Los rebeldes dejan un rastro de mutilados
Los milicianos del RUF cortaron pies y manos a cientos de civiles antes de abandonar Freetown
Los civiles del barrio de Kissy pagaron cara la sangrienta conquista del puerto de Freetown, ocupado el jueves por las fuerzas africanas de interposici¨®n (Ecomog). En su retirada, los rebeldes del Frente Revolucionario Unido (RUF) mutilaron a cientos de ellos. Varones, mujeres, ni?os o ancianos emergieron de sus casas con las manos, los dedos o los pies cortados con hachas y machetes, tiroteados en las piernas o en los test¨ªculos. Un cami¨®n repleto de heridos lleg¨® por la ma?ana a uno de los cuarteles de Ecomog. Los cortes eran muy reciente, pues la sangre estaba fresca. En sus rostros no hab¨ªa expresi¨®n; s¨®lo miradas extraviadas. Ni un quejido; s¨®lo un silencio plomizo. "?C¨®mo vamos a negociar con hombres que son capaces de hacer esto?", grit¨® ante esa manifestaci¨®n del horror Julius Spencer, ministro de Informaci¨®n del Gobierno de Sierra Leona. "La ¨²nica soluci¨®n es la militar, acabar con ellos".Al cabo de unos minutos, el cami¨®n arranc¨® despacio, bambole¨¢ndose. "Se los llevan a Connaught, pues el hospital militar se halla repleto", coment¨® el teniente coronel Chris Olukolade, portavoz de Ecomog. Una vez all¨ª, varios m¨¦dicos que desde el jueves acompa?an al cirujano Johnston-Taylor acudieron a la puerta con andrajosas camillas de campa?a de color marr¨®n. En un pasillo angosto y oscuro los heridos fueron colocados en el suelo, sobre bancas de madera, sillas de metal o en el mostrador curvado de la recepci¨®n. Es la zona de urgencias.
Mientras que dos enfermeras se afanaban en desinfectar sus heridas, Sete, de 24 a?os, se miraba incr¨¦dulo una y otra vez la mano convertida en un mu?¨®n. En la habitaci¨®n de curas hay dos camillas de las que gotea la sangre hasta el suelo formando un charco. "No s¨¦ si podr¨¦ volver a mi casa, los rebeldes me la quemaron", musita Sete en una mueca de dolor.
David, el m¨¢s grave de los que arribaron al hospital, se muerde el recuerdo y unos labios belfudos que le cuesta mover. ?l ha tenido peor suerte que Sete. No tiene manos, ninguna de las dos. "Llegaron a la casa donde est¨¢bamos escondidas 60 personas. Los rebeldes entraron, robaron algunas cosas y se marcharon. Pero regresaron por la ma?ana. Nos obligaron a salir a la calle, a ponernos en fila. All¨ª, nos golpearon e insultaron. A m¨ª me forzaron a colocar un brazo sobre la acera y me lo cortaron con un hacha. Uno de ellos me lo ofreci¨®. Despu¨¦s me cortaron el otro. "Y ahora vete a ver a Shepildi " me dijeron". Cerca est¨¢ Giloma, tiene 23 a?os, cinco menos que David. Tambi¨¦n es un var¨®n. Lleva los dedos de la mano derecha colgando. En el fondo de sus heridas se divisan las falanges. Debe sufrir mucho, pero no se queja. "Me sacaron de mi casa a las seis de la ma?ana, me pidieron dinero y como les dije que no ten¨ªa, me los cortaron con un machete, pero al menos estoy vivo".
A los m¨¢s graves, los trasladan en parihuelas a una de las salas comunes. A los otros, los env¨ªan a la calle. Algunos tratan de alcanzar casas particulares antes de que comience el toque de queda a las tres de la tarde. Otros, como Williams, van a una cl¨ªnica privada para mendigar unas pastillas contra el espanto. Joe, voluntario sierraleon¨¦s de M¨¦dicos Sin Fronteras, con una caja repleta de algo que parece Betadine exclama: "Pertenece a nuestro almac¨¦n, pero ¨¦ste se empieza a agotar".
"La situaci¨®n es desesperada. Necesitamos medicinas, alimentos y tiendas. Esas son las tres prioridades", dice el ministro Spencer en traje de camuflaje. El jueves mantuvo una primera reuni¨®n con funcionarios de la ONU y de Unicef, para acordar un sistema de socorro urgente. "La primera ayuda podr¨ªa empezar a llegar en pocos d¨ªas", a?ade.
El general Shepildi, jefe de Ecomog, exclam¨®: "El puerto ya es seguro, pero no todas las ONG podr¨¢n regresar a trabajar a Sierra Leona". Acusa a alguna de ellas de haber colaborado con la guerrilla. Las organizaciones lo niegan.
Mientras, ajeno a los enredos de la pol¨ªtica, el ni?o Mohamed, de cuatro a?os, lagrimotea en un camastro tirado en el suelo del hospital de Connought. Tiene una herida de bala en la pierna izquierda. Su madre, Famata, de 23 a?os, le consuela con un caramelo regalado. No lejos de ah¨ª, Liabum se cura de su mala hora. A ella le dieron un machetazo en la vagina. Ronda los 45, ha tenido 16 hijos, de los que s¨®lo le sobreviven seis. "Espero poder verles de nuevo, no s¨¦ qu¨¦ ha sido de ellos".
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