Prisioneros de los presos
Pocos disc¨ªpulos m¨¢s aventajados en la teor¨ªa y pr¨¢ctica de Goebbels que los propagandistas de Herri Batasuna. No en vano consiguen que sus burdas consignas, a fuerza de machacarlas, acaben sonando para buena parte de la sociedad vasca a verdades punto menos que evidentes. ?Porque la mayor¨ªa social se apunta con fervor a la empresa de "construcci¨®n nacional"? Qu¨¦ va; ante todo, porque abundan perezosos m¨¢s dispuestos a renunciar a toda reflexi¨®n que a su oxidada aureola de "progresistas", porque a¨²n subsisten cristianos complacidos en unos buenos sentimientos que distan mucho de serlo. Nunca se repetir¨¢ bastante que, si los armados o sus tesis triunfan, ello se debe a que demasiados ciudadanos est¨¢n intelectual, pol¨ªtica y moralmente desarmados. Prueba de este desarme es la facilidad con que prende entre la gente la campa?a, encabezada por ETA, favorable al acercamiento o reagrupaci¨®n de sus presos. Se dir¨ªa que aqu¨ª los m¨¢s enconados problemas civiles han de resolverse a la manera del mercado; o sea, sin que los demandantes deban ofrecer raz¨®n alguna, sino nada m¨¢s que su pura capacidad adquisitiva, se exprese ¨¦sta en moneda electoral o simplemente criminal. Y al ejercicio de amontonar cad¨¢veres como valor de cambio en este negocio los m¨¢s brutos del lugar lo denominan "soluci¨®n democr¨¢tica".1. La solicitud de acercamiento de los presos (para qu¨¦ hablar de su concentraci¨®n) carece de fundamento pol¨ªtico defendible. Acceder a tal demanda, se nos predica, ser¨ªa una feliz iniciativa del Gobierno que contribuir¨ªa a la pacificaci¨®n..., como si iniciativas de mayor calado (la amnist¨ªa total de 1977, los indultos de los a?os ochenta) no hubieran servido m¨¢s para envalentonar a la banda que para disuadirla. A fin de acallar sus escr¨²pulos, estos colaboradores de ocasi¨®n dir¨¢n que a ETA le sobran falsos pretextos para matar y que ¨¦ste es uno de tantos. Tal vez, pero lo cierto es que bajo esta expresa invocaci¨®n de sus presos (y en nombre tambi¨¦n de esa "mayor¨ªa social" que la comparte) tortur¨® a Ortega Lara, sacrific¨® a M.A. Blanco y ha asesinado despu¨¦s a otros seis concejales del partido gubernamental. ?Que, en mitad de ese horror, los nacionalistas moderados persisten en mantener con sus parientes extremistas aquella consigna y sus contactos blindados? Ser¨¢ que unos y otros albergan una conciencia blindada contra toda l¨®gica civil y cualquier asalto moral.
Personas de apariencia "normal" y hasta excelente se escudan en el torpe argumento de que hay que sostener las buenas causas al margen de la penosa circunstancia de que algunos las secunden con medios criminales. Prefieren ignorar que no deben de ser tan magn¨ªficos unos objetivos que, en lugar de ser alcanzables por los cauces ordinarios, requieren, al contrario, tan b¨¢rbaros instrumentos. Tratan de olvidar que la misma cala?a de los que m¨¢s vociferan, esa que indujo a cometer los bestiales delitos que hoy purgan sus presos, proyecta unas sombras siniestras sobre lo razonable y bienintencionado de aquella petici¨®n. Cuesta trabajo admitir que una somera lectura de Egin no le haga caer al tibio pacifista del guindo de su bienaventuranza. Y, en la medida en que la pol¨ªtica es pragm¨¢tica, parece mentira que todav¨ªa haya de aprender la lecci¨®n que un ilustre encarcelado como ?lvarez Santacristina (Txelis) dirige a sus camaradas: "Sin distensi¨®n no desaparecer¨¢ la dispersi¨®n".
2. Pero aquella demanda tampoco tiene fundamento legal, por m¨¢s que se vocee como un derecho positivo indiscutible. Ya puede el querellante exhibir como aval su disposici¨®n al sacrificio, que no por ello a?ade raz¨®n a lo que no la tiene ni derecho a lo que no lo es. Lo saben, sin duda, los hombres de leyes, y en particular los penalistas, aunque la precauci¨®n les ordene callar. Lo han de saber tambi¨¦n los abogados de los presos, a quienes poco hubiera costado -si dieran con base jur¨ªdica para ello- inundar los tribunales espa?oles y europeos de recursos contra el supuesto desprecio de ese derecho de sus defendidos. Lo sabe incluso el presidente del PNV, se?or Arzalluz, cuando declara: "Nosotros un d¨ªa dijimos que la dispersi¨®n no contradec¨ªa ning¨²n derecho de los presos y lo seguimos diciendo ahora" (Deia, 22 de febrero).
L¨¢stima que esta ¨²ltima declaraci¨®n s¨ª contradiga de lleno el parecer emitido en esas fechas (y reafirmado hace unos d¨ªas) por la Comisi¨®n de Derechos Humanos del Parlamento Vasco ante su hom¨®nima Comisi¨®n Europea. Pues en su escrito, mal redactado y peor fundado, se consagra como derecho fijado por ley lo que despu¨¦s no pasa de ser una consideraci¨®n humanitaria, se rechaza una "pol¨ªtica global de dispersi¨®n" que s¨®lo podr¨ªa implantarse "en contra de la ley y de los principios democr¨¢ticos", se menciona "una violaci¨®n continua de los derechos elementales" de los internos y sus familias y, en fin, se denuncia "una situaci¨®n grave de posible conculcaci¨®n de derechos humanos"... ?Pero acaso esta comunidad aut¨®noma no goza en materia penitenciaria de una competencia exclusiva en cuyo ejercicio podr¨ªa corregir de ra¨ªz tama?os desafueros, si los hubiere? S¨ª, s¨®lo que su Gobierno ha dado de momento muy escasas muestras de apetecer solicitarla y ejercerla. Y as¨ª las cosas, ?de verdad que no recae sobre los miembros de aquella Comisi¨®n de Derechos Humanos alguna responsabilidad pol¨ªtica y moral en la sangre vertida como respuesta presuntamente leg¨ªtima a la presunta violaci¨®n de un no menos presunto derecho elemental? Ustedes dir¨¢n. Entretanto, seg¨²n prosegu¨ªa Arzalluz, d¨ªgase que "estamos hablando simplemente de acercamiento, que se puede verificar en la dispersi¨®n". Porque ese acercamiento de los presos, que en la ley penitenciaria no es objeto de obligaci¨®n jur¨ªdica, s¨ª lo es ("se procurar¨¢", reza el texto) de recomendaci¨®n. Y entonces lo ¨²nico que toca en este plano es discernir con prudencia si aqu¨ª y ahora esa exhortaci¨®n del legislador parece compatible con la funci¨®n reparadora de la pena, el derecho del Estado y de la sociedad a su seguridad y el objetivo carcelario de rehabilitar al recluso. Para desgracia de todos, casi todo indica que no. Salvo admirables excepciones ("traidores" los llaman), ni creen en su delito, ni en la pena que merece, ni en el Estado que la dicta ni en la sociedad que as¨ª se defiende mientras espera acogerles cuando dejen de ser sus enemigos; ellos s¨®lo creen en su Causa, tanto m¨¢s cruel cuanto m¨¢s ficticia. As¨ª se entienden las palabras de Max Weber: "Con guerreros de la fe no se puede pactar la paz; lo ¨²nico que se puede hacer con ellos es neutralizarlos...".
3. De suerte que la reivindicaci¨®n de aproximar a los presos de ETA a su tierra tan s¨®lo puede apoyarse, a lo m¨¢s, en razones humanitarias. Es la compasi¨®n la que nos pide sentir como propio todo sufrimiento humano, m¨¢s all¨¢ de que la justicia nos diga que el dolor del criminal encarcelado sea merecido y moralmente incomparable con el dolor inmerecido de su v¨ªctima. Pero, por Dios, que no emboten nuestra capacidad de compasi¨®n esos mismos (sus familiares reunidos en Gestoras o en Senideak) que la solicitan. Pues tan perverso resulta equiparar el da?o de la v¨ªctima con el de su verdugo como absurdo reclamar piedad y a la vez amenazar venganza e infundir miedo. Podemos y debemos compadecer al arrepentido de haber matado, pero no al que sigue emperrado en matar. A fin de cuentas, la humanidad y hasta la santidad para con el despiadado tienen su l¨ªmite irrebasable en el respeto de la libertad de todos los dem¨¢s.
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