Inglaterra vuelve a suspender en los penaltis
Argentina se clasifica para cuartos en un partido intenso en el que Owen marc¨® un gol inolvidable
Inglaterra volvi¨® a suspender en una materia que le traumatiza. Fracas¨® en la rueda de penaltis, como en el Mundial de Italia y la Eurocopa del 96. Esta vez fallaron Ince y Batty despu¨¦s de un partido superlativo en tiempo y emociones, m¨¢s intenso que cualquier otra cosa, con la vibraci¨®n acostumbrada cuando se enfrentan estos dos equipos. Hubo dos penaltis, una expulsi¨®n, la pr¨®rroga, un gol inolvidable, marad¨®nico, de Owen, una atm¨®sfera el¨¦ctrica y un desenlace propio de lo que sucedi¨® en Saint ?tienne. El partido se mont¨® sobre una paradoja. A partir de un juego muy imperfecto se vivi¨® un duelo espectacular, una contradicci¨®n esperada por otra parte. Primero por las caracter¨ªsticas de los dos equipos: aguerridos, tenaces, firmes de ¨¢nimo, m¨¢s provistos de esp¨ªritu que de juego. Y segundo porque el ambiente ten¨ªa un car¨¢cter vol¨¢til, f¨¢cilmente contagioso a unos jugadores que salieron en un estado hipertenso, con tantas simetr¨ªas en su esquema y en su comportamiento que el partido s¨®lo pod¨ªa decidirse a trav¨¦s de los detalles y de los errores. Pero por encima de la lectura cr¨ªtica siempre estuvo un duelo frontal y emotivo. El f¨²tbol tambi¨¦n es eso. Donde no llega la ortodoxia, alcanza la pasi¨®n.La contradicci¨®n m¨¢xima se produjo tras la expulsi¨®n de Beckham en el primer minuto del segundo tiempo. El asunto apenas tuvo trascendencia sobre el juego, porque el partido iba por otro lado. Precisamente fue entonces donde qued¨® m¨¢s detallado el car¨¢cter actual de la selecci¨®n argentina. Su dificultad para sacar provecho de una situaci¨®n favorable habla mal del verdadero talento de sus jugadores. Su dependencia de Ortega fue extrema, para bien y para mal, porque Ortega ofreci¨® todas sus vertientes. Tuvo periodos desesperantes. Pero en otras ocasiones le sal¨ªa el jugador desequilibrante que a veces lleva dentro. Y entonces se generaba un problema de dif¨ªcil soluci¨®n para los centrales ingleses, poco acostumbrados a los juegos de astucia.
El sim¨¦trico de Ortega deb¨ªa ser Scholes, pero su actuaci¨®n apenas tuvo relevancia. As¨ª que el correspondiente fue Owen, que protagoniz¨® la primera parte en dos acciones que le vinieron estupendamente a un duelo con tanta historia por detr¨¢s. Despu¨¦s de tanta panoplia con el partido del 86, con la mano de Dios y con el asombroso gol de Maradona, result¨® que Owen fue un poco como el pelusa en las dos acciones que dieron vuelta al primer gol argentino, un penalti convertido por Batistuta.
Owen, jugador intr¨¦pido, veloz y list¨ªsimo, se fabric¨® un penalti que no existi¨®. Esa jugada con Vivas no figura en el esp¨ªritu del f¨²tbol ingl¨¦s y cabr¨ªa interpretarla como una trampa, la misma que tanto se recuerda de Maradona. Shearer marc¨® y el partido regres¨® a su estado inicial. Argentina encontraba de forma intermitente su v¨ªa por medio de Ortega; Inglaterra lo hizo con Owen, que tambi¨¦n fue un poco Maradona en el maravilloso segundo gol ingl¨¦s. La diferencia entre aquel gol del 86 y ¨¦ste de Owen es que Maradona gener¨® algo prodigioso a partir de la nada. El chico ingl¨¦s tampoco lo tuvo sencillo, pero la posibilidad del gol fue evidente cuando meti¨® la primera marcha frente a Chamot.
La jugada fue formidable por varias razones: el control de espuela en el medio campo, un toque delicad¨ªsimo que le sirvi¨® para rebasar a Chamot y aventurarse con Ayala, abrumado por el quiebro y el cambio de velocidad de Owen, ahora frente a Roa, indefenso ante el remate cruzado del ingl¨¦s, un tiro autoritario, inapelable. Por la calidad de su ejecuci¨®n, por la trascendencia del momento, por el protagonismo de un jugador admirable, ese gol supera a cualquier otro de este Mundial.
En aquellos minutos dif¨ªciles, Argentina se aguant¨® con oficio, a la espera del segundo aire. Lo encontr¨® en dos jugadas de Ortega y en una acci¨®n que descalifica a los defensas ingleses, que se comieron un gol de guarder¨ªa. La campana hab¨ªa salvado a Argentina tras una primera parte de gran intensidad, con un protagonismo indiscutible de Owen y Ortega y con varios jugadores sin peso sobre el juego. Claudio L¨®pez volvi¨® a quedar muy desacreditado.
Por supuesto, Argentina dirigi¨® las operaciones en el segundo tiempo. La expulsi¨®n de Beckham as¨ª lo exig¨ªa. Sin embargo, se produjeron dos hechos notables: Inglaterra soport¨® su dif¨ªcil situaci¨®n con una entereza extraordinaria, sin caer en la condici¨®n victimista que tanto da?o provoca en estas ocasiones; por otro lado, Argentina sigui¨® sin encontrar los caminos adecuados para batir a la defensa inglesa. La escasa utilizaci¨®n de los costados, tan necesarios en el segundo tiempo, se adivinaba en la alineaci¨®n. Ni Simeone ni Zanetti pueden explorar esa zona. Y Piojo L¨®pez desmiente enseguida su pinta de extremo. Le falta precisi¨®n, recursos y categor¨ªa.
Sali¨® Gallardo para ayudar a Ortega, pero el partido se hab¨ªa condenado a lo emotivo. Inglaterra meti¨® a Southgate y Batt para contener la presumible marea argentina. Ni en la pr¨®rroga gir¨® el curso del partido, decididamente intenso en el campo y en las gradas, donde un fondo coreaba el Vamos, vamos Argentina y en el otro se o¨ªa el Come on, England. Se hab¨ªa establecido la puesta en escena necesaria para los penaltis, materia en la que los ingleses suspenden indefectiblemente. Lo hicieron en el Mundial del 90 frente a Alemania (Pearce), volvieron a fracasar en la Eurocopa 96 (Southgate) y en Saint ?tienne persistieron en su quebranto (Batty). Por lo visto, algunas cosas son inmutables en el f¨²tbol.
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