Evitar la cat¨¢strofe
LA OTAN ha reforzado en los ¨²ltimos dos d¨ªas sus ataques contra instalaciones estrat¨¦gicas en Yugoslavia mientras el mundo recib¨ªa ayer con espanto las primeras im¨¢genes sobre las matanzas de civiles albaneses en Kosovo por parte de fuerzas serbias. Era motivo de alarma de los observadores que en las masas de aterrorizados albaneses kosovares que est¨¢n siendo expulsados hacia Macedonia y Albania hubiera tan pocos hombres adultos. Es cierto que la verdad suele ser la primera v¨ªctima de la guerra. Pero coinciden demasiado los atroces relatos de los huidos como para considerarlos invenci¨®n o propaganda. Por eso es necesario que la OTAN mantenga su determinaci¨®n.Por desgracia para todo el continente europeo y para verg¨¹enza de los autores, se reafirma la convicci¨®n de que en Kosovo, sin testigos independientes, sin periodistas ni organizaciones no gubernamentales, las fuerzas de Slobodan Milosevic est¨¢n cometiendo uno de los mayores cr¨ªmenes de este siglo que termina y que ha sido testigo de tantas barbaridades.
Es l¨®gico que surjan dudas sobre el camino a seguir. Parece claro que hubo un error de c¨¢lculo al excluir que Milosevic fuera a reaccionar como lo ha hecho, poniendo al mundo ante el hecho consumado de una cat¨¢strofe humanitaria forzando el ¨¦xodo de cientos de miles de personas y extendiendo de hecho el problema a toda la zona. Y si el objetivo era garantizar la vuelta a la autonom¨ªa pol¨ªtica de Kosovo, ahora est¨¢ m¨¢s lejos que antes. La exclusi¨®n de una intervenci¨®n sobre el terreno ha sido seguramente una indicaci¨®n err¨®nea que ha envalentonado a Milosevic. Eso obliga a revisar algunos planteamientos y a otorgar la prioridad que corresponde a la ayuda humanitaria a los desplazados antes de que el problema se vuelva incontrolable. Pero no a renunciar al objetivo central de obligar -y s¨®lo se obliga por la fuerza- a Milosevic a aceptar un acuerdo razonable. Teniendo en cuenta los sentimientos nacionales serbios, pero sin aceptar que su realizaci¨®n pueda pasar por encima de los derechos humanos de quienes no los comparten. En este siglo, Europa ha visto muchas deportaciones en masa, genocidios y limpiezas ¨¦tnicas. Despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial se pens¨® que aquello hab¨ªa quedado definitivamente atr¨¢s. A punto de concluir el milenio tenemos que constatar que no es as¨ª.
Nadie puede pensar ya que esta tragedia humana en los Balcanes no le ata?e. Si Europa sintiera la tentaci¨®n de dejar que este inmenso crimen diera lugar a una pol¨ªtica de hechos consumados habr¨ªa dado un terrible paso hacia el abismo. Hay que buscar soluciones m¨¢s que urgentes para las bombas demogr¨¢ficas, pol¨ªticas y sociales que Milosevic ha colocado en los pa¨ªses vecinos con la deportaci¨®n masiva. Por eso es m¨¢s que procedente la propuesta alemana de buscar un reparto de responsabilidades europeas para dar ayuda y asilo a los deportados. Pero el fin ¨²ltimo debe ser lograr que los kosovares vuelvan a los hogares de los que han sido brutalmente expulsados.
El uso de la fuerza siempre es lamentable, incluso si es para frenar cr¨ªmenes como los que est¨¢n sucediendo hoy en Kosovo. La poblaci¨®n civil en Serbia est¨¢ sufri¨¦ndolo hoy en carne propia. Pero cuando el horror y la sinraz¨®n han llegado a los niveles que sufren hoy los albanokosovares, las comparaciones en el sufrimiento se convierten en sarcasmo. Tr¨¢gicamente, no hay soluciones buenas al problema. Y nadie debe olvidar que la operaci¨®n criminal de exterminar y deportar al 90% de la poblaci¨®n de Kosovo estaba en marcha cuando comenzaron los ataques e incluso cuando todos en Rambouillet, desde Washington hasta Mosc¨², intentaban convencer a Milosevic de que firmara un acuerdo que permitiera una soluci¨®n pac¨ªfica.
Dicho esto, s¨ª convendr¨ªa recordar al Gobierno espa?ol que estamos ante una tragedia inmensa que nos afecta a todos y que los espa?oles tambi¨¦n tendremos que afrontar. Por ello comienza a ser indignante que el Gobierno de Aznar se haya quitado de en medio, como si la cosa no fuera con nosotros; es decir, con ellos. Que, al contrario de lo que hacen otros dirigentes -Clinton, cada d¨ªa-, no informe a los ciudadanos sobre una situaci¨®n de alarma general que amenaza con incendiar parte del continente. La falta de instinto pol¨ªtico es una cosa; la ausencia del m¨¢s m¨ªnimo sentido de perspectiva hist¨®rica es otra. Y m¨¢s grave.
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