Bel¨¦n
La cuesti¨®n estaba en conocer la identidad de los pastores y del posadero, antes de censarlos en el disputado paisaje b¨ªblico. Los funcionarios romanos les hab¨ªan dejado unos archivos de v¨ªsceras y augurios, y ahora los dos mezquinos dioses no sab¨ªan por d¨®nde empu?ar la creaci¨®n: al uno lo hab¨ªan empapelado por los genitales y aparentaba cierta sospechosa neutralidad; al otro, los rumores de su probable descr¨¦dito, le urg¨ªan crucifixiones y navajazos, para asegurar su potestad, sobre los despojos de tanta inocencia. El crep¨²sculo, los sorprendi¨® en la destemplanza: la crisis se ilumin¨® con el ascua de un tomahawk, cuando uno de ellos desde?¨® los informes de los servicios de inteligencia del otro: ni los pastores eran activistas de Hamas, ni el posadero un confidente de la guerrilla de Hezbol¨¢, ni siquiera el carpintero de paso, con su mujer y el reci¨¦n nacido, un enviado de los filisteos. Aquella misma noche, se suspendieron las conversaciones. El dios de ojos azules, se retir¨® al desierto y cuando le tent¨® la evocaci¨®n ven¨¦rea, lanz¨® sus rayos contra aldeas y hospitales. Mientras, su compadre aprovech¨® la tregua y orden¨® a sus guardias que les partieran las piernas a culatazos a los ni?os que osaran tirarles piedras. Poco despu¨¦s, ambos dioses ya hab¨ªan montado un bel¨¦n de escombros, huesos astillados y magos con la garganta abierta. Finalmente, cada uno se fue a su caverna, y el de la mirada clara no ha dejado a¨²n de repetir "el amor es el coraz¨®n de la Navidad". En otras partes del planeta, abundan tambi¨¦n las divinidades perversas, que alumbran pesebres para someter al reba?o humano; y nacimientos de pellejo infantil, con el tierno esqueleto a la intemperie, y el certificado de defunci¨®n bajo el brazo. Cuando a¨²n no era autoridad nacional de nada y s¨ª autoridad moral de una parte sacrificada de la humanidad, Yaser Arafat me hizo llegar unas figuras del bel¨¦n talladas en madera de olivo del Getseman¨ª. Y ahora s¨ª creo en algo: creo en la posibilidad de que al artesano que las hizo le hayan amputado las manos. Pero la realidad no debe estropear la digesti¨®n del pavo trufado: se adorna con un spray de nieve artificial y unas estrellas de purpurina. En eso consiste la mayor finura del arte de la hipocres¨ªa.
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