Un Kleiber arrollador
La noticia es ¨¦sta: arras¨® Carlos Kleiber en Canarias, pues el ¨¦xito ante un p¨²blico internacional que llenaba el Auditorio Alfredo Kraus fue inmenso y los comentarios que pod¨ªan escucharse en los intermedios y al final del programa inaugural del festival revelaban que muchos asistentes se hab¨ªan encontrado en esa noche huracanada de Las Palmas nada m¨¢s y nada menos que la m¨²sica en letras may¨²sculas. Naturalmente todo esto pertenece al mundo de lo subjetivo y no ser¨¦ yo quien se ponga a discutir abstracciones.Lo indiscutiblemente objetivo es la categor¨ªa profesional, la sabidur¨ªa y el poder de Carlos Kleiber, as¨ª como la excelencia de la Orquesta de la Radio de Baviera, una de las muy grandes de Europa, que en gran parte ahormara Rafael Kubelik, otra estrella luminosa de la generaci¨®n de Kleiber aun cuando m¨¢s ligado a las tradiciones heredadas que el alem¨¢n.
En programa, una vez m¨¢s, Beethoven y, una vez m¨¢s, la S¨¦ptima sinfon¨ªa, precedida de la Cuarta, tan espl¨¦ndida como cualquier otra de su autor y tan cargada de bellezas que si se resaltan y evidencian con la penetraci¨®n casi espeleol¨®gica de Kleiber ahuyentan la imagen de "hermana menor" que, sin raz¨®n alguna, ha oscurecido la aureola de una sinfon¨ªa genial.
En la S¨¦ptima, Kleiber insisti¨® en sus conocidos planteamientos: rigor estil¨ªstico, continuidad impulsiva, gran belleza sonora, soberana brillantez y tiempos un tanto excesivos. No es cuesti¨®n de gusto o preferencia, sino de necesidad: la diab¨®lica escritura del primer vivace o el anegante presto conclusivo no llegan a escucharse con claridad, no permiten que se entienda lo que se dice, si el movimiento es abusivamente apresurado. El p¨²blico se siente arrastrado por sensaciones antes que convencido con razones. Pero Kleiber, diga lo que diga, es un divo de la direcci¨®n y semejante condici¨®n lleva consigo rasgos de muy elevada ley y otros que no lo son tanto.
Versiones de maestro
Bien es verdad que ver y escuchar a la Sinf¨®nica de la Radio de Baviera sirviendo con deslumbrante prontitud las demandas del maestro constituye ya un espect¨¢culo que merece la pena; no menos cierto que un legado como el de Beethoven, siempre actual por su poder de perdurabilidad, admite diversos puntos de vista interpretativos. Por ejemplo, el de Carlos Kleiber, que posee, entre tantas otras virtudes, la de la coherencia con sus propios planteamientos; de ah¨ª que se trate de verdaderas versiones de maestro y no de meros caprichos.
Tampoco es adecuado el calificativo de exc¨¦ntrico que suele aplic¨¢rsele a Kleiber. No s¨¦, ni me importa, si puede serlo como persona, pero como artista no le encuentro la menor excentricidad. Sabe exactamente lo que quiere y lo realiza con precisi¨®n admirable. Ante los aplausos, director y orquesta nos obsequiaron con la obertura de El murci¨¦lago, de Strauss, en una versi¨®n verdaderamente rutilante.
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