Molinier
La ¨²ltima conquista moderna del arte es el vicio, y lo digo a sabiendas de ir en contra de Plat¨®n y otra gente de parecida calidad. En la plat¨®nica "escalera de la belleza" lo bello lleva a la verdad del ser, y entre esa filosof¨ªa y la presi¨®n moral de popes mucho m¨¢s necios, el artista p¨²blico tuvo durante siglos serios problemas para sacar a relucir sus descarr¨ªos en lo que escrib¨ªa o pintaba. Porque aclaro que al hablar de vicio me refiero a una de sus definiciones, exactamente la n¨²mero seis del diccionario de Casares: "afici¨®n o vehemente deseo de una cosa, que incita a usar de ella con exceso". En Valencia, una tierra que hace bellas artes de las barbaridades, se acaba de inaugurar una hermosa exposici¨®n de un gran hombre excesivo, al que nuestro rescate art¨ªstico de los placeres prohibidos est¨¢ permitiendo entrar en los museos, naturalmente despu¨¦s de muerto. La primera noticia de Pierre Molinier la tuve por Luis Garc¨ªa Berlanga, que en los ratos libres de su brillante carrera cinematogr¨¢fica se dedica al saber er¨®tico, donde ha cosechado casi tantos frutos como con sus pel¨ªculas; a ¨¦l le debemos Sigfrido Mart¨ªn-Begu¨¦ y yo, curiosos de estas cosas por naturaleza, la m¨¢s completa explicaci¨®n del legendario uso amatorio del carrete, que tanto influjo tuvo en el socialismo espa?ol por v¨ªa filipina, aunque no gonzalina (en la misma velada, sin embargo, Berlanga no supo decirnos en qu¨¦ consiste la pr¨¢ctica sexual del "Manresa les fosques", muy prestigiada anta?o en el interior de la provincia de Barcelona, y sobre la que aprovecho mi columna para pedir informaci¨®n a lectores del ¨¢rea catalana que pudiesen dar fe de ella).
Pues bien, Berlanga no s¨®lo conoc¨ªa avant la lettre la extraordinaria obra de Molinier, sino que se inspir¨® en ¨¦l para el personaje que protagonizaba Michel Piccoli en Tama?o natural, realizada en 1973, tres a?os antes de que el fot¨®grafo y artista franc¨¦s se disparara un tiro en la mand¨ªbula al llegar a una edad (hab¨ªa nacido en 1900) en que el placer ya no le resultaba f¨¢cil de conseguir, ni siquiera con su amplia colecci¨®n de consoladores caseros.
Por lo dicho hasta ahora se puede adivinar que Molinier era un raro, un maldito, raz¨®n que llev¨® a Andr¨¦ Breton a interesarse por ¨¦l, conduci¨¦ndole con su cayado de gran pastor de ovejas negras a la cerca del surrealismo de posguerra. Molinier dur¨® poco en el reba?o, y no s¨®lo por la delirante ambig¨¹edad sexual de su mundo, re?ida con el dec¨¢logo machista de Breton. Adepto al travestismo y la corseter¨ªa, su paradoja era confesarse lesbiano, expresando con esa o final su incomodidad con las categor¨ªas del amor homosexual; pero Molinier era, por encima de todo, un practicante de la soledad, y su extraordinaria obra fotogr¨¢fica recoge, entre otras fantas¨ªas visuales y sexuales, el onanismo del que ¨¦l se auto-abastec¨ªa y nos ofrece a nosotros como un convulsivo regalo de tocador. Nunca la bonita expresi¨®n "paja mental" ha tenido mayor sentido que ante el repertorio de m¨¢scaras y simulaciones genitales de este Gran Masturbador.
En la peque?a sala del IVAM el comisario de la muestra, Juan Vicente Aliaga, ha reservado un espacio interior como gabinete de horrores o maravillas, seg¨²n uno lo vea. El universo fetichista y voyeurista, presente tambi¨¦n en las dos pel¨ªculas que se proyectan en una esquina de la sala (una, Mis piernas, realizada por el propio artista, es una adorable mezcla de cine de vanguardia y stravaganza a lo Esther Williams) lo ilustran en especie los ingeniosos falos fabricados por Molinier, sus maniqu¨ªs, antifaces y guantes de vampiresa, sus velos y medias, la pistola fatal.
Se incluye como ap¨¦ndice en el cat¨¢logo su breve obra po¨¦tica, que no pasar¨¢ a la literatura. El vicio, una vez m¨¢s, se cuela en esos versos (de un Artaud o un L.M. Panero sin estro) donde el vehemente deseo que inspir¨® la obra desmesurada de Molinier se transforma, siempre coquetamente, en un instinto de muerte: "No me queda sino refugiarme en los brazos de SAT?N/ Que me adula y me encanta con delicias inmundas,/ Y dejarme caer en las llamas lubricantes/ ?Maravillosas/ Y eternas del INFIERNO!".
Babelia
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