Nos necesitan

Rebasadas ciertas magnitudes de v¨ªctimas, las consecuencias de las cat¨¢strofes naturales tienden a ser percibidas como impersonales, sobre todo desde los pa¨ªses desarrollados. Se trate de sequ¨ªas, erupciones, terremotos o inundaciones, la estad¨ªstica nos tiene acostumbrados a una cuota anual de desastres que se suelen considerar remotos, inevitables o ambas cosas a la vez. Adem¨¢s, la proyecci¨®n internacional de una tragedia colectiva, el luto global que suscita, suele estar en proporci¨®n directa con la capacidad medi¨¢tica del pa¨ªs que la sufre, con su fuerza de amplificaci¨®n. El mismo terremoto en Jap¨®n o California nunca es igual que en China o Afganist¨¢n. Tampoco suelen serlo sus efectos, porque la pobreza de quienes los padecen multiplica exponencialmente el alcance de los desastres.Es el caso de Centroam¨¦rica ahora. La cat¨¢strofe b¨ªblica -m¨¢s de tres millones de damnificados- desatada por el hurac¨¢n Mitch va camino de convertirse, en un mundo que todo lo cuantifica, en la quinta m¨¢s mort¨ªfera de su naturaleza. La cifra de v¨ªctimas aumenta por horas. Centenares de miles de seres humanos en varios pa¨ªses est¨¢n abandonados a su suerte, vagando lejos de cualquier posibilidad de ayuda. En Nicaragua y Honduras, especialmente, sus fr¨¢giles infraestructuras han sido literalmente arrasadas por el diluvio de siete d¨ªas y el mar de barro subsiguiente. La reconstrucci¨®n llevar¨¢ a?os. El presidente hondure?o dec¨ªa ayer que los valles fluviales, graneros del pa¨ªs, son ahora un gigantesco embalse. Un mill¨®n de personas, casi una de cada cinco, han perdido su casa. En Nicaragua, el Gobierno considera declarar la zona m¨¢s afectada "cementerio nacional" y dejar reposar a los muertos bajo el barro en lugar de comenzar la tit¨¢nica tarea de buscar sus restos en las profundidades de cien kil¨®metros cuadrados de lodo.

La ayuda internacional ha comenzado a fluir. En Espa?a, por razones obvias, el dolor centroamericano tiene una dimensi¨®n mucho m¨¢s pr¨®xima, y parece que la movilizaci¨®n social, seg¨²n las primeras estimaciones, est¨¢ a tono con esa apreciaci¨®n solidaria. Pero los gestos, por espl¨¦ndidos que sean, no son suficientes. Un dato revelador: las estad¨ªsticas de la OCDE muestran que disminuye en t¨¦rminos absolutos la ayuda de los pa¨ªses ricos a los pobres (de 368.000 millones de d¨®lares en 1996 a 272.000 el a?o pasado); contra casi el 1% de su PIB donado por Dinamarca, EE UU aporta el 0,08%.

Ante desastres de estas proporciones -con econom¨ªas regionales devueltas s¨²bitamente a la edad del trueque-, la solidaridad internacional espont¨¢nea no basta. Debe estar reglada. Y ser autom¨¢tica. Al igual que el FMI ejerce como hospital de finanzas en estado cr¨ªtico, urge arbitrar una f¨®rmula, probablemente a trav¨¦s de la ONU, para afrontar calamidades mayores. Un pa¨ªs arrasado por la imparcialidad de la naturaleza deber¨ªa tener al menos las mismas oportunidades de recuperaci¨®n que otro devastado, como ocurre a veces, por la gesti¨®n abiertamente delictiva de sus dirigentes.