'Boy', s¨®lo nueve d¨ªas de vida en el caos de Freetown
Un beb¨¦ arrancado del vientre de su madre muerta falleci¨® ayer sin recibir la ayuda necesaria
ENVIADO ESPECIALBoy se muri¨® sin nombre. Con nueve d¨ªas. Era el herido m¨¢s joven de esta guerra. M¨¢s que el pobre Suleim¨¢n, de seis meses, que fue herido por una esquirla en Kissi. En su camita en el hospital de Connought, Boy hace la duermevela vestido de ni?a y arropado por una toquilla estampada. Naci¨® en el barrio de Wellington el 20 de enero. Su madre, embarazada de nueve meses, se hallaba en casa junto a tres parientes cuando explot¨® la granada. La metralla seg¨® las cuatro vidas. La de todos, menos la de Boy. La mam¨¢, muerta en el acto, qued¨® varada en medio de un gran charco de sangre y con la barriga abierta de par en par.
Un vecino, ayudado de un cuchillo, practic¨® unos cortes, rompi¨® la placenta con mimo y sac¨® el ni?o a la vida. Ofilia, que resid¨ªa cerca de all¨ª, lo tom¨® en sus brazos y decidi¨® llevarle urgentemente al hospital de Freetown. Cruz¨® las l¨ªneas junto a esos miles de civiles que huyen cada d¨ªa de los combates.
El lunes pasado, tras un agotador viaje de cinco jornadas, arrib¨® a Connought.
"No s¨¦ si tiene padre, si est¨¢ muerto o logr¨® escapar", musita Ofilia entre un grupo de curiosos que se arremolinan para juguetear con Boy. "Pero si no aparece, me lo quedar¨¦".
Ofilia, de 30 a?os, ya tiene un hijo var¨®n. Su marido se salv¨® de la quema, pero perdi¨® su hogar, sus pertenencias, sus recuerdos y su dinero. "Me la quemaron. No podemos regresar a Wellington, no queda nada de lo que ten¨ªamos", dice.
El beb¨¦ est¨¢ malherido. La misma metralla que quebr¨® a su madre le alcanz¨® un gl¨²teo, la cadera y una pierna. Est¨¢ envuelto en gasas que le cubren de cintura para abajo. "Ya le han retirado todos los restos de metralla", explica una enfermera vestida de azul. "Pero cada d¨ªa es necesario limpiarle las heridas, para que no se le infecten".
Boy est¨¢ muy delgado. Tiene un lloro ag¨®nico, de hambre. Nadie sabe cu¨¢nto pesa. La piel se le arruga en la espalda y en los brazos. "El beb¨¦ est¨¢ an¨¦mico, necesita mucho suero, medicinas y alimentos", asegura la enfermera. A Ofilia se le inundan los ojos al escuchar, apenas un velo de l¨¢grimas. "No puedo comprar ni la leche", dice.
Ola Williams, coordinador de Unicef-Sierra Leona, no sabe nada del caso, aunque algunos de sus ayudantes confiesan lo contrario. Toma notas sentado en su despacho en Freetown. Viste camiseta de la organizaci¨®n y posee un ordenador. "?Que venga Olayonka Laggam!", exclama.
Ella es la encargada de hacer la evaluci¨®n del caso. En la sala n¨²mero 1 del hospital de Connought, Olayonka atiende y toma notas. "Ahora debo dar cuenta a mi jefe", dice; "se realizar¨¢ un estudio y el ni?o podr¨¢ recibir leche". Cuando Ola oye de boca de dos periodistas que no hay tiempo para informes, que el caso es desesperado, promete socorro inmediato: "Est¨¢ bien, es una emergencia".
Al d¨ªa siguiente, el viernes, Boy sigue sin leche. Otra enfermera le da una medicina con una cucharita de moka. Una mujer desdentada y envejecida, que s¨®lo debe rozar los cincuenta, se simula la abuela deshecha en arrumacos. Ofilia observa y sonr¨ªe. Su Boy es el centro de atenci¨®n. Ola muestra una factura de 107.500 leonas (unas 10.000 pesetas). "Ya hemos comprado medicinas, leche y ropa". Se extra?a cuando se le comunica que nada de eso ha llegado hasta Boy. "Nuestro mandato es buscar la ONG adecuada que puede hacerse cargo del ni?o". La elegida ha sido la Cruz Roja local. Fasia Mansaray, voluntaria de esa organizaci¨®n, se dirige a mediod¨ªa a comprar la leche. "Unicef s¨®lo me ha dado 5.000 leonas, cuando vale 7.000". Fasia dice no haber recibido las medicinas ni la ropa. "Olayonka me dio ese dinero y un bote de jarabe. Ha quedado en regresar hoy".
Pero no es f¨¢cil comprar en Freetown, ni moverse entre un laberinto de controles. Escasea la gasolina y apenas hay coches en circulaci¨®n. Sin expatriados, muchas ONG se ven condenadas a pelear a diario con la burocracia, la ineficiencia y la corrupci¨®n. "No entiendo c¨®mo el hospital afirma que carece de medicinas si les hemos repartido 3,5 toneladas y estamos distribuyendo otras 15 que han tra¨ªdo los brit¨¢nicos", dice Ola Williams.
El problema es que, en tiempos de carest¨ªa, las medicinas son como los diamantes: v¨ªctimas de un sistema de corruptela generalizada. Tal vez por eso, el Gobierno no les permite el regreso de los cooperantes. Ya lo dijo Ahmad Tejan Kabbah, el presidente de Sierra Leona, en febrero de 1988: "El arroz es un arma b¨¦lica". ?La leche que necesita Boy tambi¨¦n? La respuesta llega tarde: el beb¨¦ muri¨® ayer por las ma?ana. La ayuda de Unicef nunca lleg¨®.
[Un portavoz del Programa Alimetario Mundial (PAM) denunci¨® ayer en Ginebra el robo de 2.300 toneladas de ayuda alimentaria y la destrucci¨®n de los camiones en que era transportada en Freetown, informa Efe desde la ciudad suiza. "La situaci¨®n en Sierra Leona es muy tensa, fr¨¢gil y explosiva", declar¨® Chrsitiane Berthiaume. La portavoz indica que en esas condiciones resulta muy dif¨ªcil encontrar conductores que quieran arriesgarse a transportar v¨ªveres. Indic¨® que resultaba muy dif¨ªcil desplazarse en Freetown debido a los continuos controles montados por las fuerzas de interposici¨®n africanas. A pesar de ello, el Programa Alimentario Mundial ha logrado mantener en funcionamiento en la capital de Sierra Leona seis puntos de distribuci¨®n de ayuda a los desplazados. El PAM calcula que en la actualidad unas 166.000 personas han abandonado sus hogares y se han refugiado en Freetown a causa de los combates].
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