Los libros por el forro
POL?TICO LECTOR. Ve uno a Sergio Marqu¨¦s tan acorralado, un d¨¦bil numantino al que de un momento a otro las tropas poderosas van a bombardearle su palacio de invierno, y casi olvida que fuera alguna vez ¨ªntimo amigo de cualquier arrogante. La soledad humaniza al poderoso y lo lleva a los libros: la literatura no s¨®lo explica la vida, la acompa?a. Por eso fue a la radio, y al tratar de contar la inexplicable refriega de Asturias recurri¨® a un t¨ªtulo: El bobo ilustrado (Tusquets), de Jos¨¦ Antonio Gabriel y Gal¨¢n. No s¨®lo descubrimos que los ¨ªntimos amigos de ?lvarez Cascos leen, aunque tambi¨¦n es posible que empiecen a hacerlo cuando son abandonados, sino que la promoci¨®n de la lectura por la v¨ªa inusual de la entrevista pol¨ªtica consigui¨® estimular esta vez nuestra memoria perezosa.LISTAS ENVENENADAS. Quiz¨¢ de este modo los editores y libreros que han peleado por las listas de libros en la Feria hallen otro motivo de discordia en la menci¨®n de un t¨ªtulo en momento oportuno y sin que sea necesariamente novedad. Por ahora, lo que se ha revelado es otra perversidad de las dichosas listas: su capacidad de enfurecer a la vez a editores, libreros y escritores. No as¨ª a los cr¨ªticos que nunca las han tenido en gran estima. En cualquier caso, no deben de ser ahora lo que fueron hasta hace bien poco, porque los mismos que las condenaban en acalorados debates, como una forma de atrofia impuesta por la industria cultural, han pasado a amarlas hasta el punto de matarse por dominarlas o por estar en ellas.
LIBREROS. Rafael de la Pola, de 28 a?os, vive en Valencia y quiere ser librero. Pretend¨ªa el domingo, en el programa de radio en el que trabajo, que le afirmara quien supiera de esto si es tan ilusionante trabajar en una librer¨ªa como ¨¦l supone, o sirve para vender libros el mismo que vende chorizos. Pepe Berchis, que es un librero viejo y se ha pasado la vida en su caseta familiar de la cuesta madrile?a de Moyano, entre los libros, le cont¨® su pasi¨®n ejemplar, que es la de ese librero c¨®mplice que se prodiga todav¨ªa en muchas de las tan s¨®lo 4.000 librer¨ªas que hay en Espa?a. Luego llam¨® un oyente y puso a parir a los que venden libros sin verlos ni por el forro. Y tambi¨¦n una se?ora de Sevilla que exalt¨® los tiempos de lecturas clandestinas y las librer¨ªas a las que nos llevaban los libros perseguidos.
AUTORIDAD LIBRERA. De todo hay y ha habido. En una librer¨ªa de Madrid, que participa en listas y al tiempo las repudia, sostienen a¨²n que el buen pa?o se vende en el arca. Y no les quito la raz¨®n. Aunque en su escaparate exhiban con leg¨ªtima y mimada selecci¨®n s¨®lo los libros que les unen a sus propios intereses. Ha estado esta librer¨ªa en la guerra ferial de las listas, pero debe de ser por circunstancial y descuidada incoherencia, ya que el m¨ªnimo reclamo promocional produce all¨ª erupciones cut¨¢neas. Pudo comprobarlo as¨ª la amiga lectora que, una vez conocida la concesi¨®n del Premio Pr¨ªncipe de Asturias a Francisco Ayala, acudi¨® a solicitar sus obras y fue severamente amonestada. El ilustrado librero no pretend¨ªa desaconsejarle la obra de Ayala, pero la lectora la solicit¨® con motivo del premio (fr¨ªvola ella, alertada por los medios) y no en otro momento, con la silenciosa observaci¨®n de un lector que se precie y respaldada por la sola autoridad de su librero. Una lecci¨®n que puede aprovechar al joven valenciano que quiere ser librero si llega a la conclusi¨®n de la responsabilidad que asume con su feligres¨ªa.
EL P?BLICO. Se entiende as¨ª que haya gente que tema entrar en una librer¨ªa sin tener antes muy claro lo que quiere, como me contaba la escritora Enriqueta Antol¨ªn que sucede a muchos ciudadanos que pasan ante una galer¨ªa de arte y no se atreven a entrar. La gente se siente m¨¢s libre en la Feria que en el recinto vigilado de una librer¨ªa; m¨¢s decidida, menos t¨ªmida, capaz adem¨¢s de proporcionar al escritor ese placer tan resaltado, a veces con emocionada gratitud, del c¨¢lido contacto con su p¨²blico.
LOS ESCRITORES. Mi joven amigo Manolito Gafotas, sin referirse para nada a su acogida en la Feria, me cont¨® en la radio lo que ¨¦l, como si no escuchara, oy¨® en el Retiro. "Mira la cola que tengo yo", dec¨ªa lo que Manolito llama un escritorcio, "y ah¨ª tienes a ¨¦se, enfrente, que se cree muy listo, y s¨®lo ha firmado un libro y era para un viejo que deb¨ªa ser su padre porque ten¨ªa la misma cara que ¨¦l". A Manolito hay que escucharlo en su propia voz, no se le puede citar as¨ª como as¨ª, pero desde su mundo de inocencia relativa contaba las tensiones de una Feria que para su fortuna nunca llegan a percibir los que hacen cola.
POSDATA: Regresa de Roma Pasqual Maragall y espeta: "Vuelvo dispuesto a todo menos a obedecer a ciegas". ?A qui¨¦n?
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