El "zar Bor¨ªs" se aferra al poder
El rechazo de la Duma hace peligrar la 'operaci¨®n relevo' maquinada por el maquiav¨¦lico Berezovski
El presidente ruso, Bor¨ªs Yeltsin, d¨¦bil y enfermo, tan propenso a las crisis de euforia como a la depresivas, acosado desde todos los frentes, parece todav¨ªa lejos de tirar la toalla. En realidad, se est¨¢ comportando como si pensara cumplir su promesa del pasado viernes de agotar los dos a?os que le quedan de mandato. Ni siquiera est¨¢ tan claro que vaya a ceder parte de sus casi omn¨ªmodos poderes al Gobierno y el Parlamento, y s¨®lo acepta, de momento, un proceso de revisi¨®n constitucional con el horizonte de las elecciones del a?o 2000.Es dif¨ªcil saber lo que ocurre estos d¨ªas en el Kremlin, una corte de los milagros donde el zar est¨¢ sometido a toda suerte de influencias pero a¨²n no ha perdido la vara de mando. Hace tan s¨®lo unos d¨ªas parec¨ªa que Yeltsin se debat¨ªa entre la b¨²squeda de una salida airosa que le garantizase un retiro apacible y lo que le aconseja su instinto: aferrarse al poder. Al d¨ªa de ayer, la segunda opci¨®n parec¨ªa cobrar una clara ventaja. El problema para el pueblo ruso es que, mientras tanto, la crisis pol¨ªtica y econ¨®mica se agudiza y amenaza con provocar un cataclismo que s¨®lo tendr¨ªa precedentes en la revoluci¨®n bolchevique y la descomposici¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
En diciembre de 1993, tres meses despu¨¦s de que ordenase bombardear el Parlamento rebelde elegido en la ¨¦poca comunista, Yeltsin logr¨® hacer aprobar, en un pol¨¦mico refer¨¦ndum, una Constituci¨®n que le daba tantos poderes como a Suharto en Indonesia y m¨¢s que a Bill Clinton en EEUU. La Ley Fundamental ha marcado desde entonces el rumbo pol¨ªtico de Rusia, y no s¨®lo por su contenido, sino por el absolutismo y la arbitrariedad con los que Yeltsin la ha utilizado, despreciando abiertamente no ya tan s¨®lo a la Duma (dominada por las fuerzas comunistas y nacionalistas), sino incluso a su propio Gobierno, cuyos ministros nombraba y destitu¨ªa a su antojo.
La forma personalista en que Yeltsin ha ejercido el poder, manteniendo la fachada de un r¨¦gimen democr¨¢tico, encarril¨® el pa¨ªs (para luego descarrilarlo) por la v¨ªa capitalista de mercado exigida por Occidente y las instituciones financieras internacionales.
La estabilidad del rublo, ligado al d¨®lar por un estrecho corredor, y la contenci¨®n de los precios fueron los dos logros m¨¢s visibles, los que Yeltsin coloc¨® siempre en el escaparate. Ambos triunfos se han revelado ahora como espejismos. Adem¨¢s, detr¨¢s del escaparate, sobre todo lejos de Mosc¨², se ocultaba una realidad pavorosa de f¨¢bricas cerradas, salarios impagados, sanidad y educaci¨®n en crisis y econom¨ªa de subsistencia. Yeltsin no ha compartido el poder ni con el Gobierno ni con el Parlamento, lo que tendr¨ªa cierta l¨®gica, pero s¨ª, con altibajos, con una camarilla de aduladores y un grupo de grandes empresarios de la banca, la industria, la energ¨ªa y los medios de comunicaci¨®n a los que se conoce como Los Oligarcas y que tienen como paradigma a Bor¨ªs Berezovski.
Los rusos se han empobrecido desde la ca¨ªda de la URSS y tienen por delante un futuro preocupante, su esperanza de vida es hoy menor que en los tiempos sovi¨¦ticos y el producto interior bruto se ha reducido desde entonces en m¨¢s de un 50%. Sin embargo, estos magnates han hecho su fortuna al amparo del poder, utilizando sus conexiones al m¨¢s alto nivel, a cambio de poner sus radios, sus televisiones y sus peri¨®dicos al servicio de la reelecci¨®n de Yeltsin en 1996.
Los Oligarcas, que sostuvieron a Yeltsin, y que vieron en peligro sus privilegios con el ef¨ªmero Gobierno de Sergu¨¦i Kiriyenko, son ahora los que, por encima de algunas diferencias internas, parecen pensar que ha llegado la hora del relevo para preservar el r¨¦gimen con el que se han enriquecido. Yeltsin no es controlable. Demasiado ciclot¨ªmico. Nadie puede estar seguro de c¨®mo va a reaccionar. Incluso sigui¨® en una ocasi¨®n el consejo de los cachorros de la reforma radical, Anatoli Chub¨¢is y Bor¨ªs Netmsov (ya defenestrados) que le exigieron la cabeza de Berezovski. Adem¨¢s, est¨¢ enfermo. Ha pasado por infartos, pulmon¨ªas dobles, una operaci¨®n a coraz¨®n abierto y varias supuestas infecciones respiratorias. Algunas fuentes se?alan que sufre de arteriosclerosis cerebral.
Tan pronto se levanta deprimido y sensible a cualquier insinuaci¨®n de su c¨ªrculo m¨¢s ¨ªntimo, el que personifica su hija Tatiana, muy influida por Berezovski, como repleto de energ¨ªa, dispuesto a eliminar a quien le haga sombra. Ha perdido la energ¨ªa que le caracteriz¨®, prodiga los lapsus (algunos clamorosos) y es incapaz de trabajar m¨¢s de tres horas seguidas. Pese a ello, el pasado mi¨¦rcoles se mostr¨® por televisi¨®n para asegurar que no piensa dimitir, ni ahora ni en ning¨²n momento antes del t¨¦rmino de su mandato, en julio del a?o 2000. Tambi¨¦n dijo, por vez primera de forma clara y rotunda, que no ser¨¢ candidato a la reelecci¨®n, algo que hace unos meses habr¨ªa contribuido a despejar el sistema pol¨ªtico, pero que pareci¨® irrelevante cuando la cuesti¨®n de su mantenimiento en el poder se planteaba, no ya en t¨¦rminos de a?os, sino de d¨ªas.
El estallido de la crisis econ¨®mica, con sus tremendas repercusiones en las bolsas de todo el mundo, ha resquebrajado incluso la apuesta que Occidente ha venido haciendo por Yeltsin en los ¨²ltimos a?os, a costa a veces de cerrar los ojos ante las disfunciones y los vicios de su modelo pol¨ªtico y econ¨®mico.
Berezovski ha jugado, incluso con prepotencia, un papel esencial en el desarrollo de la crisis. Un diario de su propiedad anunci¨® con una semana de anticipaci¨®n que Sergu¨¦i Kiriyenko iba a ser relevado por Chernomirdin, convertido para Los Oligarcas en su mejor garant¨ªa de que, incluso sin Yeltsin, no habr¨¢ un cambio de r¨¦gimen que amenazase sus intereses.
Seg¨²n algunas fuentes, este genial intrigante, que hoy ocupa el casi irrelevante puesto de secretario de la Comunidad de Estados Independientes, no s¨®lo convenci¨® a Yeltsin, probablemente con ayuda de su hija Tatiana, de que llamase a Chernomirdin (al que destituy¨® apenas cinco meses antes) sino de que aceptase una cesi¨®n ordenada del poder, con garant¨ªas de no ser objeto de la persecuci¨®n de la legi¨®n de enemigos que se ha ganado.
Una de las hip¨®tesis m¨¢s extendidas estos d¨ªas ha sido que Yeltsin podr¨ªa dimitir tras la confirmaci¨®n de Chernomirdin en la Duma, y que ¨¦ste, convertido no ya en primer ministro, sino en presidente interino, se encontrar¨ªa en las mejores condiciones posibles para ganar unas elecciones que deber¨ªan celebrarse en el plazo de tres meses. Aunque Chernomirdin est¨¦ muy por debajo de Alexandr L¨¦bed o Yuri Luzhkov en las encuestas m¨¢s recientes, sus posibilidades ser¨¢n muy elevadas, ya que contar¨ªa con la misma ayuda que Yeltsin en 1996: el apoyo sin reservas del dinero y los medios de comunicaci¨®n de Los Oligarcas, que se jugar¨ªan en el envite el ser o no ser.
Lo inexplicable es que el maquiav¨¦lico Berezovski, y quien con ¨¦l haya dise?ado este escenario, cometiera el error de c¨¢lculo de dar por supuesto que se podr¨ªa vencer la resistencia de una Duma dominada por los comunistas y sus aliados. Con lo que una operaci¨®n destinada tambi¨¦n a dar estabilidad al pa¨ªs en un momento cr¨ªtico ha terminado echando m¨¢s le?a al fuego.
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