo de Cornish es tan impactante como fantasiosa: "La mano que aprec¨ªa en las pesadillas de Hitler, la mano 'del jud¨ªo', contribuy¨® verdaderamente a acabar con ¨¦l".
El planteamiento de Cornish discurre entre la trivialidad, la simplificaci¨®n y la exageraci¨®n, como cuando se?ala que "uno de los misterios del siglo XX ha sido la identidad de este chico que Hitler odiaba con un ardor apasionado", y la m¨¢s clara y directa tergiversaci¨®n y falsificaci¨®n de los hechos, como cuando apunta hacia Wittgenstein como el decisivo superagente sovi¨¦tivo que inclin¨® la balanza de la guerra reclutando para el comunismo a j¨®venes intelectuales ingleses.
Cornish parece ignorar todos los testimonios existentes sobre los aspectos intelectuales y personales de la vida de Wittgestein, que coinciden en resaltar que la atracci¨®n est¨¦tica que pudiera haber ejercido en ¨¦l la revoluci¨®n sovi¨¦tica nada tiene que ver con su rotundo apartidismo y su renuncia al activismo pol¨ªtico. Resulta cuando menos irresponsable y carente de rigor y fundamento tildar a Wingestein de estalinista, y, todav¨ªa m¨¢s, atribuirle la organizaci¨®n de c¨¦lulas comunistas universitarias que supuestamente le permitieron consumar su venganza contra su antiguo compa?ero de colegio Adolf Hifier-
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