El aura nacionalista
Los nacionalismos perif¨¦ricos fueron estrellas al principio de la transici¨®n. Y lo fueron porque representaban el ¨²nico atisbo de ruptura democr¨¢tica en un proceso construido sobre la metamorfosis reformista de una dictadura en un r¨¦gimen democr¨¢tico. No hubo ruptura institucional en ning¨²n otro ¨¢mbito. La cuesti¨®n del r¨¦gimen pol¨ªtico ni siquiera se consider¨®: se utiliz¨® la monarqu¨ªa heredada del franquismo para hacer de puente entre el antiguo r¨¦gimen y la nueva democracia. El ej¨¦rcito y la polic¨ªa quedaron pr¨¢cticamente intactos (y por si hab¨ªa alguna duda tuvimos el 23-F y los GAL). Los poderes b¨¢sicos (con la excepcion de los medios de comunicaci¨®n) quedaron intocados. S¨®lo los estatutos de autonom¨ªa de Catalu?a y Euskadi representaron la ruptura y aportaron alg¨²n eco de la vieja legitimidad republicana. Se ha dicho a menudo que el ¨²nico acto simb¨®lico de ruptura democr¨¢tica, el ¨²nico gesto que pasaba por encima de los 40 a?os de dictadura, fue la llegada apote¨®sica del republicano Tarradellas a Catalu?a para restaurar la Generalitat.Entre los sectores progresistas de la sociedad espa?ola, que ve¨ªan c¨®mo el globo de la ruptura se iba deshinchando en aras a una interpretaci¨®n realista de las relaciones de fuerza los nacionalismos perif¨¦ricos adquirieron aura. Y la izquierda se comprometi¨® con ellos, como no pod¨ªa ser de otra manera. En este compromiso, sin embargo, se gest¨® una confusi¨®n. Reconocer que Euskadi o Catalu?a son una naci¨®n (todos sabemos que la expresi¨®n constitucional "nacionalidades" no fue m¨¢s que un eufemismo para no ofender determinados pudores) no autoriza a deducir la obligaci¨®n de ser nacionalista. Se puede creer que Catalu?a o Euskadi es una naci¨®n, se pueden defender sus intereses con el mayor entusiasmo y eficacia, sin tener que ser forzosamente nacionalista, es decir, sin convertir lo descriptivo en un horizonte ideol¨®gico absoluto, el marco de relaci¨®n social en un fin en s¨ª mismo.
Sobre esta falacia, aceptada resignadamente por la izquierda tanto en Catalu?a como en el Pa¨ªs Vasco, los nacionalistas perif¨¦ricos moderados consiguieron delimitar terrenos de juego que les daban una gran centralidad, utilizando el factor nacionalista para desdibujar su condici¨®n de derecha nacional. Ciertamente, no inventaron nada nuevo. De la idea de naci¨®n, un concepto cargado de efectos secundarios, ha emanado siempre la obligaci¨®n patri¨®tica. Basta o¨ªr cualquier programa radiof¨®nico deportivo para ver que la condici¨®n de nacionalista en Espa?a se da por supuesta. Y, sin embargo, a estas alturas de la historia podr¨ªamos empezar a saber distinguir entre fines (la libertad, la convivencia c¨ªvica, la cohesi¨®n social) y marcos (la ciudad, la naci¨®n).
Veinte a?os m¨¢s tarde, los nacionalismos han perdido aura. Al presentarse como propietarios de su marco territorial, lo que ten¨ªa que ser un factor de integraci¨®n aparece, a menudo, como factor de divisi¨®n.
Ni la campa?a electoral que se avecina ni el car¨¢cter ritual de las celebraciones del Aberri Eguna, momento de acopio de alpiste espiritual para las bases nacionalistas, justifican el deprimente espect¨¢culo de estos ¨²ltimos d¨ªas en el Pa¨ªs Vasco. La concejal popular Concepci¨®n Gironza deja el Ayuntamiento de Renter¨ªa por miedo, confirmando que en Euskadi no se dan las condiciones de una democracia plena. Y, sin embargo, las dem¨¢s fuerzas pol¨ªticas optan, una vez m¨¢s, por la indiferencia. No se puede exigir heroicidades a las personas, pero s¨ª mayor decisi¨®n y sensibilidad a los partidos pol¨ªticos.
En este contexto, resulta pat¨¦tico oir en los discursos del Aberri Eguna que no es posible la paz porque los "otros" tienen miedo a que los nacionalistas sean mayor¨ªa. Es decir, que del nacionalismo emblema de la ruptura democr¨¢tica del inicio de la transici¨®n hemos pasado a un nacionalismo que en vez de cultivar un marco com¨²n de convivencia refuerza con su palabrer¨ªa la divisi¨®n de la comunidad vasca en dos. Estamos ante una doble ficci¨®n. La ficci¨®n nacionalista de una mayor¨ªa social que no existe, y la ficci¨®n del Gobierno popular (nacionalista tambi¨¦n, pero de otro signo) de una mayor¨ªa social alternativa que tampoco existe. Esta doble ficci¨®n es la fantas¨ªa ideol¨®gica por la que pugnan unos y otros, despu¨¦s de no haber sabido hacer de la naci¨®n vasca un marco com¨²n. Y, mientras, ETA sigue matando.
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