Mucho antes del euro
En memoria de Antonio Tovar, generoso gestor del Premio Montaigne que la Fundaci¨®n FVS me concedi¨® en 1976.Cualquiera que sea el modo de entender la pertenencia de Espa?a a Europa, algo debe afirmarse: que, desde que en el siglo XVI cobr¨® fuerza social y car¨¢cter b¨¦lico la escisi¨®n religiosa y nacional del mundo europeo, nunca han faltado voces espa?olas que con acento admonitorio o dolorido dijesen a todos los europeos cu¨¢l deb¨ªa ser la l¨ªnea de su com¨²n deber. Recordar¨¦ dos de ese siglo y varias del que ahora se extingue. Siglo XVI. Apenas callada la europea voz espa?ola de Luis Vives -recu¨¦rdese su di¨¢logo sobre la guerra contra el turco-, otra igualmente espa?ola y europea se levant¨® para pedir con dolor y energ¨ªa la unidad moral de Europa. Fue el 22 de enero de 1543. El m¨¦dico Andr¨¦s Laguna, enviado por Carlos V a las tierras del Mosa y el Rin para sanar pestes y aunar voluntades, habl¨® solemne y doctoralmente en la Universidad de Colonia. Largos crespones negros cubr¨ªan los muros de la sala, negro era tambi¨¦n su traje, negra la caperuza que cubr¨ªa su cabeza. Latinizando el t¨ªtulo griego de una pieza teatral de Terencio (Europa misere se discrucians), ?Europa desgarr¨¢ndose infelizmente a s¨ª misma? ha querido que fuese el t¨ªtulo de su discurso. En p¨¢rrafos oratoriamente opulentos deplor¨® Laguna la ruina, el crimen, la profanaci¨®n, la general incuria que her¨ªan el cuerpo todav¨ªa joven de la Europa renacentista. Y m¨¢s que cualquier otra cosa le torturaba advertir que la causa de esa destrucci¨®n se hallaba en la lucha de ej¨¦rcitos s¨®lo diferentes entre s¨ª por el color de la cruz que ostentan sus banderas. Europa, original mezcla de naturaleza y convenci¨®n, como dos mil a?os antes hab¨ªa dicho un agudo asclep¨ªade hipocr¨¢tico, ve rota su unidad intelecual, moral y pol¨ªtica por el mal uso que los europeos vienen haciendo de su libertad.
Siglo XX. Han pasado cuatro centurias, y a lo largo de ellas, con treguas de paz m¨¢s o menos dilatadas, no han cesado las guerras entre europeos; pero en este siglo XX, quebrando la rica sobremadurez de Europa -hacia 1900 apenas hay un rinc¨®n del orbe a donde los europeos no hayan llegado-, tales guerras van a ser a la vez europeas y mundiales. As¨ª la de 1914, as¨ª la de 1939. Pues bien: desde antes de la primera hasta despu¨¦s de la segunda de ellas, legi¨®n van a ser las voces espa?olas que clamen contra la locura y por la cordura de la grande y diversa patria com¨²n. A su vehemente, parad¨®jica y no siempre bien entendida manera, la de Miguel de Unamuno. ?Qu¨¦ sino un alegato por una nueva y quijotesca Europa es en 1912 la pat¨¦tica Conclusi¨®n de su Sentimiento tr¨¢gico de la vida? Y m¨¢s tarde, con mente m¨¢s reflexivamente europea, sin dejar por eso de ser espa?ol¨ªsima, la de los hombres de la generaci¨®n que sigue a la de Unamuno: Ortega, Ors, Mara?¨®n, P¨¦rez de Ayala, Am¨¦rico Castro, Madariaga, tantos m¨¢s. Espa?a no es ya gran potencia, como en tiempos de Andr¨¦s Laguna, y ni puede ni quiere tener tropas entre las aguas del Escalda y las del Elba. Despu¨¦s de 1898 es tan s¨®lo un pa¨ªs vencido, pobre y retrasado. Pero, acaso por esto, los mejores hombres de su minor¨ªa intelectual saben cumplir de manera egregia la consigna que a lo largo de mi vida docente yo he venido proponiendo a mis disc¨ªpulos: ser con su obra cient¨ªfica europensibus europensiores, m¨¢s europeos que los que entre los Pirineos y el V¨ªstula as¨ª se llaman a s¨ª mismos. ?Qu¨¦ franc¨¦s, qu¨¦ alem¨¢n, qu¨¦ italiano, qu¨¦ suizo o qu¨¦ belga m¨¢s ¨ªntegramente europeos, menos estrechamente nacionalistas que los espa?oles antes nombrados? ?Cu¨¢ndo la obra de todos los pa¨ªses de Europa -insisto: de todos- ha sido recogida y valorada con un esp¨ªritu unitivo m¨¢s generoso? ?No podr¨ªa formarse un estimulante Enquiridion del perfecto europeo compilando textos de todos ellos en defensa o en la pr¨¦dica de la unidad intelectual y moral de Europa? Y as¨ª hasta hoy mismo. Porque de hoy mismo y de un hombre de mi edad, Luis D¨ªez del Corral, es un libro cuyo expresivo t¨ªtulo, El rapto de Europa, ha dado la vuelta al mundo.
No por lo que en s¨ª misma valga, sino por lo que pese a su escaso valor puede representar, a ese sugestivo coro de voces espa?olas quise unir la m¨ªa en 1976. Marginal respecto de la Europa de nuestro tiempo, todav¨ªa indecisa en la v¨ªa de su plena incorporaci¨®n a las reglas pol¨ªticas y sociales de la existencia europea, en la Espa?a de entonces y como caviloso hijo suyo quise hablar. ?Para qu¨¦? Ya lo he dicho: para clamar como mis mayores por la unidad intelectual, moral y pol¨ªtica de Europa, sin mengua alguna de la rica y fecunda diversidad de los pueblos que la integran. Y puesto que no soy pol¨ªtico, ni orador prof¨¦tico, ni funcionario de empresas multinacionales, sino tranquilo y profesoral escritor, tambi¨¦n para declarar c¨®mo ve¨ªa yo las condiciones y los caminos con las cuales y por los cuales tal vez pudiera ser conseguida esa tan deseable unidad.
Primera condici¨®n: un exigente examen de conciencia. ?Acaso los m¨¢s europeos pueblos de Europa no tienen en su pasado alguna culpa respecto de la situaci¨®n actual de la patria com¨²n? Dos cargos parecen imponerse con especial contundencia: el nacionalismo y el colonialismo. Aqu¨¦l con un riesgo permanente, el deslizamiento hacia la guerra entre naciones que la t¨¢cita sacralizaci¨®n del sentimiento nacional lleva siempre consigo. Este otro con el odioso reverso de la explotaci¨®n de la colonia y con un no siempre reconocido anverso, la educaci¨®n europea del pa¨ªs colonial. La naci¨®n de Europa enteramente limpia de los dos pecados tire contra las restantes la primera piedra.
Segunda condici¨®n: un firme prop¨®sito de enmieda. ?De qu¨¦ servir¨ªa un tard¨ªo examen de conciencia si el amor a la patria sigue manifest¨¢ndose como nacionalismo, y si dentro del propio pa¨ªs prevaleciesen la sed de lucro sobre la misi¨®n educativa, y la econom¨ªa y el af¨¢n de mando sobre la sabidur¨ªa y la ¨¦tica?
Y soportada por el cumplimiento de estas dos necesarias
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condiciones, la eficacia de otro de los grandes tesoros de Europa: la imaginaci¨®n creadora, la posibilidad de ofrecer a todos los hombres formas de vida en cuya virtud ¨¦sta, la vida, sea a la vez sugestiva y ensalzadora. Cada cual en lo suyo: el pol¨ªtico mostrando que la libertad y el servicio al Estado son compatibles entre s¨ª, esto es, creando Estados que no roben a las personas su yo y formando personas en las que la solidaridad social no sea mera consigna autojustificativa; el intelectual, demostrando que la tradici¨®n de la inteligencia europea no ha perdido su vigencia, y que su forma actual consiste precisamente en el logro de incesantes novedades. Y as¨ª el artista, el industrial, el artesano, el comerciante y el operario no proletarizado. Naturaleza, inteligencia y libertad, tradicional e in¨¦ditamente realizadas; esto puede ser, esto debe ser la Europa unificada del futuro. Digamos otra vez, con nuestro mejor Antonio Machado: ?Hoy es siempre todav¨ªa?; un ?todav¨ªa? cifrado en este caso en la posibilidad de una Europa memoriosa e innovadora, verde y avellanada, sabia y popular, refinada y robusta. La Europa con que sin duda so?aban los que quisieron bautizar con el nombre ilustre y siempre joven de Montaigne al premio que generosamente fundaron y del que ese a?o yo fui receptor.
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