R¨ªos flotables
En el transcurso del ¨²ltimo siglo y medio han surgido nuevos usos del agua y desaparecido otros que tuvieron considerable importancia anta?o, como es el caso de la flotaci¨®n de maderas en cursos fluviales. Gran parte de esta evoluci¨®n, y sin duda la de mayor trascendencia, ha estado regida, sucesivamente, por el real decreto de 29 de abril de 1860, ley de 3 de agosto de 1866 y, sobre todo, por la benem¨¦rita y a la postre, a causa de su ins¨®lita longevidad, desfasada Ley de Aguas de 13 de junio de 1879, vigente hasta 1 de enero de 1986, fecha de su reemplazo por la legislaci¨®n actual. En la prioridad para el aprovechamiento de aguas p¨²blicas establecida por el citado decreto figuran, en cuarto lugar, canales de navegaci¨®n y flote; con posterioridad, las expresadas leyes suprimen del orden de preferencia la referencia al flote. La eliminaci¨®n de dicho t¨¦rmino, al igual que el contenido del articulado, relativamente extenso, sobre conducci¨®n de maderas de la ley de 1866, ocup¨¢ndose de la ¨¦poca en que deb¨ªa efectuarse y las indemnizaciones por los da?os que pudiese originar, guardan, sin duda, relaci¨®n directa con el desastre que, agravado por aqu¨¦lla, produjo la colosal avenida del J¨²car los d¨ªas 4 y 5 de noviembre de 1864, una de las mayores de que hay noticia hist¨®rica en dicha cuenca. Con redacci¨®n muy similar o, en determinados preceptos, id¨¦ntica, la Ley de Aguas de 1879 mantiene las precauciones establecidas por aqu¨¦lla para la flotaci¨®n de maderas y adopta asimismo las medidas encaminadas a compensar los perjuicios que pueden derivarse de la misma. Esta preocupaci¨®n legal, tan notoria, por dicha tem¨¢tica no puede sorprender si se considera que, hasta mediada nuestra centuria, la saca de madera por los r¨ªos constituy¨® una actividad tan detestada por los ribere?os como vital para la explotaci¨®n de los bosques, con empleo de abundante mano de obra en r¨ªos como el Tajo, redes afluentes del Ebro y Guadalquivir y, entre los valencianos, Turia y J¨²car. Baste, en relaci¨®n con ese cometido, recordar, m¨¢s all¨¢ de una profesi¨®n, como todo un g¨¦nero de vida, a los gancheros conquenses, que, armados con su lanz¨®n o bichero (bicha) conduc¨ªan hacia el Tajo, J¨²car o Guadiela las maderadas de la Serran¨ªa de Cuenca; algunas de ¨¦stas, que llegaban a cubrir una treintena de kil¨®metros del curso fluvial con 100.000 piezas de pino, movilizaban hasta medio millar de gancheros. Obligada resulta, cuando menos, una escueta referencia a los peligros y conflictos inherentes a la flotaci¨®n fluvial. De una parte, los propietarios de montes y madereros no ve¨ªan con agrado ampliaciones de regad¨ªo que redujesen los caudales circulantes, dificultando as¨ª la extracci¨®n de la madera; sin embargo, la gran mayor¨ªa de litigios sobre este uso vinieron motivados por el da?o que pod¨ªa ocasionar a obras de riego o en las instalaciones accionadas con fuerza hidr¨¢ulica. Por otro lado, la conduccion de maderos r¨ªo abajo, llevado por una corriente veloz, no era empe?o exento de dificultad y riesgo, sino todo lo contrario, particularmente en las profundas gargantas con que Turia y J¨²car tajan los relieves prelitorales. Ca?ones de impresionante belleza, como el de Gestalgar y antes Chulilla, donde las acumulaciones de rollos provocaban represa moment¨¢nea del Turia, han sido mudos testigos de numerosos accidentes laborales, algunos fatales, cuando los gancheros se descolgaban, con cuerdas, dos centenares de metros por las paredes verticales de los estrechos para deshacer descomunales atascos y restablecer la marcha. A mediados del siglo XIX, el corresponsal de Madoz alude a esta temeraria y pavorosa actuaci¨®n: "En el angosto paso del Salto de Chulilla se suelen cruzar muchas veces los maderos; otras se amontonan formando una especie de barrera, siendo entonces preciso que algunos hombres bajen a cortar y quitar estorbos, y como los muros se hallan cortados a pico, s¨®lo queda el recurso de las sogas... y consiguen dar curso a la madera, si bien algunos infelices pagan con la vida, o arrebatados de la corriente, siempre violenta en aquella estrechura, o heridos de alg¨²n madero que se precipita con furia al romper la barrera". Tampoco Valencia estaba a salvo; a veces las piezas de pino, arrastradas por el aluvi¨®n, cegaban los ojos de sus puentes, agravando los desbordamientos y da?ando seriamente las f¨¢bricas de aqu¨¦llos. Del problema que representaban las maderadas durante el oto?o, coincidiendo con el periodo de m¨¢ximo riesgo de grandes crecidas, constituy¨® exponente protot¨ªpico la cat¨¢strofe que devast¨® la cuenca del J¨²car los d¨ªas 4 y 5 de noviembre de 1864, cuando la colosal riada sorprendi¨® a una partida de 60.000 maderos que, a modo de terribles arietes, demolieron Cortes de Pall¨¢s, Millares y Tous; del ¨ªmpetu de las aguas da idea que aquellos recorriesen en un d¨ªa el trayecto que sol¨ªa requerir dos semanas. Al igual que durante siglos, mediado ¨¦ste, los gancheros segu¨ªan flotando madera, aunque su desaparici¨®n era inminente; y as¨ª ocurri¨®, antes de 10 a?os, a favor de una situaci¨®n que aunaba sustancial mejora del transporte terrestre, regulaci¨®n fluvial por los hiperembalses, relevo generacional, apertura de nuevos horizontes de trabajo y ¨¦xodo rural.
Antonio Gil Olcina es profesor del Instituto Universitario de Geograf¨ªa de Alicante.
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