Unificar Europa
Antes de plantearse si es propio intervenir o no en este mortal zafarrancho de los Balcanes, habr¨ªa cabido preguntarse ?por qu¨¦ ahora?; as¨ª como si hay precedentes de que una o varias potencias decidan intervenir en los asuntos internos de otra naci¨®n sin que medie un inter¨¦s material directo de los intervencionistas como parece ocurrir en este caso. A fin del siglo pasado el estadista liberal brit¨¢nico Gladstone se escandalizaba en dolientes panfletos del inicuo trato que daba el imperio otomano a sus s¨²bditos b¨²lgaros, pero siempre estuvo claro que lo que sufr¨ªa el patricio ingl¨¦s era una angustia s¨®lo personal perfectamente compatible con que el colonialismo brit¨¢nico siguiera prefiriendo un imperio otomano debilitado a ning¨²n imperio, para no facilitar con esa indignaci¨®n la progresi¨®n de Rusia hacia los Dardanelos. Retrocediendo a¨²n otro siglo reparamos en la paz de Kuchuk-Kainardji, que pon¨ªa fin en 1774 a una de las variadas guerras entre otomanos y zaristas, con la que San Petersburgo quiso atribuirse un derecho formalmente muy parecido al de la injerencia humanitaria, que hoy se esgrime para justificar los bombardeos sobre Yugoslavia a fin de detener la limpieza ¨¦tnica de kosovares. Por ese tratado Rusia se atribu¨ªa el derecho de tutela sobre las poblaciones ortodoxas del imperio, y en ese argumento se apoyaron las sucesivas intervenciones del zarismo en los dominios otomanos de Europa, donde se concentraban sus hermanos de fe ortodoxa. Pese a ello, ninguna canciller¨ªa dudaba de que San Petersburgo, cualesquiera que fuesen los sentimientos personales del aut¨®crata de todas las Rusias, obraba b¨¢sicamente movido por un reflejo de poder al hostigar a Constantinopla. En tiempos m¨¢s pr¨®ximos, la intervenci¨®n de las potencias democr¨¢ticas a favor de la II Rep¨²blica Espa?ola no habr¨ªa comportado injerencia alguna, aunque s¨ª habr¨ªa tenido mucho de humanitaria, porque nada habr¨ªa preferido m¨¢s el republicanismo espa?ol que esa acci¨®n, que no lleg¨® a producirse. Ya en plena actualidad, la intervenci¨®n aliada de 1991 en el Golfo era una contienda de poder puramente pol¨ªtico -incluso m¨¢s que de petr¨®leo-. Un s¨¢trapa perif¨¦rico pensaba que la aparente falta de un orden mundial tras el fin de la Uni¨®n Sovi¨¦tica creaba una ventana de vulnerabilidad que le permitir¨ªa, impunemente, convertirse en el poder regional dominante y, por ello, en interlocutor privilegiado de Washington, el ¨²nico superpoder sobreviviente al paso arrasador de Mija¨ªl Gorbachov. El propio ultim¨¢tum de la OTAN a Yugoslavia se parece bastante al del Imperio Austro-H¨²ngaro a la propia Serbia en 1914, tras el asesinato de los archiduques en Sarajevo, del que la aceptaci¨®n de todas sus demandas habr¨ªa reducido a Serbia a la condici¨®n de mero protectorado. Belgrado se someti¨® entonces a todo menos al derecho de intervenci¨®n de Viena en la propia Serbia, lo que se asemeja enormemente a lo que parece que ha aceptado el l¨ªder yugoslavo, Slobodan Milosevic: entregar Kosovo, pero no el territorio serbio a la inspecci¨®n enemiga. Pero nadie hablaba entonces de humanidades. Estamos, quiz¨¢, por tanto, ante un riguroso in¨¦dito. En Yugoslavia, a diferencia de todo lo anterior, se bombardea desinteresadamente, o, como dice Felipe Gonz¨¢lez, por verg¨¹enza. ?Qu¨¦ ha ocurrido entonces en el mundo para que 1999 sea el primer a?o de una nueva y diferente era? En primer lugar, se da la posibilidad material de que Occidente pueda intervenir con riesgos tolerables en el problema de Kosovo. La desaparici¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica a finales de 1991 liquida un sistema de equilibrio llamado bipolar, en el que estaba bien definida toda una serie de prerrogativas y limitaciones de las dos superpotencias. ?nicamente la crisis de los misiles en 1962 hab¨ªa parecido hacer vacilar esas columnas de H¨¦rcules del duopolio sovi¨¦tico-americano, s¨®lo para acabar reafirmando el sistema, que mostr¨® su solidez con la ira decepcionada de Castro porque no se hab¨ªa ido hasta el enfrentamiento en la cumbre si era necesario. Con la Uni¨®n Sovi¨¦tica en activo es muy dudoso, o imposible, que hubiera desaparecido Yugoslavia, y, con ello, que los kosavares creyeran que ten¨ªan posibilidades de alcanzar la independencia. Eso le habr¨ªa ahorrado, de paso, a Milosevic el trabajo de convertirse en el personaje al que Occidente m¨¢s se complace hoy en detestar. Es la destrucci¨®n de la bipolaridad la que permite bombardear Yugoslavia, sin excluir por ello que la motivaci¨®n occidental albergue un fuerte componente humanitario. Ese fin de la bipolaridad ha dado lugar en los ¨²ltimos a?os a la inevitable b¨²squeda de una nueva estructura de equilibrio, que los atlantistas m¨¢s convencidos querr¨ªan que fuese directamente la unipolaridad norteamericana, con los parches europeos que se quiera. Instalados en esa unipolaridad, en cualquier caso, parece inevitable que la OTAN aspirara a convertirse en el seguro brazo armado de un esbozo de gobierno occidental del planeta, fuera o no ¨¦ste formalmente declarado. Pero, por falta de aparente voluntad pol¨ªtica de Estados Unidos, y carencia de direcci¨®n unificada en Europa, esa unipolaridad, caso de que sea materialmente factible en la medida en que deja fuera a Rusia, China y la India, s¨®lo puede ser de car¨¢cter tendencial. Las ca?oneras de la reina Victoria pagaban en el siglo XIX el precio en sangre que fuera necesario para sostener el imperio m¨¢s universalmente hegem¨®nico que ha conocido el planeta. En cambio, el poder norteamericano se retira de Somalia en 1993 -intervenci¨®n menor que es la que m¨¢s merece hasta la fecha el calificativo de injerencia humanitaria- porque sufre 18 bajas mortales, as¨ª como los dolores del parto ante la idea de lanzar una operaci¨®n terrestre contra Serbia. Cortes¨ªa de la guerra de Vietnam, que perdi¨® Estados Unidos, Milosevic se enfrenta a un enemigo que, por ahora, act¨²a con un brazo atado a la espalda. ?Ha inaugurado entonces la desaparici¨®n de lo que Reagan llam¨® el imperio del mal, un tiempo, aunque s¨®lo sea de aproximaci¨®n a lo unipolar, en el que pueden desplegarse plenamente los buenos sentimientos, antes atenazados por el combate contra el maligno? Lo que ha inaugurado es, por lo menos, un tiempo de despliegue; del que sea. Occidente ha perdido el miedo, vacila la socialdemocracia, se hacen las cuentas con mucho m¨¢s af¨¢n del Estado-Providencia, y, sobre todo, se pasa lista. Admitiendo que la Uni¨®n Sovi¨¦tica ha de recibir un tratamiento especial, como corresponde a un ex de casi todo: del comunismo totalitario, pero sin que por ello haya ingresado plenamente en el club de las democracias; del grupo a dos de los superpoderes, sin que por ello se haya convertido en una segundona como Francia o el Reino Unido; o del se?oreo del ¨¢tomo y del espacio, sin que por ello sea ahora un Estado desnuclearizado, ni que renuncie a sus desvencijadas pruebas espaciales. Durante un periodo seguramente largo de observaci¨®n y convalecencia, a la espera de ver de qu¨¦ lado cae, habr¨¢ que tratar a la vieja dama eslava con escuetos pero suficientes miramientos, como ocurre ahora en el caso de Kosovo. Pero con sus ex sat¨¦lites la cosa cambia. Amontonados para pedir el ingreso en la OTAN y dispuestos a colaborar al castigo de Belgrado; hecho el copo estrat¨¦gico de los Balcanes, con Croacia encantada de pertenecer al mismo bando de Su Santidad, Eslovenia deseando que la confundan con Austria, Macedonia, inc¨®moda con que se le llene la casa de kosovares pero resignada a colaborar contra Milosevic, Albania totalmente adquirida por la Alianza, y hasta Montenegro deseando soltar amarras de la tan nueva pero ya tan gastada Yugoslavia, s¨®lo queda fuera una Serbia que no corre a guarecerse bajo las banderas del Occidente armado. En septiembre de 1991 el presidente de lo que todav¨ªa era Checoslovaquia, V¨¢clav Havel, anticip¨® alg¨²n interrogante, que se trata de resolver en este fin de siglo, diciendo que a la desaparici¨®n del "segundo mundo socialista" habr¨ªa que elegir entre la unificaci¨®n de Europa bajo la ¨¦gida del Primer Mundo, el Occidente liberal y de econom¨ªa de mercado, o la instalaci¨®n de una nueva bipolaridad entre Occidente y los "dejados de lado en la marcha hacia la libertad". Lo que no adivinaba Havel es que la unificaci¨®n se hiciera bajo las bombas y la limpieza ¨¦tnica. Esta Serbia encarna hoy la bipolaridad del pobre. Dadas todas esas condiciones: ausencia de patr¨®n en Mosc¨², aislamiento de Belgrado, personalidad especialmente aviesa del culpable a castigar, dominaci¨®n occidental casi completa de los Balcanes, es por fin posible desplegar sentimientos como los que albergaba William Ewart Gladstone, pero ahora con la capacidad de actuar dentro de ese esquema de unipolaridad incompleta. La injerencia humanitaria ha de ser, por ello, selectiva: a cada uno seg¨²n las necesidades de quien la dispensa; no, seg¨²n los m¨¦ritos intr¨ªnsecos de cada caso. ?Por qu¨¦, cu¨¢ndo, contra qui¨¦n, y qui¨¦n puede ser el siguiente? parecen hoy las preguntas que conviene formular a la hora en que Occidente decide hacer el bien con la pesada mano de su fuerza a¨¦rea. Por eso ser¨¢ tan importante determinar si la Alianza ha ganado tan absolutamente o no la guerra de Yugoslavia; porque de la calidad y naturaleza de esa victoria depender¨¢ que haya comenzado una nueva era en la historia del planeta
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.