Un lugar com¨²n llamado Cuba
Hace apenas unos d¨ªas, durante la fiesta que ofreci¨® una amiga de Barcelona, se me acerc¨® cierta catalana hermosa y culta, pol¨ªticamente de izquierdas, me dijo (quiz¨¢ fuera por eso que parec¨ªa de derechas e iba muy elegante y hasta con aire aristocr¨¢tico), y me pidi¨® que bailara con ella un n¨²mero de la Charanga habanera. Le confes¨¦ la verdad, que no sab¨ªa bailar. Me mir¨® entonces con tal consternaci¨®n que experiment¨¦ verg¨¹enza y decid¨ª agregar, a modo de excusa, que adem¨¢s me sent¨ªa un poco triste. Ante tal revelaci¨®n, impropia de una fiesta donde se bailaba salsa y se beb¨ªan cubatas y se hablaba a cada momento del encanto de La Habana, su consternaci¨®n lleg¨® al paroxismo. "?C¨®mo", exclam¨® airada, "un cubano que no baila y que para colmo est¨¢ triste!". Se alej¨® como lo hubiera hecho Catalina de M¨¦dicis ante un hugonote, y casi no volvi¨® a reparar en m¨ª durante el resto de la noche, y en los escasos momentos en que lo hizo se descubr¨ªa en sus ojos una r¨¦mora de disgusto, de desaprobaci¨®n, de desprecio.Nada respond¨ª a esa encantadora dama que se dec¨ªa de izquierdas, porque no soy de conversaci¨®n ingeniosa y carezco de respuestas r¨¢pidas. Pero cuando logr¨¦ recuperarme de su mirada y lo pens¨¦ mejor, me hubiera gustado detenerme frente a ella y decirle: "Pues s¨ª, querida se?ora, existen cubanos que a veces se ponen tristes; tambi¨¦n los hay graves, introvertidos, metodistas, neur¨®ticos, meditabundos, travestis, lacanianos, v¨ªrgenes, mis¨¢ntropos, budistas, impotentes, t¨ªsicos, hist¨¦ricos, asexuales, acomplejados, nietzscheanos y suicidas; tengo una amiga tan blanca que no puede exponerse al sol; otro amigo es un negro a quien el mandinga y el lucumi que le antecedieron no le impiden leer a Proust y pasarse las noches escuchando a C¨¦sar Franck; una joven mulata de Guanabacoa (exquisitamente mestiza) logra una pur¨ªsima Odette de El lago de los cisnes; un t¨ªo de mi madre aborrece las palmas y le encantar¨ªa que la isla estuviera cubierta de ¨¢lamos; Jos¨¦ Luis Cort¨¦s, m¨¢s conocido por El Tosco (ese salsero que usted, se?ora, tanto admira), podr¨ªa, si quisiera, interpretar a Mozart mejor que muchos flautistas mozartianos; hay infinidad de j¨®venes que leen a Herman Broch y a Derrida y a Maurice Blanchot, y se re¨²nen en una azotea, junto a una gran poetisa, a leer poemas que son afligidos y desesperados y decepcionados y pesimistas e iracundos y hasta refinados; hay quien no le encuentra sentido a la vida; hay desesperanzados y col¨¦ricos; hay quien tiene pesadillas y no duerme; y tambi¨¦n quien se olvid¨® de re¨ªr; y los hay con hast¨ªo baudelariano: hay quien no ha practicado ning¨²n deporte y no es aficionado al b¨¦isbol (hubo, incluso, un campe¨®n mundial de ajedrez, muy inteligente, por cierto), as¨ª como no todo el mundo bebe ron ni todo el mundo sabr¨ªa qu¨¦ hacer con un par de maracas.
Claro, despu¨¦s de todo, hice bien en no lanzarle la invectiva a la hermosa catalana. Al fin y al cabo, no era (no es) la ¨²nica con una visi¨®n tan simplista de Cuba; mucho menos, la culpable de dicha imagen.
Es cierto: los cubanos, entre otras cosas, conformamos un pueblo sensual y bullicioso, bailador y jaranero. No es ¨¦ste el lugar para analizar las razones de esa psicolog¨ªa nacional. ?No habr¨ªa acaso inn¨²meros argumentos que esgrimir para defender nuestro admirable mestizaje? S¨ª, es cierto: los cubanos somos un pueblo de aparente extraversi¨®n. Tambi¨¦n lo es que en gran medida intentamos huir de la seriedad y de la trascendencia, de lo juicioso y de lo demasiado circunspecto. Pero ya para encontrar esas claves de la "cubanidad", se ha escrito mucho, y en especial existen dos textos inmensos: el imprescindible ensayo de Jorge Ma?ach Indagaci¨®n del choteo y el no menos imprescindible poema de Virgilio Pi?era La isla en peso.
Otra verdad es que intentamos ser en alguna medida un pa¨ªs de hedonistas; no es menos verdad que lo somos a despecho (quiz¨¢ ser¨ªa mejor escribir "gracias a") de nuestra dura vida cotidiana, y terminamos siendo, sin pensarlo, sin quererlo, un pueblo de estoicos.
La rumba, el son o la guaracha no bastan para explicar eso que tal vez somos. Ellas forman parte de nuestra vida, s¨ª, tanto como el calor, las moscas, la bulla o la nostalgia. La charanga habanera es tan cubana como Amadeo Rold¨¢n o la camerata Romeu. Nieves Fresneda como Alicia Alonso. Los poetas repentistas como Jos¨¦ Manuel Poveda, Lezama Lima o Gast¨®n Baquero. No todos nuestros paisajes son de palmeras y de playas pur¨ªsimas; existe tambi¨¦n en La Habana un barrio espantoso llamado Luyan¨® y otro peor llamado La Jata. Como la luna, o como todas las cosas de este mundo que conocemos, tenemos una cara oscura y oculta. Una cara de dolor. O diab¨®lica. O terrible.
Hasta en el mismo acto del amor (en el que tan c¨¦lebres se han convertido cubanos y cubanas en muchos c¨ªrculos europeos) existe quiz¨¢ un fondo de desesperaci¨®n. Porque el contacto entre dos cuerpos, la libertad, la autonom¨ªa sobre el mundo que ofrece el beso, la caricia, el abandono perfectamente divino del "momento m¨¢s intenso del abrazo" (la frase es de Octavio Paz), liberan al hombre, aunque sea por un tiempo brev¨ªsimo, del peso de la Historia y de las redes (no por invisibles menos poderosas) que ¨¦sta lanza sobre aqu¨¦l.
Es l¨®gico que el turista no se entere de estas cuatro verdades. Debe de haber alguna diferencia entre el turista y el antrop¨®logo. No hay que culpar al turista de que vaya a lo suyo, a su diversi¨®n, a su aturdimiento. No hay que culparlo de que no repare en el pormenor de que hay calamidades en el mundo. Quien va a tomar el sol en una playa no est¨¢ para detenerse a razonar si ese mismo sol molesta a los nativos, a los que tienen que sufrirlo en su intensa crueldad todos los d¨ªas del a?o.
Cuba es un pueblo que canta y baila. Un pueblo que sabe amar y re¨ªr. Un pueblo espl¨¦ndidamente gracioso. Del mismo modo, es un pueblo que padece y conoce c¨®mo ocultarlo. Un pueblo que sufre. En un disco con canciones de Mar¨ªa Teresa Vera se pondera la rumba en una canci¨®n que tiene un estribillo pegajoso y lleno de vivacidad criolla: "Arrolla, cubano, que eso es tuyo". En otra, la que le sigue de inmediato, la misma hermosa voz de la trovadora canta: "Porque me siento triste, cansada de la vida...".
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