No s¨®lo el euro
Los profetas de la cat¨¢strofe han vuelto a equivocarse. En contra de sus augurios, ya tenemos euro en las condiciones previstas: cumpliendo los criterios, en plazo y con un amplio n¨²mero de pa¨ªses. Es cierto que la suerte ha ayudado en forma de recuperaci¨®n econ¨®mica como antes hab¨ªa sido esquiva, con la crisis de 1992-1993, que cuestion¨® todo el dise?o de Maastricht. Pero tambi¨¦n lo es que el mantenimiento del objetivo ha acabado por convertirse en un catalizador que ha precipitado un resultado positivo a partir del momento en que todo el mundo lo ha visto como inevitable. Y ahora, ?qu¨¦?Resulta peligroso transmitir la sensaci¨®n de final de camino. En primer lugar, porque la convergencia nominal lograda puede ser reversible dentro del Pacto de Estabilidad si no resolvemos pronto los importantes problemas aplazados tanto en los Presupuestos como en la inflaci¨®n del sector servicios. La forma en que hemos llegado al cumplimiento de los criterios de convergencia no deber¨ªa tranquilizar a nadie respecto a su sostenibilidad, si no hacemos pronto lo que no se ha hecho en los ¨²ltimos dos a?os, en los que hemos ido aupados en la ola del crecimiento. Y, en segundo lugar, porque alcanzar la uni¨®n monetaria siempre ha sido concebido como un buen camino, un instrumento para mejorar el empleo, la riqueza y el bienestar social, sobre todo para aqu¨¦llos que, como Espa?a, todav¨ªa estamos por debajo de la media europea en los tres aspectos. Pero hay que ser conscientes de que progresar en nuestra convergencia real no es una consecuencia autom¨¢tica e inevitable del euro. La moneda ¨²nica nos coloca en mejores condiciones para lograrlo al abaratar costes y reducir incertidumbres, pero incrementa las posibilidades de que se agranden las desigualdades en Europa, concentrado las ventajas en pocas manos y generalizando los inconvenientes con mayor paro.
Que el resultado sea uno u otro depender¨¢ de c¨®mo reaccionen los agentes econ¨®micos a la nueva realidad y, fundamentalmente, el Estado, cuya actuaci¨®n debe someterse a profundos cambios pero cuyo papel es m¨¢s determinante que nunca a la hora de intensificar la productividad de la econom¨ªa y garantizar un reparto adecuado de la renta en una sociedad m¨¢s justa. El libre fluir de los acontecimientos no asegura un buen resultado colectivo, as¨ª como el simple juego del mercado no determina ni un crecimiento suficiente para reducir el paro en la cantidad necesaria ni una distribuci¨®n equitativa de los beneficios del euro.
Con el euro hace falta un nuevo dise?o que priorice el gasto en infraestructuras, formaci¨®n, investigaci¨®n y social, sea m¨¢s activo en empleo y liberalice la econom¨ªa anteponiendo los intereses de los consumidores. Para aprovechar la oportunidad euro, obteniendo un beneficios en t¨¦rminos de adelanto en el nivel de vida y del bienestar colectivo, hay que desarrollar pol¨ªticas nacionales que incentiven una adaptaci¨®n adecuada al contexto reci¨¦n estrenado. Como tambi¨¦n es necesario tener posiciones claras sobre la definici¨®n del nuevo marco europeo, lo que incluye el debate sobre la ampliaci¨®n de la UE y la forma de financiarla, es decir, las perspectivas presupuestarias de la Uni¨®n, que no pueden abstraerse del hecho nuevo de que ahora existe una moneda ¨²nica.
Felicit¨¦monos por haber conseguido formar parte de la uni¨®n monetaria. Pero empieza a ser preocupante el silencio gubernamental sobre los riesgos de no hacerlo bien a partir de ahora y la ausencia de propuestas sobre cu¨¢les son las tareas para que sea algo visiblemente positivo para todos los ciudadanos.
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