So?ando con Cleopatra
Dicen las revistas dominicales que, bajo las aguas del puerto de Alejandr¨ªa, reposa, casi intacta, aquella otra Alejandr¨ªa que fue de los Ptolomeos. Dicen que podr¨ªan rescatarse all¨ª importantes tesoros y que los arque¨®logos hace ya tiempo que se emplean en este proyecto con resultados satisfactorios. Y yo me pregunto, ?es realmente necesario perturbar el sue?o de la ciudad hundida? Ya s¨¦ que la respuesta es que s¨ª, que este tipo de investigaciones sirven para mejorar el conocimiento que tenemos de ¨¦pocas remotas, que enriquecen las colecciones de los museos y que ayudan a difundir el gusto por el arte y por la historia entre la poblaci¨®n. Vale. Ahora bien, ?d¨®nde queda el respeto a la labor transfiguradora del tiempo o la admiraci¨®n por su forma caprichosa de erosionar nuestras obras? ?Es que s¨®lo nos interesa lo que produce o transforma la mano del hombre? ?Es que todo lo que no sea polvo debe ser clasificado y ordenado en vitrinas? ?Es que nada ni nadie va a poder descansar en paz? Tal vez mis preguntas no sean del todo inocentes porque yo estoy enamorado de Cleopatra, de sus ojos negros, de su melena negra y de su forma blanca de sonre¨ªr. La imagino, mujer leve como la espuma, callejeando por esas ruinas antiguas de la Alejandr¨ªa que ahora cubren las aguas del puerto, mientras un par de becarias americanas con gafas de bucear andan hurgando entre piedra y piedra, entre la arena y el salitre. La imagino, a trav¨¦s de las excavadoras submarinas que alguna casa de refrescos habr¨¢ pagado para alguna universidad privada, susurrando el nombre de Antonio, como si las corrientes marinas lo fueran a llevar adonde reposan los esqueletos de las naves hundidas en la batalla de Accio. Su llamada desgarra mi coraz¨®n y cada desgarro es una duda y me hace pensar que vivir es algo m¨¢s que pensar. Algo m¨¢s que cumplir, algo m¨¢s que aceptar, algo m¨¢s que servir, algo m¨¢s que estudiar, algo m¨¢s que vivir. Y la pol¨ªtica tambi¨¦n. Sin embargo, si ahora mismo me preguntara cualquier periodista al respecto, negar¨ªa cuanto acabo de escribir para no parecer un pol¨ªtico anormal. Le dir¨ªa, como es previsible, que hay que hacer un esfuerzo importante para extraer del fango del puerto de Alejandr¨ªa las piedras que todav¨ªa pudieran recordarnos el esplendor cultural del Egipto de los faraones y que, por supuesto, con lo que se saque, hay que montar una gran exposici¨®n que, en mi opini¨®n, deber¨ªa pasar por Valencia, si es que resulta posible. Le dir¨ªa exactamente aquello que sin duda esperaba o¨ªr, lo que resulta razonable y nada m¨¢s. Nada sobre los fantasmas que habitan ciudades sumergidas, ni una palabra sobre mi amor a Cleopatra. En estos tiempos que corren, la imaginaci¨®n se ha convertido en patrimonio exclusivo de los ni?os sin escolarizar, de los comentaristas deportivos y de los publicistas. Un esfuerzo exagerado si no est¨¢ bien retribuido. La pasi¨®n ha desaparecido del ambiente y cuando nos la cruzamos por el camino parece que nos asusta, que nos incomoda, que nos desconcierta. La atracci¨®n por lo aventurado o la fascinaci¨®n por lo imprevisible constituyen, a los ojos del p¨²blico en general, claros s¨ªntomas de inmadurez afectiva o inquietantes vocaciones al desorden, m¨¢s propias de personajes primitivos, pol¨ªticamente incorrectos y maleducados, que de ciudadanos de la sociedad del conocimiento y de la informaci¨®n. El mundo se ha hecho adulto y una nube de prudencia, de pudor, de contenci¨®n, de disimulo, de frustraci¨®n, de renuncia, de fondo de escenario de cabaret de provincias, de seguridad de cura feo y de ansiedad por jubilarse con los papeles en orden, una nube de miedo y de cobard¨ªa lo est¨¢ envolviendo todo. Como dice mi amigo Julio aqu¨ª ya nadie est¨¢ triste, todos est¨¢n deprimidos. Parece alocado escribir que me gustar¨ªa dejar las ruinas y los barcos que haya en el fondo del mar como el mar los quiera dejar. Que me fascina la idea de que todav¨ªa quede alg¨²n rinc¨®n secreto en el planeta donde el tiempo siga su curso en paz y soledad, sin que nadie interrumpa el precioso rastro que su discurrir deja sobre la cer¨¢mica rota o sobre el bronce abandonado. Que vale m¨¢s medio capitel cubierto de yedra en un bosque de pinos que medio capitel, junto con otros cuarenta medios capiteles, en la sala griega de un museo cualquiera. Ay, que tambi¨¦n vale m¨¢s medio teatro romano en Sagunto que un teatro nuevo. Que nos estamos quedando sin lugares con los que so?ar sin que lo haya propuesto antes un folleto tur¨ªstico. Esta pol¨ªtica de promoci¨®n cultural que ahora conocemos, angustiada por una urgencia creadora que no lleg¨® a sentir el propio Leonardo, que lo revuelve todo para producir un diluvio de publicaciones imposible de ser le¨ªdo en el breve plazo de una vida humana, capaz de desaguar la vieja Alejandr¨ªa, capaz de ignorar la mirada triste de Cleopatra si no la descubre en una momia, capaz de sentirse autorizada para reconstruir la escena de Sagunto y que se ha generalizado en nuestro tiempo, es a la pol¨ªtica cl¨¢sica lo que los juegos ol¨ªmpicos modernos son a los juegos ol¨ªmpicos del pasado y es a la vida como el pecado al amor. ?D¨®nde iremos cuando la pol¨ªtica, a fuerza de sintetizarse para hacerse neutral, acabe no teniendo nada que ver con los sue?os y las servidumbres del alma de las personas? Han desaparecido de la vida p¨²blica la ¨¦pica y el romanticismo, la literatura y la est¨¦tica y, en estas circunstancias, a cualquiera le rechazar¨ªan una circunscripci¨®n segura los mism¨ªsimos Larra o Aza?a. En fin, inconvenientes de la globalizaci¨®n. El precio del progreso, supongo. ?El pensamiento ¨²nico? No, el pensamiento plano.
Esteban Gonz¨¢lez Pons es senador del PP por Valencia.
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