Golpeada por sus genes
"Por tu culpa me estoy quedando ciego, me has pegado la enfermedad, te tengo un odio que te matar¨ªa". Fueron las ¨²ltimas palabras que le dirigi¨® su hijo adolescente antes de golpearla y echarla de la casa, en un peque?o pueblo de Valencia, el pasado 8 de diciembre. Durante cinco a?os este joven descarg¨® con bofetadas, empujones e insultos todo el rencor que sent¨ªa contra su madre por haberle transmitido una enfermedad hereditaria degenerativa que le hac¨ªa perder la visi¨®n progresivamente. Atormentada por las palizas que le propinaba el hijo y las vejaciones a las que la somet¨ªan su marido y su hija, que llegaron a cambiar la cerradura para impedirle que entrara en casa, Isabel (nombre ficticio), de 47 a?os, decidi¨® denunciar los malos tratos y refugiarse en la Casa de Acogida de v¨ªctimas de la violencia dom¨¦stica. Isabel, que lleva unas gafas con unos cristales muy gruesos y apenas distingue a una persona cercana, ha sufrido en sus carnes la c¨®lera de su hijo desde que ¨¦ste creci¨® lo bastante para enfrentarse a ella. Cuando apag¨® 14 velas en su pastel de cumplea?os. Al muchacho no le convencieron las explicaciones que le repiti¨® una y otra vez su madre: "Te juro que no sab¨ªa que sufr¨ªa esta enfermedad hereditaria, si lo hubiera sabido no os habr¨ªa tenido ni a t¨ª ni a tu hermana". Tampoco remiti¨® su resentimiento cuando su madre se desvivi¨® para que pudiera asistir durante dos a?os a un colegio de deficientes visuales en Alicante. Ni cuando la mujer abandon¨® la Casa de Acogida en junio de 1994 (donde hab¨ªa ingresado en abril, por primera vez, huyendo de los malos tratos del marido) porque quiso estar presente en las operaciones a las que iba a ser sometido el hijo para mejorar su visi¨®n. Mientras se lo llevaban al quir¨®fano, el joven, que este verano cumplir¨¢ 19 a?os, volvi¨® a maldecir a su progenitora y a gritarle que era la causante de sus males. Tantos a?os de golpes e insultos han acabado por diluir el cari?o de madre que sent¨ªa Isabel. Desde su refugio afirma que ya se ha librado del sentimiento de culpa que le reconcom¨ªa anta?o. "Ahora ya no soy la idiota de antes, una se espabila con tantos golpes", asegura. Cuando le preguntan si tiene hijos niega con rotundidad: "Para m¨ª est¨¢n muertos, me repugna pensar en ellos porque me han hecho mucho da?o; si no fuera por los asistentes sociales no estar¨ªa viva". Recuerda que durante muchos a?os se privaba "hasta de tomar un caf¨¦ con leche" para pagar el piso y sacar adelante a su familia. Su marido, obrero de la construcci¨®n, s¨®lo trabajaba espor¨¢dicamente y la familia se manten¨ªa, sobre todo, con la pensi¨®n de Isabel. "Tanto esfuerzo no me ha servido para nada", se lamenta. El calvario de esta mujer se remonta a su primer a?o de casada. Relata que su marido la maltrataba con frecuencia, pero siempre retiraba las denuncias porque le promet¨ªa que "iba a cambiar". La situaci¨®n empeor¨® cuando el hijo creci¨® y se ensa?¨® con ella m¨¢s que el marido. Hasta que en junio del a?o pasado el padre y el hijo la echaron de casa. Se refugi¨® en el domicilio de una amiga, pero poco despu¨¦s volvi¨® a creer las promesas del marido. "Me vengar¨¦ de t¨ª, no quiero que vivas en esta casa", le advirti¨® el hijo nada m¨¢s llegar, seg¨²n consta en la denuncia que present¨® meses despu¨¦s. En diciembre, el hijo cumpli¨® su amenaza y volvi¨® a dejarla en la calle. Isabel se cobij¨® de nuevo, durante un trimestre, en casa de su amiga, hasta que el 29 de marzo ingres¨® en la Casa de Acogida gracias a la gesti¨®n de un asistente social. Antes de refugiarse en el centro intent¨® en vano recoger sus pertenencias. Su marido hab¨ªa cambiado la cerradura y la increp¨® desde la ventana. La denuncia que present¨® no sirvi¨® de mucho: en el juicio, su marido confes¨® que la hab¨ªa echado de casa y s¨®lo lo condenaron a una multa de 5.000 pesetas por coacci¨®n. "Yo me he quedado en la calle mientras mis hijos est¨¢n con sus parejas en una casa que he pagado a medias", ironiza. "Estoy decidida a recuperar lo que me pertenece en los tribunales". Con la autoestima recuperada, s¨®lo piensa en volver al pueblo lo antes posible. "Veo muy poco, pero all¨ª conozco las calles y me manejo bien, no podr¨ªa vivir en otra parte", reitera, sin que le incomode residir a pocos metros de una familia que tanto da?o le ha causado: "No he robado ni he matado a nadie".
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