Error de "El Pardo"
Como es bien sabido, el Pacto de El Pardo o, m¨¢s bien, el turno pac¨ªfico de los partidos establecido a?os antes, en 1881, puso las bases y los l¨ªmites que permitieron el funcionamiento de la primera Restauraci¨®n. La Constituci¨®n de 1876 no se distanciaba mucho de la de 1845, como, a decir verdad, principios aparte, ¨¦sta no difer¨ªa demasiado de su antecesora progresista de 1837. Lo que diferenci¨® la Constituci¨®n canovista de las anteriores fue la voluntad integradora de sus autores y gestores, que hizo el sistema pol¨ªtico v¨¢lido no s¨®lo para los conservadores, sino tambi¨¦n para los liberales. Y, en efecto, el sistema empez¨® a naufragar cuando, tras la agresi¨®n de la izquierda a Maura, el maurismo decidi¨® no entenderse jam¨¢s con los liberales. Ahora bien, junto al disenso de los grandes partidos que pactaron en El Pardo, la otra clave del fracaso final de la Primera Restauraci¨®n fue lo limitado de la integraci¨®n realizada, puesto que, sin entrar en la marginaci¨®n de otras fuerzas sociales, es claro que los Pactos de El Pardo simbolizaron y, m¨¢s a¨²n, su pr¨¢ctica excluy¨® del juego pol¨ªtico tanto al socialismo como a los diferentes nacionalismos.
Tal vez no pudo ser de otra manera, pero, fuera como fuera, el hecho es que muy importantes protagonistas individuales y colectivos de la pol¨ªtica de entonces, socialistas y nacionalistas, fueron dejados al margen por el consenso entre liberales y conservadores.
La Segunda Restauraci¨®n parti¨® de la superaci¨®n de estos errores. La Monarqu¨ªa de todos dirigi¨® el cambio hacia una Constituci¨®n v¨¢lida para todos y, lo que es m¨¢s importante que la letra de un texto, se constituy¨® un sistema pol¨ªtico en el que todos debieran poder actuar. Algo que, a la altura de nuestro tiempo, supone m¨¢rgenes mucho m¨¢s amplios que en el de C¨¢novas. Nuestra sociedad pretende ser una democracia avanzada en la que, como corresponde a una sociedad abierta, nada hay prescrito ni proscrito y, por ello, nuestra Constituci¨®n, como toda Constituci¨®n viva a finales del siglo XX, es una Constituci¨®n abierta al proceso p¨²blico y a la estructura policr¨¢tica, social y pol¨ªtica, infra y supraestatal. Basta ya de citar a H?berle a pie de p¨¢gina y comencemos a tomarlo en serio cada d¨ªa.
Nada podr¨¢ ser m¨¢s beneficioso al funcionamiento de nuestro actual sistema que el entendimiento del PP y del PSOE en cuestiones de Estado, y hoy, como en la primera Restauraci¨®n, dijera Dato, para el buen gobierno de Espa?a es indispensable una leal y generosa inteligencia entre los dos grandes partidos turnantes. Pero nada ser¨ªa m¨¢s peligroso que repetir el error de entonces y convertir tan necesario entendimiento en un frente de exclusi¨®n de terceros. Ayer, de socialistas y nacionalistas; hoy, plenamente integrado el socialismo; de los nacionalistas vascos y catalanes simplemente porque sus reivindicaciones obligan a asumir el car¨¢cter abierto de la Constituci¨®n.
El modelo de abril de 1918, en que personas tan relevantes como don V¨ªctor Pradera y don Indalecio Prieto, discrepantes en todo lo dem¨¢s, coincidieron en su antinacionalismo para, en la pr¨¢ctica, obstaculizar la soluci¨®n del problema vasco, es un mal ejemplo cuya repetici¨®n debe evitarse.
En una sociedad pluralista y democr¨¢tica como la de hoy, los "frentes de rechazo" no arreglan nada, porque las soluciones, nunca absolutas, se alcanzan cada d¨ªa negociando, pactando, consensuando. Y es de ah¨ª y no de ning¨²n dogma previo o l¨ªmite absoluto de donde surge la verdadera integraci¨®n pol¨ªtica. La unidad de Espa?a, se dijo en las constituyentes, se hace y se consigue cada d¨ªa. No por la fuerza de, incluso la del n¨²mero, siempre discutible cuando la primera cuesti¨®n a dilucidar es el marco de referencia, sino obteniendo la adhesi¨®n de quienes son diferentes y se sienten discrepantes y, en quererla buscar y saberla conseguir, radica el mejor espa?olismo.
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