Virenque: "Chao, Francia"
El Festina intent¨® negociar el poder correr la etapa y termin¨® amenazando con tomar medidas legales
La expulsi¨®n del Festina, un hecho sin precedentes en la historia del Tour, se hizo efectiva ayer, a pesar del intento de sus corredores de tomar la salida y provocar un serio conflicto en un d¨ªa especialmente complicado: el matrimonio Chirac acud¨ªa a la etapa. Dijeron que no ser¨ªa conveniente ver a Jacques Chirac felicitando a un corredor del Festina. Menos conveniente a¨²n una amenaza de huelga. Richard Virenque y sus compa?eros aceptaron la decisi¨®n tras una larga ma?ana, pero se despidieron con la amenaza de tomar acciones legales contra el Tour si, tras el proceso judicial, resultaran inocentes. Para ello acudieron a la meta a obtener un documento que certificara la expulsi¨®n. A la confusi¨®n de la noche sigui¨® una larga y ca¨®tica ma?ana de s¨¢bado. 18 de julio, un d¨ªa que no se olvidar¨¢ f¨¢cilmente. Signific¨® el final de la presencia del equipo Festina, pero no el ¨²ltimo cap¨ªtulo de un caso que puede derrumbar los cimientos del ciclismo. La coincidencia es un¨¢nime en el pelot¨®n del Tour: habr¨¢ un antes y despu¨¦s de lo que ha ocurrido. Lo malo es que nadie se siente seguro de lo que puede suceder a partir de hoy. A¨²n se sienten temblores bajo la superficie.Los corredores hab¨ªan pedido un sedante a altas horas de la madrugada para poder conciliar el sue?o durante la noche del viernes. Por la ma?ana, como si fuera un acto reflejo, el equipo amaneci¨® en plena rutina. Los mec¨¢nicos se dispusieron a dar los ¨²ltimos toques a la bicicleta; los corredores y asistentes acudieron al sal¨®n reservado para el desayuno.
Los corredores iban tomando asiento en una extensa mesa. A¨²n entonces desconoc¨ªan el texto del comunicado que decretaba su expulsi¨®n. Preguntaban si hab¨ªa alguna noticia nueva. Ped¨ªan la asistencia de un abogado. No hab¨ªa noticias y no aparec¨ªa un abogado. Nadie estaba en condiciones de tomar la iniciativa. El caos era completo. No hab¨ªa jefe. Estaban solos. Afuera, esperaba la prensa.
Comenzaron a hablar. Richard Virenque tom¨® la palabra. Dijo que hab¨ªa que tomar la salida. No se resist¨ªa a abandonar.
-Tomo la salida, corro a tope y les mando a tomar por culo. Y ma?ana vuelvo a salir.
-?Y cuando llegue la monta?a?, pregunta su compa?ero Herv¨¦.
-A tope.
-?Crees que lo vas a resistir? ?Y cu¨¢ndo no puedas m¨¢s y te quedes? ?Qu¨¦ dir¨¢n, que no has podido m¨¢s porque hab¨ªas dejado de tomar productos? Reflexionemos, no estamos en condiciones de montar un n¨²mero en la salida.
Habl¨® Pascal Herv¨¦, partidario de aceptar la decisi¨®n de la direcci¨®n del Tour.
-Ahora mismo, tenemos al p¨²blico de nuestro lado. Piensan que no somos culpables, que estamos en nuestro derecho de seguir corriendo, que est¨¢n cometiendo con nosotros una injusticia. Si hacemos algo a la salida, si forzamos la situaci¨®n, el Tour lo puede entender como una provocaci¨®n, qu¨¦ nuevas noticias habr¨¢ al d¨ªa siguiente. No podemos correr bajo tanta presi¨®n.
Poco despu¨¦s, Virenque emprende una nueva iniciativa. Buscar la solidaridad del pelot¨®n. Acude a una sala anexa, donde desayunaba por entonces el equipo Mapei, tambi¨¦n alojado en el mismo hotel. Pide una acci¨®n conjunta, pero recibe evasivas. "De acuerdo, si vamos todos", es la respuesta. Entonces se dan cuenta de una nueva dificultad: el s¨¢bado no se disputaba una etapa cualquiera. Era la contrarreloj. No hab¨ªa posibilidad de reunir a los 181 corredores. Cada cual estaba en su hotel, algunos equipos separados en 30 kil¨®metros, cada corredor con un calendario de actividades diferente, unos ya dispuestos para tomar la salida a las 10.08 horas de la ma?ana, otros todav¨ªa descansando porque deb¨ªan salir seis horas despu¨¦s.
Virenque no se detiene ah¨ª. Vuelve a sentarse en la mesa del equipo. La mitad de sus compa?eros se han ido a la habitaci¨®n. Toma el tel¨¦fono m¨®vil, habla con su abogado, hay que hacer algo, pide la comunicaci¨®n oficial de la expulsi¨®n del equipo para leerle el texto. Nadie la tiene. No se ha recibido siquiera un fax de la organizaci¨®n del Tour. Est¨¢ excitado. Pide hablar por el m¨®vil con el director del Tour, Jean Marie Leblanc. Se levanta y se encierra en otra sala contigua. Dicen que la conversaci¨®n se produjo en t¨¦rminos muy duros. Que Leblanc amenaz¨® con que aparecieran m¨¢s papeles, m¨¢s datos de la investigaci¨®n. Datos perjudiciales para los corredores.
Son las once de la ma?ana. La prensa espera fuera. Llegan los mec¨¢nicos a la mesa del desayuno y ocupan sus posiciones como si no hubiese sucedido nada. Charlan ajenos a todo. Las bicicletas est¨¢n preparadas abajo. Virenque sigue hablando, mientras pasea de un lado a otro con el m¨®vil pegado a la oreja. Pide que vengan los dem¨¢s y van llegando. Se encierran en otra sala. Z¨¹lle es uno de los ¨²ltimos en llegar, no entiende nada, no quiere seguir, est¨¢ abrumado, perdido.
El tiempo avanza. La prensa espera. Se habla ya de acudir a la salida, de socilitar de la organizaci¨®n un papel que certifique la expulsi¨®n de cada corredor.
Sale Virenque de nuevo y pregunta por el suizo Armin Meier. Es el corredor que primero deb¨ªa tomar la salida. Meier no hab¨ªa aparecido en ning¨²n momento, no acudi¨® a ninguna reuni¨®n. Estaba en su habitaci¨®n. "?D¨®nde est¨¢, a qu¨¦ hora sale?". Eran casi las doce de la ma?ana y quedaba media hora para que el primer corredor del Festina tomara la salida (si hubiera sido un d¨ªa normal). No hab¨ªa tiempo para llevarle: la rampa estaba situada a unos 40 kil¨®metros del hotel. Y, adem¨¢s, Meier no quer¨ªa hacerlo. Como Z¨¹lle.
Entonces Virenque se dirigi¨® a los presentes. Habl¨® en alto.
-Si hubiera dado positivo en un control, me dar¨ªan un papel comunicando mi expulsi¨®n y me tendr¨ªa que ir.No he recibido ning¨²n papel del Tour que me impida salir. Tengo que ir all¨ª y pedir que me lo den. Si no lo hacen, tomo la salida y termino la etapa. Si lo hacen, me voy a la rampa, hago unos kil¨®metros, doy media vuelta y digo, Chao Francia. Tenemos que ir por narices. Si no nos van a dar por el culo.
Virenque, entra y sale. Quiere hacer algo, pero nadie da una orden. No est¨¢ Bruno Roussel. Est¨¢ en la c¨¢rcel. Era el jefe; detr¨¢s suyo, el caos. El caos o Virenque, que entra y sale, habla y habla ante la mirada de su padre, sentado en silencio. Virenque pide unas hojas de papel. Se las buscan. ?Un comunicado? La prensa espera. Pasa el tiempo. Sale del sal¨®n, decidido. Ahora parece el jefe. Pide que le sigan todos los dem¨¢s. Por fin una orden. Alcanza la recepci¨®n. Pregunta si est¨¢n preparados los coches. Lo est¨¢n. "Nos vamos a la salida". Roussel no puede mandar desde la c¨¢rcel, pero ahora manda Virenque.
Es la una y media. Han pasado cinco horas de puro caos. Los sucesos se precipitan. Los coches del Festina forman una caravana junto a los autom¨®viles de la prensa. A mitad de camino, cambian de idea y se dirigen a la meta. All¨ª les espera en un bar Jean Marie Leblanc, director del Tour. A la media hora escasa, sale Leblanc para decir que est¨¢ emocionado porque los corredores le hayan querido ver, pero que la decisi¨®n es irrevocable. Les ha dado un papel con la comunicaci¨®n oficial. Se va. Sale Virenque y su s¨¦quito. Dice que han sido las v¨ªctimas del caso y que se tomar¨¢ la revancha el a?o que viene, mientras agradece el apoyo de "todo el pueblo franc¨¦s". Sigue siendo el l¨ªder pero las l¨¢grimas inundan sus ojos. Abandona el local, sale a la calle y la gente le ovaciona. Entre aplausos, se introduce en un autom¨®vil y se aleja del escenario.
Cuatro horas despu¨¦s, Leblanc, el director del Tour, aparentaba satisfacci¨®n: Ullrich llevaba el maillot amarillo y desped¨ªa al matrimonio Chirac, que hab¨ªa pasado una agradable jornada con el Tour. El matrimonio Chirac se desplazaba a Par¨ªs en un par de helic¨®pteros.
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