En un lugar de la Mancha
"En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme..." es, como todo el mundo sabe, incluso aquellos que no la han le¨ªdo, el principio de la m¨¢s admirable e irrepetible novela que se haya escrito nunca. Lo parad¨®jico, sin embargo, es que no hallaremos una obra m¨¢s firme y cumplida con un comienzo m¨¢s vacilante, vago y poco prometedor. De esa clase de ambig¨¹edades y misteriosas omisiones est¨¢ lleno El Quijote, lo que sin duda ha hecho de su historia la m¨¢s concienzudamente editada, escrutada, estudiada e interpretada de toda nuestra literatura. Dec¨ªa Chesterton que si Dios o san Juan pudieran leer los comentarios que se han hecho del Apocalipsis, les sobrevendr¨ªa, de la risa, un c¨®lico miserere, espantados de todos los monstruos y bestias que seg¨²n los escoliastas y te¨®logos le hab¨ªan echado encima a la cristiandad.
El Quijote, como un juego de espejos, en una perpetuaci¨®n de la vida del hidalgo que enloqueci¨® leyendo novelas de caballer¨ªa, ha propiciado tambi¨¦n muchos otros peque?os quijotes que se han desquiciado entre sus p¨¢ginas, escudri?ando lo que han cre¨ªdo significados ocultos, claves, venganzas de su autor contra ¨¦ste o aqu¨¦l, alusiones venenosas o taimadas, ocultaciones vergonzantes de su naturaleza turbia y otros mil peque?os asuntos, trascendentales o irrelevantes.
Hace unos treinta a?os, los cr¨ªticos, acad¨¦micos y profesores celebraron el centenario de la muerte de Vel¨¢zquez con sendos tomos monumentales a los que se dio el t¨ªtulo de Varia velazque?a. Hab¨ªa en ellos colaboraciones razonablemente serias, de quienes no olvidaban que el tema tratado all¨ª era Vel¨¢zquez, pero parece una constante de la humanidad que los hombres y las obras de genio convoquen a gentes de juicio descacharrado que con la mejor intenci¨®n acometen la realidad por su lado m¨¢s inveros¨ªmil. Entre los trabajos hab¨ªa uno singular en el que se analizaba el cuadro de Las hilanderas. Como se recordar¨¢, esta pintura se mostraba con un a?adido de quienes creyeron mejorarla en el siglo XVIII cosiendo a la tela original otra en la que figuraba una de esas ventanas llamadas de ojo de buey. S¨®lo hace poco se ha sabido que ¨¦sta no estaba pintada por Vel¨¢zquez, pero entonces este pormenor se ignoraba. No obstante, aquel estudioso centr¨® precisamente su ensayo en el ojo de buey, que encontraba lo m¨¢s importante de la composici¨®n, tesis que probaba con una serie de gr¨¢ficos y alambicadas triangulaciones que probaban de manera irrefutable el canon a¨²lico que Vel¨¢zquez hab¨ªa seguido para pintar un cuadro tan enga?osamente sencillo.
El Quijote, y por extensi¨®n la vida del propio Cervantes, de la que apenas conocemos una docena de hechos, y ¨¦stos tampoco demasiado significativos para que nos alumbren sobre su personalidad, se han prestado de antiguo a interpretaciones igualmente demenciales, unas veces con alg¨²n fundamento y otras con escaso o ninguno. Cada ¨¦poca ha proyectado en ese libro sus propios y acuciantes problemas y, as¨ª, por ejemplo, hemos hecho sucesivamente a Cervantes jud¨ªo u homosexual, basados en razonables indicios, cuestiones de todo punto irrelevantes, por lo dem¨¢s.
A menudo las disputas entre los partidarios y detractores de cada una de esas doctrinas han sido enconadas y les ha llevado a sus protagonistas a actitudes poco cervantinas, en verdad, guerras entre departamentos universitarios, conjuras de fil¨®logos y cervantistas, zancadillas o pu?aladas traperas en oscuros congresos de remotas ciudades... Lo m¨¢s misterioso de todo es que a veces ni siquiera estaban en juego interpretaciones de car¨¢cter human¨ªstico o literario, como en los casos de Unamuno, Ortega y Gasset o Am¨¦rico Castro, sino la tilde de una letra, una coma mal puesta o el nombre del primo del tabernero con cuya mujer el autor de Cervantes tuvo una hija, cuesti¨®n que llegan a creer primordial para el sentido del libro, s¨®lo por el calibre de los insultos que han podido cruzarse de uno a otro bando.
As¨ª, cada generaci¨®n ha cre¨ªdo que su lectura de El Quijote era, si no ¨²nica, s¨ª la m¨¢s aguda e inteligente, pero siguiendo los trabajos de muchos de estos estudiosos, tiene uno la sensaci¨®n de que lo que menos ha importado para llevarlos a cabo ha sido precisamente El Quijote ni lo que ese libro puede representar para la realidad y para la vida, y que todo es ya como una cuesti¨®n abstracta y especulativa, de imprevisibles y apocal¨ªpticos resultados. Podr¨ªa escribirse, creo, un buen relato chestertonlano en el que Don Quijote se enfrentara a todas las cosas que se han dicho de ¨¦l, o bien en el que Cervantes hiciese frente a las enormidades que sus bi¨®grafos dieron por irrebatibles o probables a lo largo de la historia.
Es cierto que buena parte de lo que conocemos hoy de El Quijote o de su autor no habr¨ªa llegado a nuestras manos sin la dedicaci¨®n de muchos que honestamente se entregaron a la penosa tarea de desbrozarnos el camino, pero no lo es menos que tambi¨¦n puede uno leer El Quijote sin haber le¨ªdo una sola l¨ªnea sobre ¨¦l. ?sa es su grandeza. Celebramos estos d¨ªas la aparici¨®n de una nueva y monumental edici¨®n de El Quijote, de la que sus responsables se enorgullecen con justicia. Pero no debemos olvidar las palabras de Manuel Aza?a en su Cervantes y la invenci¨®n del Quijote, uno de los dos o tres textos m¨¢s importantes escritos nunca sobre ese libro, ausente por cierto de la bab¨¦lica bibliograf¨ªa que esta edici¨®n adjunta, cuando afirmaba que lo que le interesaba de El Quijote eran "unas formas de vida no expresadas antes por nadie". Esa palabra, vida, ha de mantenernos a todos alejados o a prudencial distancia de las triangulaciones. Por fortuna, y pese al esfuerzo en contrario de muchos, que han llegado a pensar, en el colmo de la vanidad, que El Quijote no ser¨ªa lo que es sin su trabajo, El Quijote sigue siendo ese lugar en el que cada uno de nosotros cree hallar solaz y respuesta a nuestras m¨¢s ¨ªntimas tribulaciones, y no porque nos saque de la vida, sino porque nos devuelve a ella y a ella nos liga o religa, como un texto sagrado, ya que Dios, de existir, existir¨ªa siempre antes que sus sacerdotes, por muy santos que estos sean.
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