Ni conspiraci¨®n ni benevolencia
Este mes se cumplen 10 a?os desde que se celebraron en Polonia las primeras elecciones parcialmente libres en un pa¨ªs comunista: un paso crucial en la andadura que comenz¨® con la aparici¨®n de Solidaridad en 1980 y concluy¨® con la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn y el derrumbamiento definitivo del sistema sovi¨¦tico. Aquellas elecciones polacas fueron el resultado de un compromiso forjado durante semanas de negociaciones en una "Mesa Redonda" entre los l¨ªderes del partido comunista y los representantes del sindicato Solidaridad. Sin embargo, parad¨®jicamente, las elecciones que finalmente dieron entrada al primer Gobierno no comunista no contaron inicialmente con el favor del equipo negociador de Solidaridad.
M¨¢s tarde, las negociaciones se convirtieron en objeto de un acalorado debate entre pol¨ªticos y analistas en Polonia. Dos mitos empezaron a destacar. El primero estaba relacionado con la benevolencia de los l¨ªderes comunistas que supuestamente hab¨ªan cedido su poder a la oposici¨®n en el momento en que la democracia se hizo posible. El segundo ten¨ªa que ver con una conspiraci¨®n entre los rojos y los rosas -los l¨ªderes comunistas y los izquierdistas "moderados" que representaban a Solidaridad en las conversaciones de la Mesa Redonda- que, supuestamente, salv¨® a los comunistas de la verg¨¹enza total y les permiti¨® reaparecer en escena como nuevo partido de la izquierda.
Ambos mitos no son m¨¢s que eso: mitos. Un compromiso -y, por supuesto, eso es lo que fue la Mesa Redonda-, normalmente, es el resultado de alguna debilidad por ambas partes. En 1989, los comunistas hab¨ªan conseguido hacer ilegal y contener a Solidaridad, pero no acabar con el sindicato. Una oleada de huelgas en mayo y agosto de 1988 le hizo saber al Politbur¨® polaco que la estrategia de represi¨®n que llevaba siguiendo desde la introducci¨®n de la ley marcial en 1981 era un fracaso. Solidaridad, aunque debilitado, demostr¨® ser un elemento permanente en la pol¨ªtica polaca. Para alcanzar la paz social, los comunistas ten¨ªan que hablar con Solidaridad.
Pero Solidaridad tambi¨¦n era d¨¦bil. Es cierto que ten¨ªa tremendos triunfos en la mano: amplia visibilidad internacional, extendido apoyo p¨²blico y un Papa polaco. Solidaridad pod¨ªa contar con la l¨®gica de las recientes reformas de Gorbachov en la vecina Uni¨®n Sovi¨¦tica, con la perenne ineficacia del sistema econ¨®mico comunista y con la reticencia del Gobierno, bajo el mando del general Jaruzelski, a volver al r¨¦gimen de la ley marcial.
A pesar de todo esto, Solidaridad era d¨¦bil y fing¨ªamos ser mucho m¨¢s fuertes de lo que sab¨ªamos que ¨¦ramos. De los millones que se afiliaron al sindicato en 1980, s¨®lo entre 10.000 y 20.000 militaban activamente en todo el pa¨ªs. Solidaridad necesitaba urgentemente volver a ser legal para sustituir una realidad institucional duradera por su perdurable existencia como mito nacional.
Al principio, los comunistas esperaban captar a algunos activistas de Solidaridad sin legalizar el movimiento. Propusieron hablar sobre un compromiso pol¨ªtico que incluir¨ªa a algunas personas nuevas en el Parlamento, siempre que los "radicales" verdaderos como Jacek Kuron o yo mismo se mantuvieran alejados. Pero para nosotros la legalizaci¨®n de Solidaridad y su derecho a elegir a sus propios representantes eran demandas no negociables, y Lech Walesa se mantuvo firme en este punto hasta que los comunistas cedieron.
Tras acalorados debates, est¨¢bamos dispuestos a pagar lo que consider¨¢bamos un precio muy alto por la legalizaci¨®n de Solidaridad como movimiento. Consideramos que nuestra participaci¨®n en las elecciones al Parlamento no era un triunfo, sino una legitimaci¨®n del r¨¦gimen. Los comunistas quer¨ªan un sistema pol¨ªtico que les permitiera seguir en el poder y que nosotros sirvi¨¦ramos de hoja de parra, y nosotros est¨¢bamos dispuestos a darles parte de lo que quer¨ªan a cambio de la oportunidad de que Solidaridad volviera a ser legal y de empezar un nuevo proceso de cambio legal.
Lo que nadie hab¨ªa previsto es que la aplastante derrota de los comunistas en las elecciones en todos los esca?os -salvo uno- por los que pudimos presentarnos hizo imposible que formaran un nuevo Gobierno, incluso aunque las mayor¨ªas num¨¦ricas estuvieran de su parte. Las elecciones que inicialmente hab¨ªamos visto como concesi¨®n pasaron a ser un instrumento clave de nuestra victoria.
Recuerdo bien la sesi¨®n inaugural de las conversaciones de la Mesa Redonda. Bronislaw Geremek me oblig¨® a ponerme traje y corbata. Avergonzado y furioso -mi atav¨ªo me convert¨ªa en el blanco de los comentarios jocosos de Walesa-, sub¨ª las escaleras del palacio donde se iban a celebrar las conversaciones. En lo alto de las escaleras se encontraba el general Kiszczak, el mismo hombre que, como ministro del Interior, me hab¨ªa tenido en prisi¨®n algo m¨¢s de dos a?os antes y contra el que hab¨ªa escrito una serie de art¨ªculos sacados clandestinamente desde la c¨¢rcel y publicados en Occidente, y en los que no med¨ª mis palabras para expresar lo que pensaba de ¨¦l. Intent¨¦ esconderme detr¨¢s de otras personas y evitar saludarle ante las c¨¢maras de televisi¨®n y la prensa. Pero se qued¨® ah¨ª, de pie, hasta que pas¨® la ¨²ltima persona y le dio la bienvenida a cada invitado. As¨ª que tuve que darle p¨²blicamente la mano al jefe de la polic¨ªa pol¨ªtica. Se comport¨® con mucha clase y desestim¨® f¨¢cilmente todos los insultos que le hab¨ªa brindado s¨®lo un momento antes.
Con todo, apreciaba la extra?eza de la posici¨®n en que me encontraba. Junto a m¨ª estaban mis amigos y camaradas durante mucho tiempo en la c¨¢rcel y en la clandestinidad de Solidaridad: Jacek Kuron, Zbigniew Bujak, Wladyslaw Frasyniuk... Era consciente de una transici¨®n hist¨®rica que no era capaz de definir muy bien. Pero una cosa s¨ª entend¨ªa: la oposici¨®n democr¨¢tica estaba cruzando el umbral de la legalidad. Pod¨ªa ver que la oportunidad hist¨®rica para mi pa¨ªs se estaba iniciando en un acto de compromiso.
Adam Michnik es director de Gazeta Wyborcza, el peri¨®dico creado inicialmente conforme a una de las disposiciones del Acuerdo de la Mesa Redonda para permitir a Solidaridad hacer campa?a en las primeras elecciones parcialmente libres de 1989. ? Project Syndicate, 1999.
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