Da?os colaterales
El destino, siempre lleno de gui?os y artima?as, ha querido que justo a los 100 a?os de nuestra guerra exterior (si descontamos las de Marruecos) y a los 50 de la fundaci¨®n de la OTAN unos y otros estemos en guerra. No me voy a oponer a ella, sobradamente justificada por razones humanitarias. Pero, a medida que avanza la guerra, la distancia entre lo que se pretende y lo que se consigue crece d¨ªa a d¨ªa. Se trataba de acabar con Milosevic, pero lo que hemos conseguido es hacer de ¨¦l un h¨¦roe destruyendo por completo a su oposici¨®n, silenciada por las bombas. De poco sirve decir que no estamos en guerra con los serbios cuando destruimos sus infraestructuras, puentes, f¨¢bricas y caminos y son ellos quienes pasan noche tras noche aterrados en los refugios. Como siempre, son los ciudadanos, no el ej¨¦rcito, quienes m¨¢s sufren. Se trataba tambi¨¦n, por supuesto, de impedir la limpieza ¨¦tnica de Kosovo. Pero le hemos dado a Milosevic la oportunidad ¨²nica de hacerlo sin oposici¨®n interna y sin que casi se enteren sus compatriotas. Es probable que m¨¢s del 50% de los kosovares hayan sido ya ejecutados o desarraigados definitivamente. Se trataba, en tercer lugar, de impedir la desestabilizaci¨®n de los Balcanes. Pero, de momento, Macedonia est¨¢ en situaci¨®n desesperada; Montenegro puede llegar a romper sus v¨ªnculos con Belgrado o sufrir un golpe de Estado; Albania ha roto relaciones y es cabeza de puente del ej¨¦rcito americano; el apoyo de Eslovaquia, Bulgaria y Rumania lo pagaremos incorpor¨¢ndolas (junto con sus problemas) a la Alianza, y Hungr¨ªa y la Rep¨²blica Checa, que forman parte de la OTAN desde marzo, son ya su vanguardia: les prometemos paz y les hemos dado guerra. La zona es un polvor¨ªn que se ensancha d¨ªa a d¨ªa. Se trataba tambi¨¦n de fortalecer el derecho internacional, pero una vez m¨¢s las Naciones Unidas han sido humilladas. Es cierto que el mecanismo perverso del Consejo de Seguridad le puede hacer inoperante en ocasiones, de modo que era inevitable pasar por encima de la legalidad formal. Pero ?qui¨¦n impide la reforma del Consejo de Seguridad para que estas situaciones no vuelvan a repetirse? ?No hay modos alternativos de apoyo que deber¨ªan haberse obtenido? Y, por si todo esto fuera poco, hay otros da?os colaterales tan importantes o m¨¢s si cabe. Entrar en guerra no es cosa balad¨ª. Es la m¨¢s seria decisi¨®n que puede afectar a la soberan¨ªa de un Estado. Pues, bien, la globalizaci¨®n nos pilla con el paso cambiado y para cuando nos damos cuenta las decisiones se han tomado en otra parte y nos han arrastrado: estamos en guerra sin entrar en guerra. La Constituci¨®n prev¨¦ (art¨ªtulo 63.1) que corresponde al Rey, previa autorizaci¨®n de las Cortes Generales, declarar la guerra y hacer la paz. Que yo sepa, la Constituci¨®n tiene valor normativo; que yo sepa, entramos en la OTAN sin hacer cesi¨®n de soberan¨ªa. Pues, bien, hoy es posible, vaya si lo es, entrar en guerra sin que el Gobierno informe siquiera a las Cortes, sino a posteriori. Y finalmente -pero ante todo- el problema de los refugiados se nos ha ido de las manos poniendo en serio entredicho la ¨²nica legitimidad existente: el derecho de injerencia humanitaria. No se trata tanto de que la nueva OTAN olvide su carta fundacional que la limita a operaciones de defensa de pa¨ªses miembros para lanzar una guerra de acuerdo con la Nueva Iniciativa Estrat¨¦gica, aprobada justo ayer; se trata, sobre todo, de que la guerra no podr¨ªa haber sido peor planeada y ejecutada. Que no se haya previsto la urgencia de atender a los cientos de miles de fugitivos revela o una terrible incompetencia o una perversidad que no alcanzo a entender. Hay un contraste chirriante, casi obsceno, entre la precisi¨®n quir¨²rgica de los misiles y la imprevisi¨®n inhumana en el trato a los refugiados. ?C¨®mo es posible que gastemos tantos recursos en armamento para ahorrar vidas de soldados y tan pocos en atender a los civiles que estamos salvando? ?O es que hay algo m¨¢s que no me atrevo ni a pensar? De momento, Espa?a va a recibir a 200 refugiados; casi una broma de mal gusto. No hay guerra ni paz mala, se?alaba Benjamin Franklin. Creo que estaba equivocado, pero para que una guerra sea buena hace falta algo m¨¢s que buenas razones.
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