Por unas elecciones competitivasJOSEP RAMONEDA
Desde Estados Unidos nos llega el espect¨¢culo de la castraci¨®n publica del presidente Clinton en manos del fiscal Starr y desde Rusia un fantasma recorre Europa: el retorno de los comunistas al poder. Freud y Marx, renacen las pesadillas de este siglo. Mientras, el oasis catal¨¢n sigue su camino, con elecciones auton¨®micas y municipales a la vista. Como ocurre siempre que empieza a percibirse el ruido de campa?a electoral, se levantan de la platea gentes sensatas y bienpensantes que nos recuerdan que Catalu?a es un pa¨ªs peque?o, que en el fondo todas las fuerzas pol¨ªticas quieren lo mismo y que todo es demasiado fr¨¢gil como para arriesgarse a afrontar temas considerados inflamables. En pleno arrebato de buenas intenciones, siempre hay un coro dispuesto a entonar la moraleja: el pol¨ªtico que se negara a entrar en las descalificaciones y peleas verbales, que reconociera los valores del adversario y que planteara los problemas con seriedad y sin demagogias ni simplismos seguro que obtendr¨ªa buenos resultados. Llega la hora de la verdad y se busca el rostro del adversario porque siempre se ha hecho as¨ª. Al ciudadano le gusta este espect¨¢culo, dicen. Los medios tienden a provocarlo porque la pelea vende m¨¢s, a?aden; y, de alg¨²n modo, tienes que caricaturizar al adversario para que no le voten, concluyen. Se sabe que los pol¨ªticos son muy conservadores y siempre dejan los experimentos para los dem¨¢s. No podemos olvidar, sin embargo, que en la base del sistema democr¨¢tico est¨¢ la representaci¨®n incruenta de la confrontaci¨®n social, es decir, la intenci¨®n de sublimar a trav¨¦s de la palabra las pulsiones agresivas de lucha de los diferentes grupos sociales por el reconocimiento y la supervivencia. La pelea verbal forma parte del ritual democr¨¢tico. O sea que tampoco esta vez nos ahorraremos los intercambios de golpes entre adversarios. Todo depende del t¨¦rmino de comparaci¨®n, pero que Catalu?a es un pa¨ªs peque?o en extensi¨®n, salvo que nos fijemos en Andorra o en San Marino, es una obviedad. Si se explicita no es para reiterar lo que todo el mundo sabe, sino porque peque?o remite a fr¨¢gil, a digno de ser protegido, a merecedor de un trato especial en cuidados y atenciones. El victimismo est¨¢ siempre a flor de piel. Dec¨ªa Montesquieu, en su teor¨ªa a veces tan naturalista, que la democracia se adecua mejor a pa¨ªses peque?os y con clima lluvioso, mientras que los pa¨ªses grandes y de secano son pasto del despotismo. Aunque no tengamos la lluvia que desear¨ªamos, parece que las condiciones naturales nos son propicias. Dejemos pues que la democracia crezca sin miedo a las discrepancias y a las confrontaciones que le dan vida. Porque la idea de pa¨ªs peque?o es una coartada que sirve para muchas cosas: para justificar que el poder no se escape de ciertas manos porque, dicen, el pa¨ªs no da m¨¢s de s¨ª (?qu¨¦ es finalmente el nacionalismo sino un modo de garantizar que siempre manden los de casa?); para hacer de los eufemismos y de los sobreentendidos un estilo permanente de encubrimiento de los problemas en nombre de la fragilidad de un pa¨ªs que no es normal; para alimentar la idea de que en el fondo todos buscan lo mismo, aunque por si acaso se procura no precisar demasiado acerca de qu¨¦ es lo mismo, aumentando confusi¨®n a la confusi¨®n y sugiriendo que no se puede aspirar a la alternativa (a un proyecto pol¨ªtico con fines y medios distintos) sino, a lo sumo, a la alternancia (el mismo proyecto pol¨ªtico con personas distintas). Pujol se muestra desafiante con la oposici¨®n: ¨¦sta s¨®lo ha hecho la mitad de su trabajo -la cr¨ªtica- y no muy bien, pero no ofrece "una alternativa, un modelo para contrastarlo con el nuestro", ha dicho en El Peri¨®dico. Negar que exista un modelo alternativo significa que los adversarios est¨¢n obligados a ir a su terreno, y jugar en casa siempre ha sido una ventaja. Un modelo para Catalu?a, seg¨²n Pujol, debe de tener tres elementos: el identitario, el c¨ªvico social y el institucional; lo identitario siempre por delante. Pero el tiempo pasa para todos, para Pujol tambi¨¦n, y los t¨®picos y lugares comunes sobre la identidad nacional se van haciendo obsoletos. Catalu?a no es un isla identitaria en un mundo cada vez m¨¢s interrelacionado. Catalu?a no escapa a lo que los soci¨®logos llaman espacios sociales transnacionales. Para decirlo como Ulrich Beck, hay que sustituir la disyuntiva "o esto o eso" que subyace en la axiom¨¢tica nacionalista por afirmaciones ilativas del tipo "esto y eso": "globalizaci¨®n y regionalizaci¨®n, vinculaci¨®n y fragmentaci¨®n, centralizaci¨®n y descentralizaci¨®n". La din¨¢mica cerrada de lo identitario tiene poco futuro en un mundo en que las identidades como las soberan¨ªas se entremezclan y se sobreponen y ninguna de ellas escapa a contaminar y a ser contaminada. La verdadera identidad de Catalu?a no es un cors¨¦ ideol¨®gico, un derecho de admisi¨®n que limite las complejas identidades culturales y civiles de sus ciudadanos, sino eficacia en el autogobierno, como v¨ªa para conseguir unas instituciones que contribuyan a recuperar la palabra de los ciudadanos -la pol¨ªtica- frente a las poderes del dinero. Es decir, unas propuestas pol¨ªticas que no renuncien a la hegemon¨ªa de la pol¨ªtica, que no se rindan a las exigencias de los poderes econ¨®micos; y en esto no todos pueden estar igualmente de acuerdo. El discurso identitario no puede ser un b¨¢lsamo fabricado con unas gotas de historia, unas cuantas de melancol¨ªa y otras muchas de ideolog¨ªa para hacer m¨¢s llevadero el desconcierto y la inseguridad que los ciudadanos pueden sentir ante unos acelerados e irreversibles cambios de escala llamados globalizaci¨®n. Tambi¨¦n Catalu?a necesita que la pol¨ªtica defienda la globalidad contra el globalismo, la nuevo utop¨ªa economicista. Cuando el poder est¨¢ en juego, los debates de sociedad suenan a m¨²sica celestial al que tiene miedo a perderlo como al que aspira a ganarlo. Sin ninguna esperanza de que las propuestas se impongan a las descalificaciones en la larga campa?a electoral que ya ha empezado, me parece, sin embargo, que cuanto se haga para ir abandonando los lugares comunes ideol¨®gicos que ya nada significan (que se repiten mec¨¢nicamente como jaculatorias de obligada cumplimiento) y para pensar que ni Catalu?a es ya una sociedad homog¨¦nea y cerrada ni es Espa?a su ¨²nico horizonte de futuro y de conflictividad ser¨¢ positivo para el pa¨ªs, para encontrar el tono que corresponde a lo local en los tiempos de lo global. Sin embargo, da la impresi¨®n de que cada cual busca hacerse fuerte en el terreno del adversario en vez de marcar las diferencias. Pujol lleva meses sacando a Blair a pasear para demostrar que su comunitarismo es tan social como el que m¨¢s, y Maragall est¨¢ m¨¢s preocupado por demostrar que ¨¦l tambi¨¦n es catalanista que por explicar en qu¨¦ se puede diferenciar la izquierda de la derecha, en qu¨¦ direcci¨®n se puede actuar para que Catalu?a sea un nudo efectivo en la red de los espacios sociales transnacionales. Es este debate el que har¨ªa las futuras elecciones realmente competitivas.
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