No castigar al culpable
El general Pinochet protagoniz¨® un sanguinario golpe de Estado y durante largos a?os fue dictador. Pero, al mismo tiempo, es el hombre que garantiz¨® que los ministerios que tienen la fuerza dieran el s¨ª a la transici¨®n democr¨¢tica pac¨ªfica. Su detenci¨®n vuelve a plantear el problema del arreglo de cuentas con los tiempos de la dictadura, un problema presente en todas las j¨®venes democracias, tambi¨¦n en Polonia. Pero ocurre que se trata de un problema nada f¨¢cil de resolver. Las razones pol¨ªticas entran en colisi¨®n con las jur¨ªdicas y, con frecuencia, chocan igualmente con las morales. Y es que hay que preguntarse: ?qu¨¦ es m¨¢s moral, hacer justicia a costa del peligro de una nueva guerra civil o gozar de la estabilidad social sin justicia, como consecuencia de un compromiso entre los enemigos de ayer? No hay dictador que entregue el poder por la v¨ªa pac¨ªfica sin garantizarse antes su propia seguridad.
Jam¨¢s fui partidario de las dictaduras, comunistas o anticomunistas. Siempre identifiqu¨¦ las dictaduras con el pisoteo de la libertad, la dignidad y la verdad. Y por eso jam¨¢s acept¨¦ la aplicaci¨®n de dos baremos diferentes. Para los periodistas de izquierda, Pinochet era un "sanguinario verdugo", mientras que en Castro ve¨ªan a "un rom¨¢ntico revolucionario". Para los periodistas de derechas, Castro era un aventurero bolchevique y un tirano cruel, mientras que Pinochet era un defensor conservador de los valores nacionales y religiosos. Para m¨ª esa diferenciaci¨®n de los asesinatos y torturas en reaccionarios y progresistas es absurda. Las torturas y los asesinatos, quien quiera que los cometa, se diesen bajo la dictadura de Pinochet o en el Estado de Fidel Castro, son igual de abominables. Fui enemigo de las dictaduras, tanto en Chile como en Polonia, y en m¨¢s de una ocasi¨®n lo demostr¨¦ desde el otro lado de las rejas de las c¨¢rceles.
Nos encontramos ante una situaci¨®n inusual; en Chile y en Polonia las dictaduras fueron eliminadas no con ayuda de las barricadas y de las horcas, sino mediante la negociaci¨®n y las papeletas electorales. No se hizo luego justicia, no hubo revancha alguna, pero se consigui¨® una relativa paz social.
Pese a todo cuanto he expuesto, comprendo el punto de vista de los jueces espa?oles. No quieren aceptar la violaci¨®n de las leyes y tampoco quieren que el crimen quede sin castigo. Pero esa medalla tiene dos caras. Pinochet tiene en su pa¨ªs muchos partidarios para los que el procesamiento del general equivaldr¨ªa a la ruptura del consenso.
Los espa?oles deber¨ªan tener presente las razones que a ellos mismos les indujeron a renunciar al arreglo de cuentas con la dictadura franquista por las v¨ªctimas que caus¨®. La v¨ªa espa?ola hacia la democracia, basada en el entendimiento y el mantenimiento de la paz, se convirti¨® en un valioso modelo para muchos pueblos. Espa?a fue la primera en poner en pr¨¢ctica ese invento, quiz¨¢ el mejor de las ¨²ltimas d¨¦cadas de nuestro siglo: desmontar las dictaduras con ayuda de compromisos y negociaciones. Ser¨ªa bueno que los jueces espa?oles lo tuviesen muy presente cuando adopten las decisiones sobre el futuro del general chileno.
Un poeta polaco escribi¨®: "Luego, despu¨¦s de terminada la lucha, / perm¨ªtenos enderezar nuestros dedos, / aunque quede s¨®lo el vac¨ªo".
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