Barenboim y Ch¨¦reau vuelven a entusiasmar con la ¨®pera "Wozzeck" en Par¨ªs
El teatro municipal Ch?telet cierra por reformas con su mayor ¨¦xito de la d¨¦cada
En medio de una gran expectaci¨®n -cartel de ?no hay billetes? desde hace tiempo para todas las funciones; aglomeraci¨®n de aspirantes a una ut¨®pica cancelaci¨®n de ¨²ltima hora- volvi¨® al Ch?telet de Par¨ªs Wozzeck, la extraordinaria ¨®pera de Alban Berg a partir del drama de Georg B¨¹chner, de la mano de Daniel Barenboim y Patrice Ch¨¦reau, con un reparto vocal de gala encabezado por Waltraud Meyer, Falk Struckmann y Graham Clark. La ¨²ltima obra l¨ªrica que se representa en el teatro municipal parisino antes de su cierre por reforma hasta 1999 es su s¨ªmbolo m¨¢s querido de la ¨²ltima d¨¦cada.
Eug¨¨ne Delacroix escribi¨® en su diario el 22 de junio de 1863 -el bicentenario de su nacimiento se celebra ahora en Francia con una decena de exposiciones- que ?el principal m¨¦rito de un cuadro es ser una fiesta para el ojo. Ello no quiere decir que la raz¨®n no cuente en su apreciaci¨®n?.El principal desaf¨ªo de una ¨®pera tan compleja como Wozzeck -racional, expresionista, mediotonal, medioatonal- es que la seducci¨®n, la fiesta, vengan en primer lugar por los o¨ªdos. Y ello, claro, sin perder nunca de vista la estructura formal e intelectualizada de los sonidos. El milagro de Daniel Barenboim al frente de la orquesta de la Staasoper de Berl¨ªn ha sido lograr precisamente ese equilibrio de apasionamiento y rigor. La m¨²sica que surge del foso es embriagante y compasiva, como ped¨ªa Adorno, est¨¢ excelsamente construida y, sobre todo, sufre y vive hasta el l¨ªmite con los personajes.
?Qu¨¦ decir de la Marie de Waltraud Meyer? Arrastra su carnalidad, asombra su transparencia en el fraseo, emociona su comprensi¨®n profunda de lo que dice y canta. Meyer es Isolda, es Kundry, es Marie: qu¨¦ animal esc¨¦nico. Struckmann compone un Wozzeck contenido en su desesperaci¨®n, Clark perfila un Capit¨¢n tremendo sin abusar de la parodia y Goldberg no cae en la tentaci¨®n de caricaturizar al Tambor Mayor.
Patrice Ch¨¦reau extrae del patio de butacas a los personajes de Wozzeck para ampliar el alcance de la historia. Al final, el ni?o superviviente es devuelto a la sala con el p¨²blico: la vida contin¨²a. La est¨¦tica de Ch¨¦reau es desoladora. La escenograf¨ªa -geom¨¦trica, laber¨ªntica, opresiva- de Richard Peduzzi y los trajes sobrios y oportunos de Moidele Bickel sit¨²an a los cantantes-actores en un entorno fr¨ªo que puede convertirse en hostil. Los criterios conceptuales de Appia a veces se evocan: la escalera, el cubo, los armazones desnudos. La atenci¨®n del en ocasiones esquizofr¨¦nico director esc¨¦nico franc¨¦s est¨¢ centrada en la evoluci¨®n de los personajes, en sus movimientos, en ver qu¨¦ sienten y qu¨¦ padecen.
El universo que crea es misterioso, po¨¦tico y algo doloroso. Las casas, el grupo de m¨²sicos en escena -en los saludos finales subir¨¢ toda la orquesta al escenario-, los vol¨²menes compactos o huecos, los grupos de gente, son coordenadas entre las que se desarrolla la tragedia de Wozzeck y Marie, dos seres que laten con desconcierto en su inevitable viaje de invierno hacia la muerte. Conmueve la simplicidad, la energ¨ªa del gesto, de nuevo la compasi¨®n.
Hay producciones esc¨¦nicas que se convierten en representativas de una d¨¦cada, en leg¨ªtimas sucesoras de los mozart de Strehler, de los wagner de Wieand Wagner, de los rossini de Ronconi o de los barrocos del colorista Pizzi. Una de ellas es, sin duda, este Wozzeck de Chereau, tan identificado con los planteamientos orquestales de Barenboim y tan sustancialmente diferente del Anillo del Nibelungo de Wagner que el propio director esc¨¦nico franc¨¦s hizo con Pierre Boulez para gloria y esc¨¢ndalo de Bayreuth.
El p¨²blico m¨¢s joven
Presidi¨® la sesi¨®n del pasado s¨¢bado como espectador privilegiado en una delantera del primer piso el gran pope de la m¨²sica francesa Pierre Boulez. El p¨²blico de Ch?telet -probablemente el de edad media m¨¢s joven de Europa y, con toda seguridad, el m¨¢s informalmente vestido- sigui¨® las diferentes escenas con la tensi¨®n de un ritual antiguo, y al final explot¨® en ovaciones y v¨ªtores interminables.Hab¨ªa algunos espa?oles en la sala, de esos aficionados incre¨ªbles que hace un mes estaban en Salzburgo viendo Boris Godunov y probablemente asistir¨¢n al Don Juan de Peter Brook y Claudio Abbado en Aix-en-Provence. Tambi¨¦n estaba el gerente del Teatro Real de Madrid, Juan Cambreleng.
La ¨®pera de finales de siglo, la que interesa a un sector inquieto de la sociedad no abigarrado por las convenciones, va por caminos como el de este Wozzeck o similares. Par¨ªs, Chicago, Berl¨ªn, as¨ª lo han reconocido. El ¨¦xito de la obra en el estreno del a?o 1992 y su reposici¨®n en el 1993, en el propio teatro Ch?telet, en una coproducci¨®n con la ?pera L¨ªrica de Chicago y la Staatsoper de Berl¨ªn, se ha vuelto a reproducir e incluso a intensificar. Son signos esperanzadores para que la ¨®pera recupere el sitio que merece en la cultura de nuestro tiempo.
Babelia
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