Los amigos de Travolta
?Existen las casualidades? ?O el azar, se ponga como se ponga Paul Auster, pues vaya jugo le ha sacado, no es tal y todo obedece a un orden superior? Estas preguntas me las hac¨ªa yo la otra tarde cuando, despu¨¦s de leer el ¨²ltimo n¨²mero de la revista Premiere, donde un art¨ªculo informaba de los planes de John Travolta de llevar al cine la novela Battlefield earth, de su admirado L. Ron Hubbard, fundador de la Cienciolog¨ªa, sal¨ª a dar una vuelta por el barrio y... ?qu¨¦ me encontr¨¦ a dos pasos de casa sino la nueva sede de los cienci¨®logos en Barcelona? Para empezar, ced¨ª a la paranoia y me dio por pensar que esa gente me persegu¨ªa. Hasta hace dos d¨ªas, los cienci¨®logos (tambi¨¦n conocidos como dian¨¦ticos) estaban instalados en un pisito de Pau Claris, junto a la librer¨ªa Laie y en el mismo edificio que mi amigo el productor F¨¦lix Riera (?si te falla la Fox, John, como parece que es el caso, ¨¦ste puede ser tu hombre!). Ahora los tengo en el pasaje de Domingo, al lado de la rambla de Catalunya, pero quiero pensar que est¨¢n ah¨ª porque es un sitio c¨¦ntrico, no porque quieran acosarme. Es m¨¢s, como tuve la oportunidad de comprobar, esta gente acosa francamente poco. S¨ª, acertaron, no pude evitar hacerles una visita. Algo tendr¨¢ el agua cuando la bendicen, me dije, as¨ª que si John Travolta encuentra fascinante Battlefield earth, habr¨¢ que echarle un vistazo: la literatura no se acaba en Stendhal y Flaubert, ?verdad? No s¨¦ ustedes, pero uno en estos sitios de resonancias sectarias entra siempre con precauci¨®n, como si le fueran a vender paz eterna como si se tratara de un aspirador. Pero enseguida comprob¨¦ que el proselitismo no encaja con los dian¨¦ticos: nadie me dirigi¨® la palabra y tuve que ser yo quien iniciara la conversaci¨®n con ellos. Aquello ten¨ªa un aspecto muy familiar: dos mujeres de mi edad, un jovenzuelo con corbata y una ni?a que corr¨ªa feliz de un extremo a otro del establecimiento. En la pared, sonri¨¦ndonos con alegr¨ªa cienciol¨®gica, el mism¨ªsimo Isaac Hayes en un p¨®ster en color (las ense?anzas del gran Hubbard deb¨ªan de haberle sentado bien, pues ten¨ªa mejor aspecto, con chaqueta y jersey de cuello alto, que cuando iba por ah¨ª con cadenas de oro sobre el pecho desnudo y cantando el tema central de la pel¨ªcula Shaft). Para hacerme el connaiseur, ped¨ª Battlefield earth (?cuatro millones de ejemplares vendidos en todo el mundo!, ?traducido a 12 idiomas!) y la dependienta me dijo que en espa?ol se llamaba Campo de batalla: la Tierra y que contaba ya con dos estupendas secuelas. En ese momento se sum¨® a la conversaci¨®n el jovenzuelo para decirme que si la pel¨ªcula de Travolta no prosperaba era porque resultaba imposible resumir en dos horas el portentoso universo creado por L. Ron Hubbard. Cuando le insinu¨¦ que tal vez la Fox se hab¨ªa echado atr¨¢s por las connotaciones sectarias del asunto (no olvidemos la cruzada que emprendieron los alemanes contra el pobre Travolta el a?o pasado por sus conexiones con los dian¨¦ticos), puso cara de digno fatalismo y de recordar el lema de los estoicos (?soporta y renuncia!). Pues bueno, ya ten¨ªa yo mi ejemplar de Campo de batalla: la Tierra y estaba llegando a la conclusi¨®n de que los cienci¨®logos eran unos chicos estupendos cuando lleg¨® el momento de pagar y vi que no me daban el recibo (1.950 pesetas no es una fortuna, pero me he convertido en uno de esos paranoicos que se pasan el d¨ªa recolectando papeles con fines desgravatorios). "Si nos da su direcci¨®n, le enviaremos una factura, me dijeron". "No hace falta, gracias", asegur¨¦ yo (pues una cosa es el periodismo de investigaci¨®n y otra que te den la vara a domicilio hasta el d¨ªa del juicio final). Como premio a mi desinter¨¦s por las facturas, fui obsequiado con los ¨²ltimos n¨²meros (el 31 y el 32) de la revista Habilitat, ¨®rgano oficial de los dian¨¦ticos barceloneses, a cuyo atento estudio promet¨ª mentalmente dedicarme nada m¨¢s llegar a casa. Es una l¨¢stima que deba dejar de nuevo para mejor ocasi¨®n la relectura de Madame Bovary, pero en este mundo todo es cuesti¨®n de prioridades.
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