Bello filme colombiano en una jornada l¨²gubre
Patrice Ch¨¦reau presenta la confusa historia de una familia burguesa desecha
Muy dura, dolorosa como una patada en mal sitio, es La vendedora de rosas, apasionante pel¨ªcula colombiana en la que V¨ªctor Gaviria explora en la (es un decir) vida de los ni?os en el abismo f¨ªsico y moral de los arrabales de Medell¨ªn. Pero, dentro de ese infierno, la mirada transparente y fraternal de este excelente cineasta nos hace respirar verdad. Como se respira sinceridad y ternura en el amargo y l¨²gubre tri¨¢ngulo amoroso del filme australiano Baila con mi canci¨®n, dirigido llanamente por el otras veces retorcido Rolf de Heer.
Frente a la pel¨ªcula colombiana y la australiana, resultan irrespirables los artificiosos recovecos de Quienes me aman subir¨¢n al tren, pel¨ªcula escrita y dirigida por el otras veces gran artista Patrice Ch¨¦reau, que aqu¨ª se pierde en una confusa historia de una familia burguesa desecha que se re¨²ne un d¨ªa alrededor del cad¨¢ver de uno de sus viejos para all¨ª hacer reventar sus indescifrables querellas ¨ªntimas. E irrespirables son igualmente las lustrosas cuadr¨ªculas de Dark city, una especie de thriller seudometaf¨ªsico filmado por Alex Proyas en celuloide tenebrista y con ¨ªnfulas de pesadilla o de delirio paranoico, que har¨¢ rezar avemar¨ªas a los beatos de la ret¨®rica visual de la modernez, pero que bajo ese barniz oculta toneladas de oquedades y estudiadas dosis de originalidad de regla de c¨¢lculo, como corresponde a una enf¨¢tica pel¨ªcula de laboratorio, desconectada de la vida y de las arterias que siguen bombeando sangre nueva al viejo g¨¦nero negro, aqu¨ª convertido en subg¨¦nero oscuro e incluso oscurantista.Hoy m¨¢s que nunca el cine necesita ba?os de verdad, la cura de humildad de reconocer que la dureza y la atrocidad de lo que le ocurre a la gente com¨²n sobrepasa tan de largo a la ficci¨®n que deja reducidas a un juego las negruras imaginadas. Comparado con lo que ahora mismo sucede a diario en las colinas que bordean el pozo de Medell¨ªn, en Colombia, tanto el pesimismo especulativo del esteta Patrice Ch¨¦reau como el aparatoso paseo visual de Alex Proyas en los jardines de Kafka son cosm¨¦tica de se?oritos. El espanto de la vida de los ni?os en Medell¨ªn es un hecho, tan opaco y duro, que no se ve. Hace falta una mirada limpia, ingenua de puro generosa, como la de Gaviria, para que los contornos de ese Auschwitz cotidiano aparezcan en el bochorno de una Navidad tropical, bajo la percha argumental del cuento de fr¨ªo y nieve La peque?a vendedora de cerillas, escrito hace un siglo por Hans Christian Andersen.
Durante cinco meses, Gaviria se sumergi¨® con su c¨¢mara en la captura de los instantes de un d¨ªa y dos noches de media docena de cr¨ªos de all¨ª que, en palabras del cineasta, ?viven, sin que nadie lo sospeche, su vida comprimida en la larga noche de sus calles?. A los 13 a?os ya son ancianos. La pel¨ªcula cuenta con primor y precisi¨®n el ¨²ltimo d¨ªa de la agon¨ªa de una ni?a de esa edad, M¨®nica, cuyos ojos (que probablemente no volver¨¢n a verse) son de una poderosa y adorable elocuencia.
Otros cinco meses hicieron falta para comprimir dentro de dos horas el vasto material rodado, y el resultado es una pel¨ªcula indispensable. No haremos colas en los cines del Primer Mundo para verla, pero quedar¨¢, como un bello fruto amargo al que no pudrir¨¢ el tiempo.
Estilo minimalista
Otra verdad, otra incursi¨®n (¨¦sta intimista) dentro de la zona com¨²n de los sentimientos encontrados, del amor y el desamor, de la soledad y la fraternidad, del dolor y la alegr¨ªa, de la esperanza y la llamada a la muerte, es representada con eficacia, sencillez y hondura en Baila con mi canci¨®n. Tampoco habr¨¢ colas en nuestros cines para ver esta nueva historia de fondo ver¨ªdico de una mujer australiana con esclerosis progresiva llamada Heather Rose, que se interpreta a s¨ª misma y ha escrito el gui¨®n del filme, donde evoca su enamoramiento del novio de su cruel enfermera cuidadora. La pel¨ªcula duele, pero tambi¨¦n quedar¨¢. A su director, Rolf de Heer, se le ha tranquilizado la inclinaci¨®n a exagerar que mostr¨® en Bad boy Bubby y ha adoptado un estilo minimalista y llano que va, con elegancia, derecho al grano, hasta hacer despertar sonrisas con un asunto feo, triste y l¨²gubre, que parad¨®jicamente deja un rastro confortador, como el prodigio de la mirada de aquella tr¨¢gica ni?a vendedora de rosas en el pozo de Medell¨ªn.
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