El lugar de Espa?a en Catalu?a y Euskadi
Sean cuales fueren las razones de los nacionalismos catal¨¢n y vasco, sin duda su demanda de reconocimiento qued¨® cumplida con la Constituci¨®n espa?ola de 1978 (CE) y los respectivos Estatutos de Autonom¨ªa. El art. 2 alude expresamente a las nacionalidades y el Diccionario de la Real Academia (DRAE) nos se?ala que nacionalidad es la cualidad de quien es naci¨®n, de modo que la identidad nacional ha quedado reconocida, al igual que las "dem¨¢s lenguas espa?olas", patrimonio de todos. Cuando se oye hablar de soberan¨ªa compartida uno se pregunta en qu¨¦ consiste este artefacto de las comunidades aut¨®nomas (CCAA) sino en compartir la soberan¨ªa.Pero la CE, por razones que no vienen al caso, s¨ª quiso separar la condici¨®n de espa?ol de una determinada adscripci¨®n identitaria o cultural. De modo que, en la m¨¢s actual l¨ªnea del pensamiento pol¨ªtico, separ¨® la identidad pol¨ªtica de todos como espa?oles de las variadas identidades culturales o nacionales. S¨®lo esa astucia permite explicar, por una parte, que el reconocimiento de las nacionalidades y regiones del art. 2 no tenga conexi¨®n alguna con las autonom¨ªas que desarrolla en el T¨ªtulo VIII. O que, ya de modo m¨¢s marcado, el mismo art. 2 diga sucesivamente que hay un ¨²nico soberano, la naci¨®n espa?ola, que sin embargo est¨¢ formado por nacionalidades y regiones, lo que es lo mismo que decir que Espa?a es una naci¨®n, pero una naci¨®n compuesta y compleja. El modelo de la CE no es as¨ª un modelo de Estado plurinacional puro, resultado de la simple confederaci¨®n de varias naciones, sino un modelo de mu?ecas rusas tal que la m¨¢s comprensiva, la naci¨®n espa?ola, engloba otras nacionalidades.
Y dec¨ªa que este esquema se ajusta a la m¨¢s actual doctrina pol¨ªtica que, desde teor¨ªas del patriotismo constitucional (Habermas), pretende separar la pertenencia del ciudadano a un orden pol¨ªtico de su adscripci¨®n cultural concreta. Pero m¨¢s importante es constatar que esta m¨²ltiple lealtad que la CE consagra es adem¨¢s el modo usual en que la mayor¨ªa de las personas construimos nuestras identidades. Y as¨ª, si preguntamos a los espa?oles (incluidos catalanes y vascos) ¨¦stos nos dir¨¢n que se sienten identificados primero con su lugar de residencia, luego con el de nacimiento, m¨¢s tarde con las regiones respectivas de residencia y nacimiento, despu¨¦s con Espa?a, tambi¨¦n con Europa, y finalmente, cuando viajan, no dejan de sentirse parte de la civilizaci¨®n occidental. El modelo de las mu?ecas rusas reproduce pues el modo normal de organizar las identidades de base territorial (pues hay otras muchas que no vienen al caso, desde las religiosas a las de g¨¦nero y otras). Lo que tampoco es casual pues, en el fondo, si repensamos la historia de Espa?a, encontramos de nuevo el modelo de las mu?ecas rusas con una naci¨®n compuesta de la fusi¨®n din¨¢mica de varias nacionalidades y regiones.
El problema surge cuando uno se percata de que el orden jer¨¢rquico de las mu?ecas rusas no tiene por qu¨¦ ser el mismo. Y as¨ª, por simplificar, mientras unos sienten Espa?a como la realidad m¨¢s inclusiva, otros pueden sentir Catalu?a y Euskadi. Lo que no deber¨ªa ser un problema. Pero Catalu?a y Euskadi no son s¨®lo naciones sino tambi¨¦n CCAA, es decir, parte del Estado espa?ol. Y como tales entes estatales deben practicar la misma distancia entre organizaci¨®n pol¨ªtica y cultura que la CE exige para Espa?a en su conjunto. O dicho de otro modo, al igual que el nacionalismo espa?ol se ha vuelto postconvencional para hacer sitio en su modelo de Estado a otras nacionalidades, del mismo modo los otros nacionalismos deben revisarse para hacer sitio, dentro de sus respectivas naciones -y con mayor motivo dentro de sus CCAA- , a la nacionalidad espa?ola.
Y as¨ª, el problema hoy, a veinte a?os de la CE, no es el lugar de Catalu?a o Euskadi en Espa?a. Lo que ahora discutimos es el lugar de Espa?a en Catalu?a o Euskadi y, m¨¢s duramente, si tiene en absoluto espacio. Pues parece claro que se puede ser catal¨¢n en Espa?a sin ser ciudadano de segunda y el ejemplo m¨¢s dram¨¢tico es el propio Pujol. Pero ?se puede ser espa?ol en Catalu?a sin ser un ciudadano de segunda, malquerido por su deficiente catalanismo y su doble lealtad? No voy a contestar que no; pero tampoco tengo la seguridad de poder contestar que s¨ª. Y en todo caso s¨ª tengo la seria impresi¨®n de que los nacionalismos catal¨¢n y vasco se aferran al modelo identitario, historicista y decimon¨®nico de nacionalidad y contin¨²an identificando la naci¨®n vasca o catalana con su respectiva CCAA sin caer en la cuenta de que, por el mismo argumento que esgrimieron para hacerse sitio en la naci¨®n espa?ola, ¨¦sta tiene derecho a exigir que ellos le hagan sitio dentro de sus nacionalismos. El d¨ªa en que Pujol afirme, no que Espa?a le es entra?able, sino que ¨¦l tambi¨¦n es espa?ol justamente por ser catal¨¢n pero que igualmente se puede ser catal¨¢n siendo s¨®lo espa?ol, ese d¨ªa gran parte de los recelos mutuos habr¨¢n desaparecido. Nosotros creemos que ser catal¨¢n es una forma de ser espa?ol; ?pueden los nacionalistas catalanes o vascos asegurar que ser espa?ol en la CCAA de Catalu?a o de Euskadi es una forma m¨¢s de ser catal¨¢n o vasco? Nosotros creemos, con la Constituci¨®n, que el catal¨¢n y el vasco son otras lenguas espa?olas. ?Pueden ellos decir que el castellano es otra lengua de los vascos o los catalanes?
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