La encina, la yedra y el sonido de las manzanas
Al regresar de M¨¦xico y oscurecer al rato, el cuerpo anda a¨²n de d¨ªa cuando la realidad ya es trasnochada. Incluso pareciera que el vuelo, m¨¢xime al ser de vuelta, s¨®lo lleg¨® a servirnos para eso: para pronto volver a saber, con nuevo ah¨ªnco traicionero, que cuerpo y realidad no son en modo alguno siameses, ni siquiera vasos comunicantes, dado que, a la menor, se embeben en lo suyo y rompen el acorde por las buenas. Menos mal que lleg¨® la televisi¨®n, con su disposici¨®n natural a limar diferencias y asperezas, a ser un espejito-espejito, engolondrinado por los dos lados, ante lo corporal y lo real. (Y el maestro, a todo esto, creyendo que algo alivian las torturas met¨®dicas, te carga con el Vocabulario del Maestro Gonzalo Correas y te obliga a leer en voz alta: ?Engolondrinarse. Cuando una moza toma afici¨®n y est¨¢ en que ha de ser aquello, y as¨ª en otras cosas que se apetecen, estar puestos en el deseo dellas?).En resumidas cuentas, que, insomne y escindido, zapingueas y ya te topas con el doctor Cabeza, tocado de la misma en la pantalla, a quien le oyes decir, pues ¨¦l lo dice -con sentido com¨²n, estilo natural y en plan valiente-, que este mundo, erosionado por Ner¨®n y rematado por Israel -eurovisivo y emplumado asilo-, se ha vuelto (habla el forense) una mariconada guarrindonga, donde orejas defecan, anos ven y las bocas escuchan por si algo, arriba o m¨¢s abajo, por fin mana.
Sabe, entonces, el cuerpo que est¨¢ aqu¨ª, c¨®mo no, en plena realidad de madrugada, acord¨¢ndose con los pies de la maldici¨®n de Lola Flores sobre el efecto Pepe Borrell, botella de licor de guayaba al margen, y recitando con las manos aquel hist¨®rico preludio, olfateador y bellotero, de don Ramiro de Maeztu, fusilado, que as¨ª pint¨® el paisaje desde Do?ana: ?Espa?a es una encina medio sofocada por la yedra. La yedra es tan frondosa y se ve la encina tan arrugada y encogida, que a ratos parece que el ser de Espa?a est¨¢ en la trepadora y no en el ¨¢rbol?. Despu¨¦s, con su salsita de alioli, confirm¨® ese diagn¨®stico otra letra: ??rbol que nace encogido / jam¨¢s su tronco endereza?.
?Qu¨¦ arrugada madrugada de mayo! Pero uno, que nunca logra ser tan valiente como otros lo parecen enseguida, apaga de una vez el televisor, se refugia en su torre de madera (l¨¦ase mesa) y se pone a enredar, tal la yedra, con cartas, discos, libros y revistas que le fueron llegando al ausente. Antes de eso, y para que el realismo confesional, y m¨¢s por San Isidro, no se salte el proceso a la torera, reconozco tambi¨¦n haber buscado en la radio otro tipo de compa?¨ªa. Pero all¨ª un tertuliano denunciaba, con vigor de espa?ol que no se rinde, la tulipana hipocres¨ªa, la descojonaci¨®n en bicicleta, esa doble moral de Holanda, que tant¨ªsimo se preocupa de los zumbidos de los aviones y, ?en cambio?, consiente que un reba?o de drogadictos (en mi aldea, al nombrarlos, le suprimen la ?c?, los enternecen cuando los achican) se dedique a pacer por sus aceras, bares, plazas y parques p¨²blicos. Apaga y v¨¢monos: a Babilonia o, aunque sea, a hacer el oso a Basilea.
En cambio, yo, gandul, me conform¨¦ con refugiarme en Cuenca. Desde ah¨ª mismo me hab¨ªan mandado el tercer n¨²mero de una revista de arte sonoro ((Ras)), en cuya escucha puse toda la imposible atenci¨®n que se requiere para intentar olvidar que, en efecto (Borrell), se vuelve al viejo mundo para sufrir, para caer en la cuenta de aquello que Maeztu -hijo de cubano e inglesa, si bien nacido en Vitoria- divisaba desde la copa de una encina casi asfixiada por la yedra (marxista): ?No hay un liberal espa?ol que haya enriquecido la literatura del liberalismo con una idea cuyo valor reconozcan los liberales extranjeros, ni un socialista la del socialismo, ni un anarquista la del anarquismo, ni un revolucionario la de la revoluci¨®n?.
Hay en ((Ras)) material sonoro para olvidarse de esas cosas. Incluye en esta entrega un fragmento del programa radiof¨®nico La guerra de los mundos, de Orson Welles, difundido por la CBS, a las ocho de la tarde, el 30 de octubre de 1938. Y un poema de Antonin Artaud, La b¨²squeda de la fecalidad (con las voces de Roger Blin, Mar¨ªa Casares. Paul Th¨¦venin y del propio Artaud), programado para el 2 de febrero de 1948 por la Radiodifusi¨®n Francesa y prohibido a ¨²ltima hora. Y el sonido del documental, realizado por el No-Do, de los conciertos de Max Neuhaus y Juan Hidalgo, celebrados en Madrid los d¨ªas 27 de noviembre y 6 de diciembre de 1965. Y piezas de V¨ªctor Nubla (Contra la limpieza est¨¦tica), Rilo Chmierlorz (Palimpsesto de agua), Christina Kubisch (Ski Lights), Jacki Apple (You don"t need a weatherman) y Francisco L¨®pez (Untitled, 79). Y, al t¨¦rmino, una obra de Federico Muelas que responde con j¨²bilo a esta pregunta-titular: ?C¨®mo suenen las manzanas?
A falta de dormir, uno epiloga en nota que quisiera ser yedra frondosa al pie de una columna encogida: ?En lo impropio del canto, agua propia reclama la fuente del dolor. ?Hay que disput¨¢rsela con risas forzadas! O recordarle que antes, cuando todo era impropio, las fuentes no exist¨ªan, aunque en la punta de la lengua ya estaban?. (Y esa nota contiene esta dedicatoria: a Marisol Lafuente).
Babelia
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