Historias de la andanada 6
De marzo a octubre es raro el d¨ªa de toros que no ocupa su lugar en la andanada de sol, entre el tendido con fama de cr¨ªtico y respond¨®n, el 7, y el tal vez m¨¢s popular, bullanguero y despreocupado, el 5. O sea, que el lugar de su elecci¨®n y noble querencia es la andanada del 6: Sol y justicia, faro de vig¨ªas insobornables e insospechados, privilegio de llevarse los ¨²ltimos rayos en oro fundido del crep¨²sculo.Aposenta sus reales de marzo a octubre los d¨ªas de fiesta, y desde que llega hasta su partida, no para de hablar. En el segundo toro, a lo mejor saca del bolsillo un gran bocadillo, de m¨¢s pan que estrat¨¦gicas rajas de chorizo, y da muy cumplida cuenta de su merienda. Ay, Bel¨¦n, qu¨¦ chicos son los toros. Suele relatar no pocas tardes a cada paso. Mas si te pones a su lado tambi¨¦n te habla de que una vez estuvo en la finca de Palomo Linares, y all¨ª s¨ª que son grandes los toros, y que el cabestro m¨¢s inmenso era su amigo. Siempre viene con alg¨²n retal o despojo de lo real, que ¨¦l en sus manos ve maravilloso. El palo tronzado de una banderilla, folletos de propaganda de para¨ªsos cercanos en forma de sue?os, como barrios residenciales, o rubias que animan la esperanza, que ense?a a su vecinos con deleite. Qu¨¦ aburrimiento, Bel¨¦n. Otra de sus frases c¨¦lebres. En no pocas ocasiones oportuna, cuando ni la casta brava ni la torer¨ªa, o la lidia ejemplar, son la verdad y esencia que en el ruedo suceden.
Hola, Yokito -repite de vez en vez con tierna expresi¨®n-. Y ella a lo mejor le da un caramelo, que tambi¨¦n ofrecer¨¢ a quienes le acompa?an con fidelidad y arrojo en la avanzadilla de la andanada, ya sea el implacable julio y sus calimas o en las jornadas marce?as si llegan borrascosas. Vino Yoko del Celeste Imperio a tiempo. Nunca se la escuchar¨¢ vociferar con voz sonora que pide audiencia. Pero a lo mejor le comentas alborozado el trasteo emocionante de tal faena premiada con dos orejas, seguidas de algunas protestas, y Yoko te apunta que el diestro no ha toreado, esa erre fluvial, con el capote. Y hay que darle la raz¨®n que tiene.
El parlamento de nuestro hombre en la andanada, con o sin venia, prosigue. Dame pipas, mi ni?o: qu¨¦ pesaos. Y tuerce hacia atr¨¢s y para arriba la cabeza. En la punta del m¨¢stil del buque de Las Ventas, la comisi¨®n irreductible y guerrera de puristas, sin demora ni descanso, claman contra la flojedad de un cuatre?o negro za¨ªno, y uno que divisa los pitones astillados, encaramado en sus prism¨¢ticos de otear elefantes, salmodia a bocinazos: ?F¨ªgaro, F¨ªgaro, F¨ªgaro?.
Ay, Bel¨¦n, que ma?ana hay caballos. Y Bel¨¦n responde que ma?ana descansa. Porque es del mismo parecer que la conspicua afici¨®n. Seis toritos desmochados para rejones, tras veinte festejos isidriles a olla hirviendo, tienen el cuerpo del feligr¨¦s en la linde del empacho riguroso. Pero ¨¦l, no se debe dudar, no se perder¨¢ las cabriolas, rejonazos, pares al quiebro y colleras de Moura o los Domecq. Tampoco nuestra inefable Yoko. Anda, dame caramelos, mi ni?a.
En fin, no le faltar¨¢n ni pipas ni caramelos, y otros tantos dulces de la vida, en tarde tan hosteleramente taurina, a nuestro farero, radio de lujo que a ratos se acopla al o¨ªdo ensimismado. Ese duende o trasgo de perenne jersey indescriptible de la andanada del seis. Un respeto.
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