Do?ana y el jarr¨®n chino
La balsa de lodos t¨®xicos y aguas ¨¢cidas de las minas de Aznalc¨®llar se rompi¨® y los efectos de la negra riada consiguiente empiezan, s¨®lo empiezan, a ser conocidos: desolaci¨®n, muerte, empobrecimiento, indignaci¨®n, impotencia, miedo a lo que ocurra en el futuro, a cu¨¢nto tiempo pueda prolongarse la desgracia. Se ha escrito mucho ya de eso, y numerosas voces (tal vez demasiadas) han denunciado las cosas mal hechas y propuesto lo que se debe hacer a partir de ahora. No es pretensi¨®n de uno insistir en el asunto, sino, m¨¢s bien, hacer unas pocas reflexiones en voz alta, intentando, si fuera posible, obtener alguna ense?anza del desastre.Primero, de m¨¢s a menos concreto, habr¨ªa que aprovechar la oportunidad para replantearse, de una vez por todas, la relaci¨®n entre Parque Nacional y Parque Natural, e incluso entre ambos y la comarca. Ecol¨®gica, sociol¨®gica y econ¨®micamente, Do?ana es una unidad y debe ser gestionada como tal. Tanto en caso de gran cat¨¢strofe como de peque?o problema, no se pueden cavar trincheras y distribuir fuerzas a las puertas del Parque Nacional, por si acaso, mientras se destruyen el Parque Natural y su entorno. Mucho menos, por supuesto, se puede presumir luego de que ?lo m¨ªo se ha salvado?. De poco vale que el coraz¨®n de Do?ana quede indemne si se queman sus brazos y sus piernas. La armon¨ªa de que hacen gala estos d¨ªas (por fin) las administraciones central y auton¨®mica debe permitirles avanzar para que el Patronato del Parque Nacional y la Junta Rectora del Natural lleguen a ser un solo ¨®rgano, los planes rectores y de ordenaci¨®n de los recursos de ambos parques se redacten conjuntamente y los equipos gestores trabajen aunados o se refundan. El espacio natural protegido de Do?ana es uno solo, aunque zonificado: una zona es Parque Nacional y la otra es Parque Natural. Es absurdo gestionarlos como si no tuvieran nada que ver.
Pero hay que insistir en que Do?ana es toda la comarca, de manera que los dos espacios protegidos dependen de su derredor, y a la inversa. Muchas voces se han quejado estos d¨ªas de que ?atienden mucho a los patos, pero nadie se acuerda de nosotros?. Si esa impresi¨®n se ha dado es que algo se ha contado muy mal, y es una l¨¢stima. En pocas ocasiones resulta m¨¢s claro que en ¨¦sta lo que a veces parece pura ret¨®rica: no existe verdadero desarrollo sin conservaci¨®n del medio ambiente, y tampoco se llega a conservar all¨ª donde la gente no puede vivir dignamente. Fue un error (en el que casi todos tenemos alguna culpa, por acci¨®n u omisi¨®n) autorizar una balsa de residuos t¨®xicos, en un entorno inadecuado, invocando motivos sociales y econ¨®micos. Era pan para hoy y hambre para ma?ana. Pero no tanto por los patos, que son los ¨²ltimos paganos, sino porque si pasaba lo que ha pasado, o mucho menos, se pondr¨ªan en peligro, junto a los puestos de trabajo de la mina, much¨ªsimos otros a lo largo del r¨ªo Guadiamar y, por descontado, tambi¨¦n el propio atractivo de la comarca y la capacidad de convocatoria que acompa?a a su nombre.
Todo eso es Do?ana, y Do?ana no estar¨¢ a salvo en tanto persista un solo huerto yermo en Aznalc¨¢zar o alguien dude ante un plato de coquinas de Sanl¨²car de Barrameda. Como ocurre con todas las desgracias, tambi¨¦n ¨¦sta puede servir para unir o para separar, y por ahora ha separado. Es necesario trabajar activamente para que este drama terrible, que lo es para todos, hermane a¨²n m¨¢s al espacio protegido de Do?ana con su entorno y no se lleve por delante, con tantas otras cosas, los avances trabajosamente conseguidos en este terreno en los ¨²ltimos a?os.
Cinco d¨ªas han tardado los Gobiernos espa?ol y andaluz en darse cuenta de que su obligaci¨®n (y lo que todos esper¨¢bamos de ellos) era ponerse a trabajar duro, y de la mano, para paliar los efectos de la riada, en lugar de gastar energ¨ªas ech¨¢ndose en cara mutuamente distintas responsabilidades. Se ha querido ver esta bochornosa pol¨¦mica como un ejemplo de la insensibilidad de ?los pol¨ªticos? frente a los problemas reales de la ciudadan¨ªa o una muestra de las desviaciones a que conduce la excesiva dependencia de la lucha partidista. Tal vez no se trate de una interpretaci¨®n justa. En otras ocasiones, con motivo de otras cat¨¢strofes (atentados terroristas, inundaciones, grandes incendios...), los responsables de administrar la cosa p¨²blica se han comportado de otra manera: se han personado juntos y de inmediato en el lugar de la tragedia, alguien ha tomado el mando sin que otros lo discutieran (al menos en p¨²blico), se ha pedido la colaboraci¨®n del Ej¨¦rcito... En esos casos, los gobernantes responden con presteza porque conceden, casi autom¨¢ticamente, importancia al problema, les parece real.
Cuando el drama es ambiental, en cambio, la primera reacci¨®n, apenas consciente, es negarle trascendencia, ?desdramatizarlo?. Lo ambiental viste, es elegante, queda bien, pero no se toma en serio, sigue pareciendo ornamental. En el fondo apenas si se considera como un asunto de gobierno que pueda, y deba, resolverse con urgencia; de ah¨ª que se preste a servir como arma arrojadiza contra los oponentes pol¨ªticos.
La disputa entre los responsables de los Gobiernos central y auton¨®mico recuerda a la de dos ni?os que, jugando, rompieran el jarr¨®n chino de la estanter¨ªa familiar. Perciben que tienen mucho que ver con el desaguisado, pero ni siquiera est¨¢n seguros de qui¨¦n fue el que lo empuj¨® al suelo. Y asumen, tambi¨¦n, que es un adorno, quiz¨¢ un caro adorno, pero nada m¨¢s. En consecuencia, se desentienden de las consecuencias y gritan al un¨ªsono: ??Yo no he sido! ?Ha sido ¨¦l!?. Sin duda, su reacci¨®n ser¨ªa distinta si las faldillas de la mesa camilla se hubieran prendido fuego.
Pudo ser Helmut Schmidt quien, hace ya tiempo, anunci¨® algo as¨ª como ?en un futuro pr¨®ximo, nadie discutir¨¢ sobre medio ambiente s¨ª o no, porque el medio ambiente ser¨¢ uno de los principales asuntos de gobierno?. Est¨¢ claro que a¨²n no lo es. ?Acaso en muchas crisis gubernamentales, a todos los niveles, no parece el sill¨®n medioambiental como un comod¨ªn en donde ubicar a quien no tiene encaje en otro sitio? ?Y no han o¨ªdo de ning¨²n gestor que por estar haciendo buena pol¨ªtica ambiental deba ser ?promocionado? a otros destinos, pues donde est¨¢ ?malgasta? sus cualidades? ?Y qu¨¦ decir de los recortes presupuestarios que asuelan medio ambiente (e investigaci¨®n, digamos de paso) cada vez que es preciso un ajuste? La letra con sangre entra, se dec¨ªa antes. Ojal¨¢ el desastre del r¨ªo Guadiamar pueda ense?ar a los gobernantes -y con ellos a toda la sociedad- que el medio ambiente es un tema trascendente, inevitable e inextricablemente ligado al desarrollo econ¨®mico y social. Porque el jarr¨®n chino no era s¨®lo un adorno, sino que guardaba dentro todo nuestro capital, y con ¨¦l, muchas de nuestras esperanzas de futuro.
Miguel Delibes de Castro es ex director de la Estaci¨®n Biol¨®gica de Do?ana.
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