Americanos
Resulta penoso que un pa¨ªs de la importancia de Estados Unidos sea noticia permanente por las veleidades sexuales de su presidente (sui generis tema de pol¨ªtica interior) y por las b¨¦licas que ocasionan el regular machacamiento de la poblaci¨®n iraqu¨ª, v¨ªa bombardeos o embargo, lo que constituye una peculiar manifestaci¨®n de pol¨ªtica exterior. Sobre todo si se tiene en cuenta que, a estas alturas de la pel¨ªcula (obviemos la inmoralidad que supone que gran parte del mundo satisfecho se siente peri¨®dicamente delante de la CNN a contemplar los misiles que llueven sobre Bagdad), la mayor¨ªa de los espectadores est¨¢ convencida de que ambos aspectos -impeachment en marcha y veleidades b¨¦licas- tienen demasiado que ver entre s¨ª. Pero ?qu¨¦ piensan los norteamericanos de todo esto? Sabemos que la mayor¨ªa disiente del Congreso en la hiperutilizaci¨®n republicana del caso Lewinsky. En lo que respecta a Irak, parece que la mayor¨ªa apoya a Clinton, si bien no tan claramente como al principio. Ello no es extra?o si tenemos en cuenta que el moralismo de inspiraci¨®n protestante ha determinado el estilo americano de conducir la pol¨ªtica exterior. Apoyar la guerra es tan ¨¦tico como oponerse a ella. Seymour Martin Lipset afirma que, para aprobar una guerra y convocar a la gente para matar a otros y morir por la patria, los norteamericanos han de tener claro que su papel en el conflicto est¨¢ del lado de Dios y contra Sat¨¢n. Por la moralidad, contra el mal. Estados Unidos va a la guerra para luchar contra el mal, no para defender intereses materiales.
Curiosa coincidencia con la cosmogon¨ªa isl¨¢mica predicada inicialmente por Jomeini y asumida m¨¢s tarde por Sadam Husein, que convierte a Estados Unidos precisamente en Sat¨¢n. Est¨¢ claro que casi todo el mundo tiende a demonizar al enemigo, pero, tras los errores estrat¨¦gicos de Sadam (invasi¨®n de Kuwait) y las barbaridades de los ¨²ltimos a?os, resulta f¨¢cil para la Casa Blanca propalar el estereotipo.
No parece, sin embargo, que el empe?o de la Administraci¨®n de Clinton en convertirse en polic¨ªa del mundo, con manifiesto desprecio de Naciones Unidas, merezca la aprobaci¨®n de su opini¨®n p¨²blica. Dos encuestas del pasado a?o contienen datos muy significativos. Por un lado, muestran una radical diferencia entre el p¨²blico en general y los responsables de la pol¨ªtica exterior. Por ejemplo, los ciudadanos se inclinan m¨¢s por la cooperaci¨®n de Washington con la ONU y con otros pa¨ªses que por la acci¨®n solitaria de ¨¦ste en plan gendarme internacional, en n¨ªtido contraste con muchos pol¨ªticos y l¨ªderes de opini¨®n. En uno de los sondeos, s¨®lo un 27% de ¨¦stos prefiere que Estados Unidos comparta poder con otras potencias, frente a un 50% de la opini¨®n en general. En el otro, el 74% de los preguntados contesta que desean que "Estados Unidos comparta el poder internacionalmente". Por otro lado, la segunda encuesta concluye que "los americanos est¨¢n menos motivados por conceptos abstractos, como "inter¨¦s nacional", y desean que se preste m¨¢s atenci¨®n a los temas globales, sociales y humanitarios".
Nada mejor podr¨ªa sucederle a la gran naci¨®n americana que las tendencias apuntadas se consolidaran y sus gobernantes fueran sensibles a ello. No es tarea f¨¢cil si consideramos que muchos ciudadanos -amamantados en la ¨¦tica puritana de una superior autoridad moral- creen que su pa¨ªs es pin¨¢culo de la civilizaci¨®n y que tienen mandato divino para dirigir al resto del mundo. Es lo que lleva al senador Jesse Helms, tenido por extremista por muchos conciudadanos, a declarar que "nuestros aliados no tienen criterios morales" (EL PA?S, 24 de julio de 1996).
Demasiados americanos creen que su naci¨®n es "imprescindible".
?Llegar¨¢n a darse cuenta de que ello convierte a las dem¨¢s en prescindibles? Si la toma de conciencia se produjera y la sensatez se asentara, con gusto entonar¨ªa -a la vera de Mr. Marshall- aquella entra?able copla de Lolita Sevilla: "Americanos, americanos..., ?viva el tron¨ªo de este gran pueblo con poder¨ªo!".
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