"Chinoiseries"
Dec¨ªa Juan Larrea, olvidado poeta bilba¨ªno, que el franc¨¦s era una lengua mucho mejor que el castellano, "m¨¢s d¨²ctil y matizada", si no recuerdo mal sus palabras, y defend¨ªa esta opini¨®n con obras, escribiendo poemas en franc¨¦s. No s¨¦ si ten¨ªa raz¨®n pero lo cierto es que hay palabras francesas intraducibles, como ¨¦sta por ejemplo de chinoiserie. El Petit Robert, que todo lo sabe, la define como "complication extravagante et inutile", y aduce esta frase como ejemplo: "Les chinoiseries de l?administration", es decir, las jodiendas administrativas. Parece mentira, con lo bien que nos vendr¨ªa, que no tengamos palabra para el concepto. Hay cosas que est¨¢n pidiendo nombre a gritos y sin embargo no lo tienen, y hay que ped¨ªrselo prestado a los vecinos. Pero no se preocupen: no vengo con ¨¢nimo justiciero a fustigar a nuestras administraciones, aunque todas son, qu¨¦ duda cabe, de recia tradici¨®n manch¨². Todo esto viene a cuento de que he visitado la exposici¨®n China/Txina 5000 a?os/urte, que ya desde el t¨ªtulo promete, y he salido con la cabeza llena de paralelismos y comparaciones. No puede negarse que la exposici¨®n es monumental; pero es tambi¨¦n muy dif¨ªcil de digerir para el profano: cu¨¢nto tito, oigan, qu¨¦ historiado todo, elaborado y recargado con una minuciosidad de obseso. Y sobre todo qu¨¦ ajeno es todo esto, qu¨¦ dif¨ªcil de entender para el que no tenga el libro de instrucciones. Uno tiene la misma sensaci¨®n, traspasada al arte, que le embarga cuando ve por ejemplo un partido de cricket: intuye s¨ª que aquello no es arbitrario y ca¨®tico; intenta incluso adivinar la misteriosa regla que ordena por debajo tanto ajetreo incomprensible, pero es in¨²til: al rato se aburre y se va. Definitivamente los chinos juegan a otra cosa; lo suyo es el mah-jong. Sin embargo, hay una parte de la exposici¨®n en la que todo vuelve a la normalidad y el ignaro visitante, hasta entonces err¨¢tico y desconcertado en una selva de s¨ªmbolos impenetrables, entra en terreno conocido y se siente, con gran alivio, en casa: las salas de arte chino del siglo XX. Aqu¨ª s¨ª, aqu¨ª uno ya se relaja y empieza a entenderlo todo de narices. Miren un cuadro: aqu¨ª el que manda, guapo, limpio y con mirada de alcance c¨®smico. Aqu¨ª, en m¨¢s peque?o, los mandados, unos mil o dos mil, arremolinados en torno a su baranda, limpios tambi¨¦n, sencillos y currelas, y entusiasmados, sali¨¦ndose del cuadro de contentos. Y sonr¨ªen; sonr¨ªen, y se les adivinan las mand¨ªbulas a punto de desencajarse. Imag¨ªnense: hasta los ni?os, esos seres insobornables, que solo sonr¨ªen cuando les da la gana. Pues a los ni?os chinos, cuando ven¨ªa Mao, les daba la gana a todos. Bendito sea Dios. Es impresionante. Pero la peor sospecha es que tal vez todo esto fuera adem¨¢s totalmente ver¨ªdico: tal vez el pintor pint¨® efectivamente lo que ve¨ªa. Tal vez todos sonre¨ªan, hasta los ni?os, no fuera que al Gran Timonel se le cruzara un cable. Impresionante, digo, aunque tal vez no exactamente por lo que sus autores pretend¨ªan. ?O s¨ª? Me asalta una duda: ?qu¨¦ pasaba por la cabeza del artista que pintaba todo esto? Cabe la sospecha de que el pintor fuera en realidad mucho m¨¢s sutil de lo que nos parece y en el fondo buscara producir exactamente la impresi¨®n que nos produce: el horror ante una sociedad condenada a la sonrisa, ante la prohibici¨®n de la infelicidad. En alguno de estos cuadros, creo, hay una posibilidad de iron¨ªa, como la de Goya pintando por encargo a la familia real y veng¨¢ndose en el mismo cuadro. Queda la duda. Dec¨ªa al principio que en estas salas, adem¨¢s, nos sent¨ªamos como en casa. Pues s¨ª: todo esto no deja de sonarnos, y por varias bandas: les recomiendo por ejemplo que vayan a Estella y admiren los retratos del General¨ªsimo de Ramiro de Maeztu. Y si no quieren moverse de casa, basta con que abran los ojos y miren a ese cartelismo pol¨ªtico que lo invade todo en el pa¨ªs, y m¨¢s ahora que vienen elecciones: esos tambi¨¦n sonr¨ªen, y tambi¨¦n les brilla la mirada henchida de futuro, como a los chinos. Pero con una diferencia: en las horteradas vascas nadie ni por asomo puede sospechar iron¨ªa alguna. Los que pintaban, y pintan, estas cosas, aqu¨ª, se las creen.
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