Antiguas heridas
En El laberinto de la soledad, advierte Octavio Paz que el pasado nunca desaparece por completo y que "todas las heridas, aun las m¨¢s antiguas, manan sangre todav¨ªa". Esta constataci¨®n no supone la b¨²squeda masoquista de aquellos momentos y hechos que resulten m¨¢s dolorosos. Pero, a la vista de la acumulaci¨®n de sucesos tr¨¢gicos en el siglo que ahora acaba, tampoco cabe cubrirlos con un velo para destacar en cambio ¨²nicamente los aspectos de una evoluci¨®n siempre favorable que desemboca en un presente feliz. La realidad del siglo XX, dentro y fuera de Espa?a, es antes la de Johnny empu?¨® su fusil, ?Ay, Carmela! y Shoah que la color de rosa con los tiernos herederos de Sissi emperatriz o de ?D¨®nde vas, Alfonso XII? por lo dem¨¢s en su mayor¨ªa responsables del ciclo de cat¨¢strofes iniciado en 1914 para nosotros, con la guerra de ?frica.No hay que olvidar, pues, las antiguas heridas, en especial por .lo que concierne a ese periodo crucial del siglo que son los a?os de entreguerras, cuando emergen las corrientes ideol¨®gicas que llevar¨¢n a extremos inimaginables la destrucci¨®n y la barbarie calculada. La recomendaci¨®n de Primo Levi se mantiene todav¨ªa vigente: aun a riesgo de parecer anticuados, hay que seguir hablando de ellos, examinando c¨®mo pudieron afirmarse las ideas y los sistemas totalitarios, cu¨¢l fue el v¨ªnculo entre esas ideas y sus cr¨ªmenes organizados y, en fin, por qu¨¦ triunfaron. El olvido de estas cuestiones, o su trivializaci¨®n, puede resultar suicida a medio plazo.
Y, sin embargo, ¨¦sta es la actitud que prevalece. Hemos tenido un reciente ejemplo en la oleada de comentarios que sigui¨® a la desaparici¨®n de dos personajes, espa?ol uno y alem¨¢n otro, de muy distinta dimensi¨®n intelectual, pero coincidentes en la participaci¨®n, desde una perspectiva aristocr¨¢tica, en los movimientos que configuraron esos a?os de hierro. Aquel que limitara su conocimiento a los art¨ªculos necrol¨®gicos en torno a Jos¨¦ Mar¨ªa Areilza, el espa?ol, y a Ernst J¨¹nger, el alem¨¢n, tendr¨ªa la impresi¨®n de hallarse ante hombres que contribuyeron decisivamente a la construcci¨®n de un mundo m¨¢s libre. Areilza, por su impuls o, a la transici¨®n democr¨¢tica en Espa?a desde posiciones mon¨¢rquicas y liberales. J¨¹nger, en su calidad de ensayista que elabora un pensamiento cr¨ªtico, cargado de recursos imaginativos, frente a las tendencias dominantes en la pol¨ªtica y en el comportamiento social del ¨²ltimo medio siglo. Entre los comentarios no ha faltado siquiera la excomuni¨®n preventiva dirigida a quien osara vincularle con el fascismo: s¨®lo un ignorante total podr¨ªa cometer tal sacrilegio.
L¨¢stima que los hechos sean tozudos y que tanto en uno como en otro la relaci¨®n con el fascismo sea una parte inseparable, y especialmente significativa, de sus respectivas vidas. As¨ª, antes e ser un caballero de exquisitos modales y sincera adhesi¨®n al liberalismo, Areilza fue en los a?os treinta uno de los escritores m¨¢s coherentes y mejor informados del primer fascismo espa?ol, con notables colaboraciones en la revista J. O. N. S. de Ledesma Ramos, antes de convertirse en primer alcalde franquista de Bilbao en 1937 y pronunciar un disurso digno de figurar en el libro negro del franquismo. Luego redact¨®, en compa?¨ªa de Castiella, el libro-manifiesto de las reivinicaciones imperialistas del r¨¦gimen, donde no falta una historia agrada de Falange. "La sublevaci¨®n de julio era la m¨¢s leg¨ªtima de las rebeliones de un pueblo alzado contra un Gabinete de criminales", escrib¨ªa entonces. Y todav¨ªa en 1958 se empleaba en impedir que el conde de Barcelona se entrevistase con Pau Casals, desde su puesto de embajador de Franco en Washington. Son antecedentes desagradables, pero de los que no es l¨ªcito prescindir si se aspira a comprender c¨®mo determinados liberales y dem¨®cratas estuvieron en condiciones de jugar el papel que juga ron en la etapa final del franquismo.
El caso de Ernst J¨¹nger es bien distinto, pues resulta conocida su animadversi¨®n hacia Hitler, lo cual no excluye su condici¨®n de escritor que entre 1918 y 1933 contribuye a definir tanto los temas centrales como la est¨¦tica del nacionalsocialismo. No es poco m¨¦rito, ni debe ser olvidado porque el autor rechazase el intento de Goebbels de inscribirle en el partido nazi. Sin duda ve¨ªa en Hitler un plebeyo incapaz de llevar a la pr¨¢ctica su proyecto grandioso de una dictadura total, por efecto de una movilizaci¨®n total. J¨¹nger estaba m¨¢s cerca de los "cascos de acero", pero tampoco conden¨® entonces el nazismo y sigui¨® publicando escritos, como el titulado Sobre el dolor, que se ajustaban perfectamente al patr¨®n de las relaciones humanas del nazismo. Ser¨ªa adem¨¢s injusto desconocer que na die en la Alemania de Weimar desarroll¨® con tanta coherencia y con tal riqueza de matices la perspectiva de un orden totalitario e imperialista que habr¨ªa de afirmarse en el mundo por medio de una guerra tambi¨¦n total, ganada por una raza (obviamente, la germana). El hecho de que J¨¹nger manejase como nadie el arte fascista del enmascaramiento, con la captaci¨®n del l¨¦xico del adversario -as¨ª, su protagonista hist¨®rico ser¨¢ "el trabajador"-, y que luego siguiera usando la m¨¢scara, rehaciendo y cortando sus escritos a toro pasado, no debe ocultar la limpidez de una trayectoria que, iniciada en 1920 con En tempestades de acero (el "en" es imprescindible), culmina en 1932 con El trabajador, pasando por La movilizaci¨®n total, de 1930, y por sus colaboraciones precedentes en una larga serie de revistas de extrema derecha.
El hilo conductor es bastante sencillo. La gozosa vivencia del frente, experimentada en los asaltos donde se imponen la t¨¦cnica y el furor teutonicus, se cierra para J¨¹nger con un momento de consagraci¨®n, punto final del primer libro -citado: la citada atribuci¨®n de la estimad¨ªsima Orden del M¨¦rito que creara Federico II de Prusia. Detr¨¢s quedaban las m¨²ltiples experiencias en que la destrucci¨®n del otro, el grandioso paisaje de la muerte, incluso su olor, se hab¨ªan traducido para ¨¦l en goce est¨¦tico y en sentimiento de serenidad (algo que tantos alemanes tendr¨¢n ocasi¨®n de repetir entre 1939 y 1945). En El combate como experiencia interior explicar¨¢ "Ia voluptuosidad de la sangre", cuando en un asalto se acaba con el adversario. Si alguien no entiende esa grandeza de la guerra, es pura y simplemente "un esclavo". S¨®lo que Alemania capitula. A partir de este momento, el joven oficial se dispone a extraer las ense?anzas de la guerra, para relanzar el proceso interrumpido en noviembre de 1918 y combatir la amenaza de la consolidaci¨®n de una sociedad burguesa. Si, en el fascismo italiano, el esp¨ªritu del ex combatiente se integra en el movimiento fascista con la incorporaci¨®n de la violencia, de los usos y s¨ªmbolos militares, para J¨¹nger es la movilizaci¨®n total, esbozada en la gran guerra por Alemania, lo que debe constituirse en fulcro de
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un nuevo orden pol¨ªtico y social asentado sobre la jerarqu¨ªa y la voluntad expansiva. Los valores burgueses, con las elecciones, la libertad de prensa, la concepci¨®n pluralista de la sociedad, ser¨¢n sustituidos por el modelo de organizaci¨®n ya experimentado por el ej¨¦rcito en guerra. El nacionalismo ha de ser la energ¨ªa que inspire la transformaci¨®n, fijando "tareas de rango imperial", mientras el socialismo proporciona "el presupuesto de organizaci¨®n totalitaria riguros¨ªsima", equiparable a la militar. Nacionalismo imperialista y socialismo en cuanto militarizaci¨®n fundidos. Resulta evidente que J¨¹nger no es un simple fascistoide: es un perfecto nacionalsocialista.
Como protagonista de la nueva era, nos presenta la figura del trabajador, pero el trabajador de J¨¹nger nada tiene que ver con el productor o el proletario, cuya figura descalifica en los t¨¦rminos habituales del vocabulario fascista ("burgu¨¦s sin cuello duro", "masa de viejo estilo"). El trabajador j¨¹ngeriano es el encargado de incorporar los valores surgidos de la experiencia de la guerra para la definici¨®n de una nueva humanidad, por medio de una nueva guerra, esta vez total y mundial. El trabajo no tiene nada que ver con la econom¨ªa ni con la t¨¦cnica, ni ¨¦stas pueden vincularse entre s¨ª, sino que revisten un car¨¢cter m¨¢gico, instrumental para la afirmaci¨®n de "una moral guerrera de rango supremo" en la transformaci¨®n del mundo. No en vano, mediante una nueva captaci¨®n, J¨¹nger contempla el futuro acudiendo a la met¨¢fora de una turbina que rezuma sangre. A fe que acert¨®, aun cuando los ejecutores no fuesen los seres excelsos que propon¨ªa en su libro. El relato aleg¨®rico de Sobre los acantilados de m¨¢rmol (1939) sirve habitualmente como prueba de ese distanciamiento.
A partir de los a?os cuarenta, el pensamiento de J¨¹nger sigue otras l¨ªneas, pero el juego peligroso de 1932 no se ha borrado por completo. En Heli¨®polis (1950) o en La emboscadura (1983), la reivindicaci¨®n de las minor¨ªas superiores sigue en pie, as¨ª como una reflexi¨®n conscientemente ambigua, en que el blanco de las cr¨ªticas es en apariencia una vaporosa dictadura demag¨®gica, que evoca en sus rasgos formales al nazismo, pero puede ser tambi¨¦n, y de hecho lo es en el segundo libro citado, la democracia. Con todas las cautelas propias del usuario de la m¨¢scara, genio y figura. Como ha recordado Duby, el bosque constitu¨ªa el espacio (de la depredaci¨®n y los excesos para el caballero feudal. Sigue siendo el de la irracionalidad y el mito para este singular heredero suyo, para quien la mayor¨ªa no quiere la libertad, patrimonio en cambio de un emboscado que proclama "el poder c¨®smico y eterno del hombre" en medio de una mara?a de enemigos y agresores. El Emboscado sucede al Trabajador. "Los hombres libres son poderosos, aunque constituyen ¨²nicamente una minor¨ªa peque?¨ªsima". Lo suficiente quiz¨¢s para empezar de nuevo y reabrir las viejas y tr¨¢gicas heridas.
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