Caro Giacomo
Entre los grandes hombres del siglo XVIII considero a Kant el m¨¢s sabio, a Diderot el m¨¢s simp¨¢tico, a Voltaire el m¨¢s admirable... pero envidiar, lo que se dice envidiar, es a Casanova al que envidio. Claro que sus m¨¦ritos puramente intelectuales no resisten la comparaci¨®n con los de los antes citados ni con otros ilustres del siglo ilustrado por excelencia. Como observ¨® con malicia no exenta de afecto su amigo el pr¨ªncipe de Ligne, las ¨²nicas cosas que Casanova no sab¨ªa hacer eran aqu¨¦llas en las que se pretend¨ªa experto. Mejor dicho: las llevaba a cabo muy bien excepto cuando pretend¨ªa oficiar de autor insigne. Siempre es c¨®mico, salvo si le da por escribir una comedia; siempre es fil¨®sofo -o philosophe, al menos- salvo cuando pretende escribir filosof¨ªa; tiene buen o¨ªdo hasta que se pone a componer m¨²sica o se convierte en cr¨ªtico musical; no hay nadie con mayor imaginaci¨®n que ¨¦l, hasta que se empe?a en dar a luz un ap¨®logo fant¨¢stico, etc¨¦tera. La verdad es que resulta imposible encontrar alguien menos profesional en nada que ¨¦l. Es la quintaesencia del amateur -?c¨®mo no!-, del aficionado caradura capaz de fingir convincentemente todos los talentos ante los no especialistas, pero no de realizar una obra maestra en ning¨²n campo.Salvo en uno, donde la cualidad de experto nunca es reconocida como tal y ninguna academia sabe discernir laureles. La ¨²nica especialidad en la que Casanova fue maestro indisputable fue en vivir: nunca ha habido mejor vividor que ¨¦l. Vivi¨® de manera tan completa y notable que fue capaz de vivir dos veces, una como protagonista de su gesta vital y otra como minucioso cronista, capaz de rememorarlo todo invent¨¢ndolo de nuevo, es decir, vivi¨¦ndolo otra vez. Para llevar a cabo una obra maestra en cualquier terreno art¨ªstico o cient¨ªfico es necesario poner la vida al servicio de una tarea, de un empe?o que una vez realizado consiga su propia existencia separada, objetiva. Pero Casanova todo cuanto hizo lo puso al servicio de su vida misma y hasta sus memorias las escribi¨® exclusivamente para seguir viviendo, para no decaer del todo vitalmente. Y sin embargo as¨ª consigui¨® de forma adventicia lo imperecedero, mientras no hac¨ªa sino resistirse hasta el final a perecer.
Hay mucho en Casanova de elemental, de fuerza de la naturaleza. Sobre todo y por encima de todo, hay en ¨¦l una prodigiosa salud. Los que creen que el erotismo consiste en refinamientos perversos que brotan de lo exang¨¹e, de lo estragado o de lo desfalleciente har¨¢n bien en no frecuentar las p¨¢ginas de sus memorias. Probablemente las encontrar¨¢n tan aburridas ?como leer una gu¨ªa de tel¨¦fonos?, igual que le pas¨® a Fellini, que dirigi¨® una excelente pel¨ªcula sobre Casanova siendo ¨¦l mismo lo m¨¢s opuesto a Casanova que imaginarse pueda. Para empezar, el gran Giacomo no tiene nada de l¨¢nguido ni de enclenque morboso. Es un gigant¨®n cetrino, con m¨²sculos que rompen las costuras de los jubones acuchillados de terciopelo y con ¨®rganos cuyo funcionamiento bastar¨ªa para alimentar las fantas¨ªas m¨¢s reconfortantes de un consumidor de Viagra: messer sempre pronto, para decirlo con finura. Le distingue por tanto lo brav¨ªo de su apetito: ?Me han gustado los manjares de sabor fuerte: el pat¨¦ de macarrones hecho por un buen cocinero napolitano, la olla podrida de los espa?oles, el bacalao de Terranova, bien pegajoso, la caza de aroma embriagador y los quesos cuya perfecci¨®n se pone de manifiesto cuando los peque?os seres que en ellos se forman comienzan a hacerse visibles. En cuanto a las mujeres, siempre me ha parecido dulce el olor de las que he amado?. No hizo melindres ante nada y nadie se los hizo a ¨¦l tampoco: ?vivan el jugo, la grasa, los fuertes aromas y la turgencia! Por algo el gran Federico de Prusia, cuando se lo encontr¨® en 1764 en el parque de Sans-Souci, coment¨® ponderativamente: ??Sab¨¦is que sois un hombre muy hermoso??.
Pese a sus pujos de hidalgu¨ªa, lo suyo no fue la sutileza cort¨¦s ni la leve gracia de los pasos de danza, como le reprocha comprensivamente el pr¨ªncipe de Ligne. Su campo era la energ¨ªa arrolladora y la invasi¨®n. Pero har¨ªamos muy mal tom¨¢ndole por un bruto, porque en el trance er¨®tico siempre se rindi¨® a sus piezas como ¨²nico medio de rendirlas mejor. Fue un depredador amable. Sin duda se sirvi¨® de las mujeres, pero sirvi¨¦ndolas y a todas por igual: no hubo nadie m¨¢s democr¨¢tico en su gusto sexual, m¨¢s igualador de fregonas y princesas, de p¨²beres y talludas, de lindas y fe¨²chas, de putas y casadas. A todas les encontr¨® su gracia vaginal y del goce de todas se preocup¨® tanto como del propio, para obtener el propio. ?Hizo felices a muchas mujeres sin volver a ninguna hist¨¦rica?, seg¨²n observa Stefan Zweig en el magn¨ªfico estudio que le dedica en Tres poetas de sus vidas. Pese a que colabor¨® con Lorenzo da Ponte en el libreto de Don Giovanni, una diferencia esencial le separa del otro gran libertino: Don Juan es el seductor contra cuyas ma?as se previenen las mujeres entre s¨ª (?no caigas en sus redes!), mientras que a Casanova se lo recomiendan unas a otras (pru¨¦balo, merece la pena...).
?Que a esto no se le puede llamar amor? Pues s¨ª, fue una forma de amor que Sainte-Beuve -otro de sus comentaristas- define como ?un amor vivo, tierno, gozoso, sucesivo y olvidadizo, en el que el alma no interviene m¨¢s que para adornar los sentidos, aligerarlos y sonre¨ªrles, no para torturarles con celos y remordimientos?. Gratificante y agradecido tambi¨¦n, seg¨²n anota ¨¦l mismo al narrar uno de sus encuentros: ?Dos horas enteras transcurrieron en los m¨¢s dulces arrebatos. Por fin, arrobados y satisfechos el uno del otro, mir¨¢ndonos con la mayor ternura, juntos exclamamos: ?amor, gracias!?. Las amantes le perdonaban que se fuera en pos de la pr¨®xima, presintiendo que no les hab¨ªa quitado nada sino que les hab¨ªa dado cuanto sab¨ªa dar (es significativo que algunos de los paneg¨ªricos actuales m¨¢s notables de este macho total hayan sido escritos por mujeres: Chantal Thomas, Lydia Flem...).
Aparte del amor, su pasi¨®n predominante, ?qu¨¦ hizo Casanova en su vida? Pr¨¢cticamente de todo, salvo trabajar honradamente y aburrirse. Fue jugador, eclesi¨¢stico, estudiante de medicina y doctor en leyes, nigromante, violinista, esp¨ªa, alcahuete, inventor de loter¨ªas, traductor de La Il¨ªada, militar, libretista de Mozart, diplom¨¢tico, confidente de la Inquisici¨®n, secretario de pol¨ªticos influyentes, cabalista, mas¨®n, gacetillero, empresario teatral y tambi¨¦n textil, polemista, falsificador, matem¨¢tico... Huy¨® de muchos lugares y fue expulsado de otros tantos. Se escap¨® de la c¨¢rcel de los Plomos de Venecia, tras cruzar suspirando el puente que todos sabemos; se bati¨® en duelo en Varsovia, dejando malherido al postoli Branicki, lo que aceler¨® notablemente su partida de Polonia; en Madrid conoce la c¨¢rcel del Buen Retiro, despu¨¦s intenta colaborar con Olavide en la repoblaci¨®n de Sierra Morena y acaba otra vez encarcelado en Barcelona, por amor¨ªos con la mantenida del gobernador. Le expulsan de Viena, de Tur¨ªn, de Florencia y sale por pies de Londres cuando las cosas se ponen feas. Viaja, viaja sin cesar por la Europa ilustrada y prerrevolucionaria, en la que a¨²n se pod¨ªa deambular sin salvoconductos con s¨®lo invocar a gente amable o mostrar caradura, conoce a Voltaire, a Cagliostro y a Goe the, a¨²n tiene tiempo de repudiar por escrito a Robespierre... En tanto ajetreo no var¨ªa de car¨¢cter, pero s¨ª de nombre: Giacomo Girolamo Casanova ser¨¢ tambi¨¦n el caballero de Seingalt, Eupolemo Pentanero, Antonio Patroli, Angelo Patrolini et alii.
Y, claro est¨¢, envejece. Nunca ha tenido casa. S¨®lo su orgullo: ?Es orgulloso porque no es nada ni tiene nada?, se?ala el pr¨ªncipe de Ligne. Pero envejece. Reconoce que ?el hombre viejo tiene por enemigo a la Naturaleza entera?. Acaba asilado como bibliotecario del conde de Waldstein, en el castillo de Dux, en Bohemia. Se acabaron los amores y el libre vagabundear. Entonces escribe sus memorias para rumiar de nuevo su vida prodigiosa, sin olvidar ni un detalle, inventando cuando haga falta, carnales, nost¨¢lgicas, c¨ªnicas, impenitentes. El fr¨ªo prusiano le penetra los huesos, los criados del conde se burlan de ¨¦l y de sus ¨ªnfulas, ya no volver¨¢ nunca a Venecia. All¨ª morir¨¢ el 4 de junio de 1798, menos de un mes antes de que otro Giacomo ilustre, Leopardi, haya de nacer en Recanati. Sale el siglo sensual y optimista, llega el desencantado y dolorido. ?Pero -anota al comienzo de sus memorias- desmentir¨¦ a todos los que me vengan a decir que he muerto?. Y en verdad no muere, porque cuando la mano de hielo del comendador estruj¨® la suya y la voz de ultratumba le conmin¨® (pentiti!), ¨¦l contest¨® que no. Escribi¨® su vida, nos la entreg¨® para que revivamos su apetito formidable y su Europa infinita de sabios, de embaucadores, de revolucionarios. Luego respondi¨® a la muerte sin arrepentimiento: no.
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