?Poca broma?SERGI P?MIES
En el instructivo reportaje sobre el estado actual del humor en Catalu?a publicado en el Quadern del 28/5/98, algunas reputadas autoridades en la materia coincid¨ªan en diagnosticar que aqu¨ª sobran bromistas y faltan humoristas. Con cierta frecuencia, se cantan las excelencias del viejo humorismo ind¨ªgena situando sus mejores momentos en los a?os treinta y durante la transici¨®n franquista-democr¨¢tica. Estos hitos del cachondeo patrio est¨¢n ligados a revistas -El Be Negre, L"Esquella de la Torratxa, Por Favor- o a grupos teatrales -Els Joglars- que alcanzaron envidiables cotas de gamberrismo transgresor. Es habitual o¨ªr voces que repiten -a veces en plan Abuelo o Padre Cebolleta- que "aqu¨¦llos s¨ª eran buenos humoristas" y meten en el mismo saco a los que de verdad marcaron la diferencia y a los que se limitaron a echarle morro al asunto. Con adem¨¢n elitista y amn¨¦sico, olvidan la otra historia del humor local -a veces genial, otras veces cutre, siempre popular- de los Capri, Mary Santpere, Cassen, Eugenio, Ramon, La Trinca, Pedro Ruiz, Jordi Estadella, Xavier y Rosa Maria Sard¨¤ y tantos otros. Porque si uno relee cualquier ejemplar de El Be Negre o de Por Favor se dar¨¢ cuenta de que las muchas joyas conviv¨ªan con las bastantes median¨ªas, de la misma manera que no todos los bromistas actuales consiguen ser graciosos (algunos ni siquiera se toman la molestia de intentarlo). Una relectura de estos cl¨¢sicos permite darnos cuenta de que el mero hecho de ir contra el poder facilitaba el ¨¦xito y era un recurso id¨®neo para provocar la risa en tiempos marcados por turbulencias pol¨ªticas que contaban, junto con la genialidad de sus creadores, con la nada despreciable complicidad de lectores militantes. El problema quiz¨¢ sea que ahora ?a qui¨¦n demonios tendr¨ªan que oponerse? La normalizaci¨®n democr¨¢tica ha desactivado la complicidad sin matices, por no hablar del estado en el que se encuentra la militancia ni de lo dif¨ªcil que resulta hacer humor en seg¨²n qu¨¦ medios (es m¨¢s f¨¢cil escribir un art¨ªculo destroyer que salir a la calle con una unidad m¨®vil a currarse un reportaje cr¨ªticamente c¨®mico). De los legendarios humoristas de preguerra quedan pocos y sabios, pero sobreviven bastantes representantes del humorismo de los a?os setenta que se ganan la vida razonablemente bien y que saben que, a veces, pagar una hipoteca implica poner a remojar la p¨®lvora (el que est¨¦ libre de pecado que tire el primer chiste o art¨ªculo realizados con prisas, sin ganas y con una ¨²nica intenci¨®n alimenticia). Al opinar cr¨ªticamente sobre los "humoristas actuales" se corre el riesgo de exigirles un grado de compromiso que maldita la gracia que les hace (o que, fosilizados por un patr¨®n dogm¨¢tico sobre lo que deber¨ªa ser el humor, somos incapaces de apreciar). El malentendido quiz¨¢ radique en confundir entretenimiento con cr¨ªtica, sarcasmo con cachondeo, diversi¨®n con parodia, Benny Hill con Monty Python. Y si est¨¢ claro que La Trinca y Perich nunca fueron lo mismo, tampoco ser¨ªa justo mezclar a Jordi L. P. con el surrealismo subversivo e inteligente de Herbet von Popochen. Existe, me temo, un discurso inducido por los estragos de la nostalgia que mitifica el pasado y ningunea el presente. Cuando, en 1979, el gran Perich publica su Mundo, demonio y carne, incluye esta definici¨®n de la palabra analfabeto: "Persona que no sabe leer ni escribir, pero que en la actualidad ya conoce las letras de cambio". Hace unos meses, en su Petita Enciclop¨¨dia Catalana, el trio Orteu-Perell¨®-Salvad¨® propon¨ªa, para el mismo sustantivo, esta otra: "Per ignor¨¤ncia, aquell que no ha practicat mai sodomia". ?Cu¨¢l de las dos es humor¨ªsticamente m¨¢s correcta? No lo s¨¦, pero ambas nos ense?an dos caminos para fomentar la risa utilizando atajos perfectamente compatibles. Cuando se echa de menos el humor de antes o se llora por la falta de transgresores de verdad, quiz¨¢ se olvida que el problema no es tanto de talento ni de cantera como de empresas privadas y p¨²blicas dispuestas a apostar por lo imprevisible y probablemente pol¨¦mico (es triste que programas como Lo+plus, con sus gui?oles, o la p¨®lvora del primer Caiga quien caiga no sean exportables). La falta de valent¨ªa de los directivos de los medios de comunicaci¨®n tiene su l¨®gica. Siguiendo normativas de seguridad a¨¦rea, prefieren f¨®rmulas de humor moderado que contenten a muchos sin escandalizar a nadie a verse amenazados por proyectos m¨¢s subversivos que podr¨ªan hacer peligrar el pago de la hipoteca y su tranquilidad laboral. A veces, sin embargo, y jugando con las mismas armas de quienes les contratan, algunos profesionales son capaces de colar -no s¨¦ si queriendo o sin querer- petardos tan irreverentes como la candidatura de Josmar para representar a TV-3 en el Festival de Eurovisi¨®n, una astracanada aparentemente chabacana pero con una mala leche conceptual digna de Boadella. En resumen, quiz¨¢ exista un relevo para las viejas y maduras glorias del humorismo local, pero para que puedan desarrollarse es necesario que alguien les d¨¦ la oportunidad de demostrar su talento (siempre y cuando no interpretemos lo de talento como lo hacen Orteu, Perell¨® y Salvad¨®: "Talent: persona que reflexiona amb lentitud").
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