Herencias recibidas
El talento vers¨¢til y no siempre inspirado de Paul Schrader suele oscilar, para lo malo y remont¨¢ndonos s¨®lo a sus dos ¨²ltimas pel¨ªculas, entre el pegote de seudocr¨ªtica religiosa que es Touch y la sobriedad y el rigor de construcci¨®n formal de Aflicci¨®n. Entre ambas, y en buena parte de su filmograf¨ªa anterior, un tema: la redenci¨®n, esa gran obsesi¨®n que parece estar siempre en la cabeza del calvinista que fue (?que es?) Schrader. Y en todas, la violencia como forma de relaci¨®n entre las personas (o, con propiedad, entre algunas) y la pesada herencia recibida de una formaci¨®n incompleta, patriarcal y terrible.En la narrativa de Russell Banks, autor tambi¨¦n de la novela que est¨¢ en la base de El dulce porvenir, encontr¨® Schrader sus propios fantasmas y se aboc¨® a su pulcra, precisa transcripci¨®n cinematogr¨¢fica. Es el suyo, pues, como suele, un trabajo doble y particularmente afortunado, desde la reducci¨®n de las voluminosas p¨¢ginas del libro de Banks hasta la elecci¨®n del elenco, uno de los mejores posibles. Y el rigor con que ha logrado construir la trama se antoja sencillamente un prodigio: Schrader bucea en la atormentada biograf¨ªa sentimental de un tipo cualquiera (Nolte, perfecto) hasta que lo conduce, inflexible, hacia un destino final intuido desde el principio.
Aflicci¨®n (Afliction)
Direcci¨®n: Paul Schrader. Gui¨®n: P. Schrader, seg¨²n la novela de Russell Banks. Fotograf¨ªa: Paul Sarossy. M¨²sica: Michael Brook. Producci¨®n: Linda Reissman, EE UU, 1997. Int¨¦rpretes: Nick Nolte, James Coburn, Sissy Spacek, Willem Dafoe, Mary Beeth Hurt, Jim True. Estreno en Madrid: Paz y Real Cinema (V. O.).
Nolte se convierte, pues, en excusa para una historia contada por otro, su propio hermano (Dafoe), pero es su formaci¨®n afectiva la que se pone como explicaci¨®n ¨²ltima de sus desgracias. Con un tono mesurado, a partir de un control estricto de los mecanismos narrativos y con un tempo pausado, como en sordina, en perfecta consonancia con el nevado paisaje que sirve de marco al relato, Schrader va desentra?ando las sucesivas capas del personaje, como si de una cebolla se tratase, hasta dejar al aire el centro mismo de su conflicto vital.
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