El director Ken Loach vuelve a los barrios obreros de donde parti¨®
Terry Gilliam sigue haciendo "spots" simiescos
Todo fue previsible aqu¨ª ayer. Lo era que Santiago Segura levantase carcajadas italianas, suecas y australianas: en todas partes cuecen Torrentes. Lo era que un pont¨ªfice de la modernez, el estadounidense Terry Gilliam, a tenor de la parentela que han engendrado sus 12 monos , siguiese haciendo seudocine simiesco en Miedo y asco en Las Vegas Y lo era finalmente que Ken Loach diese fin con Mi nombre es Joe al izquierdismo tur¨ªstico en que desemboc¨® La canci¨®n de Carla y volviese a casa en busca de las viejas y magn¨ªficas verdades de los barrios obreros de donde parti¨®.
Trajo expectaci¨®n Mi nombre es Joe. Desde hace m¨¢s de dos d¨¦cadas la crea por s¨ª solo Ken Loach en los festivales a los que acude . Pero aqu¨ª hab¨ªa tres razones a?adidas. La primera es la endeblez de la parte que ocurre en Nicaragua de La canci¨®n de Carla , su pel¨ªcula anterior. La segunda es la mayor dificultad que supone para ¨¦l seguir haciendo pel¨ªculas -con su estilo algo tosco, pero muy eficaz- de militancia izquierdista, sin contar con las facilidades que para ello le daba el thatcherismo residual y, tras el desmoronamiento de ¨¦ste, con la subida al poder de Tony Blair. Y la tercera es el estallido de varias pel¨ªculas brit¨¢nicas de ¨¦xito mundial, como Tocando al viento y Full Monty , derivadas de su magisterio, pero que pod¨ªan hacerle sombra.La respuesta de Loach a estas amenazas ha sido inteligente: el retorno a sus or¨ªgenes, al drama con giros de comedia sobre la vida, o la supervivencia, en los arrabales obreros de las ciudades brit¨¢nicas, escenario cuyos pobladores Loach conoce al dedillo: pobre gente hosca, libre, fea, desali?ada, cabreada y solidaria, cuya amarga (y casi documental) cr¨®nica cotidiana descoloca e irrita, despu¨¦s de 20 pel¨ªculas, al conservadurismo brit¨¢nico. Alg¨²n atildado se?orito londinense huy¨® ayer ostensiblemente del Palacio de la Croisette, echando velocidad y pestes, para no o¨ªr la cerrada ovaci¨®n que Loach arranc¨® de 3.000 personas.
Si, a base de ir al grano y de sinceridad, la simplicidad estil¨ªstica de Loach entusiasm¨®, todo lo contrario ocurri¨® con el aparatoso irse por las ramas de la mentira que aport¨® el papa americano de la modernez Terry Gilliam, cuya Miedo y asco en Las Vegas dej¨® al personal sumido en el silencio.
La pel¨ªcula, o lo que sea, es un l¨²gubre y mediocre encadenado de dos horas de spots , cuya percha argumental es la novela negra de Hunter S. Thompson Miedo y asco en Las Vegas , un relato con pinta de escueto y directo que Terry Gilliam distorsiona como una de esas masas de moco el¨¢stico que ahora venden en las jugueter¨ªas. Y lo hace a base de facilonas -hace falta ser Orson Welles para usar esta lente exagerada sin mentir con la c¨¢mara- tomas hechas con desproporcionado objetivo, gran angular volcado sobre los rostros y los comportamientos, que as¨ª resultan propios de un mal chiste de ni?os subnormales, de los dos infortunados int¨¦rpretes, reducidos por Gilliam a pedestres imitadores de chimpanc¨¦s.
Ecos de sermones o¨ªdos en capillas de la modernez californiana auguran que Miedo y asco en Las Vegas viene a Cannes con ¨ªnfulas de hacer triunfar su (as¨ª, como suena) revoluci¨®n de choque visual. Por lo visto, hacer sin un respiro muecas y manoteos de simio est¨¢ all¨ª de moda y ahora nos amenaza a la gente com¨²n de esta parte del mundo, ¨¦sa que va a los cines a ver comportamientos de hombres, no de macacos acelerados, a los que este Terry Gilliam, ex bromista (ahora por lo visto va de serio, de trascendental) de Monty Phyton, parece que les ha frotado el culo con una rociada de coca¨ªna disuelta de alcohol de quemar, chute que no les permite ni una d¨¦cima de segundo de quietud y que dispara a Johnny Depp y Benicio del Toro al mayor dislate gesticulador jam¨¢s filmado.
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