Carolina, un amor de campamento 30 j¨®venes comparten en C¨¢diz una semana de enamoramientos, estrellas y juegos.
La culpa de que Moi est¨¦ enamorado de Carolina la tiene el gaditano. Roberto Ram¨ªrez canta historias de amor con su voz de trece a?os y Moi no puede por menos que llorar. La campana del rancho le salv¨® por los pelos de otra llantina. Tres decenas de chavales arrancan camino arriba al grito de ?comedor! en busca de la segunda comida y la primera desilusi¨®n del d¨ªa: lentejas. ?Lentejas? ?Lentejas! La palabra corre como la p¨®lvora entre la hilera de muchachos que esperan para coger su bandeja y un gesto de desaprobaci¨®n cruza la cara de cada uno de ellos como si se fueran contagiando la repugnancia. Los adjetivos que le propinan al plato de legumbres no se pueden reproducir cuando se est¨¢ comiendo, pero no hay m¨¢s remedio que engullir unas cuantas cucharadas si se quiere atacar el plato de las croquetas y la ensalada. Al final, el que no las deja, repite. Las cocineras ya se saben la cantinela, si por ellos fuera todos los d¨ªas habr¨ªa espaguetis y esto no puede ser. Hay que reponer energ¨ªas, que los trotes por el campo son agotadores. Por la ma?ana han salido a patrullar el monte siguiendo unas pistas que las dos monitoras han colocado estrat¨¦gicamente: es la prueba de orientaci¨®n y ninguno ha logrado completarla. "La pista se cay¨® al agua y no pudimos leerla", se justifica una de las chicas. Otros se aburrieron a la mitad. Algunos prefieren las salidas nocturnas en la que los ¨¢rboles se hacen gigantes y las estrellas cercanas. El albergue de Cortes de la Frontera (C¨¢diz), el ¨²ltimo que ha levantado en Andaluc¨ªa el Instituto de la Juventud, tiene un doble privilegio: por un lado limita con el parque natural de Los Alcornocales y por el otro linda con el de Grazalema. Tela de bosque. "Anoche vimos la v¨ªa l¨¢ctea, escorpio, ori¨®n y la cabeza de ciervo", dicen las ni?as, que se entretienen durante la sobremesa confeccionando pulseras con lanas de colores. Todas hablan con desparpajo de cometas mientras Estrella Vergara apoya nost¨¢lgica la cara agitanada sobre su mano, encima de la mesa. Echa de menos a su educadora de M¨¢laga, la del centro de acogida donde vive y estudia en invierno. A ella del campamento le gusta todo, pero eso no es decir mucho. Al fin se le ilumina la sonrisa: "Escalar, eso me gusta a m¨ª", dice con salero flamenco. "Pero si todav¨ªa no hemos hecho eso", le reprochan las compa?eras. "Ya, pero eso me va a gustar a m¨ª", sentencia Estrella. La tarde detenida se enreda en hilos de calina. Los chicos pelotean al pimp¨®n o dormitan en las tiendas de campa?a. Vicente Baz¨¢n mordisquea bellotas secas porque el Geru, su amigo, le ha dicho que se comen, y Jes¨²s de Jerusal¨¦n se a¨ªsla en sus pinturas. En el campamento se lo pasa "un poquito bien y un poquito mal". De lo segundo son responsables los que lo incordian tir¨¢ndole piedrillas. Por bueno, castigado Las ni?as del improvisado taller de pulseras reclaman a Carolina para que cuente c¨®mo conoci¨® a un chico del pueblo cuando fueron a la piscina. Se lo presentaron, pero ella s¨®lo le dio dos besos. R¨ªe nerviosa. Pegado a sus talones aparece al instante Mois¨¦s. Moi no puede acordarse del primer d¨ªa de piscina. "Yo, por bueno, estuve castigado". Mois¨¦s Rodr¨ªguez P¨¦rez, uno de esos locos bajitos, es el personaje m¨¢s popular del campamento. No calla ni debajo del agua. Si alguien le pregunta de d¨®nde es, sus compa?eros contestan a coro por ¨¦l imitando entre risas un acento cateto: "De Puerto Serrano", dicen todos con voz ronca y aspirando la ese. Y si alguien le pregunta qu¨¦ es lo que m¨¢s le gusta del campamento no tiene ni que pensar: "Carolina". Moi no tiene otra cosa en la cabeza. La culpa de su enamoramiento la tiene el cantor gaditano que le hace llorar con sus coplas. "Y al sentirte yo en mis labios, sent¨ª el fr¨ªo de la muerte/ ...por eso te canto esta colombiana/".
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