Una nueva era para Marruecos
Cuando un jefe de Estado muere en Occidente, la gente se apena, los medios de comunicaci¨®n se ocupan del acontecimiento y luego se pasa a otra cosa. En el mundo ¨¢rabe, la emoci¨®n est¨¢ a flor de piel. La gente se siente directamente afectada y su duelo es el mismo que si hubiera muerto un miembro de su propia familia. Es lo que pasa en estos momentos en Marruecos. Una joven dec¨ªa llorando, ayer, en televisi¨®n: "Si me hubieran pedido que diera mi coraz¨®n para que nuestro rey viviera, lo hubiera dado". La emoci¨®n llega hasta el l¨ªmite. La gente est¨¢ triste, realmente afectada, pues es un miembro de su propia familia el que se acaba de ir. El difunto Hassan II estaba considerado el padre de la naci¨®n. Los marroqu¨ªes le situaban por encima de todo, le respetaban y le quer¨ªan. Y lo mismo sienten por toda la familia real. No es una relaci¨®n pol¨ªtica, es afectiva, humana, algo parecido al amor filial. Por eso es por lo que la sucesi¨®n ha tenido lugar en un ambiente de calma y serenidad. La frase "?el rey ha muerto, viva el rey!" se ha aplicado de modo totalmente natural. Como ocurri¨® en 1961, el joven pr¨ªncipe heredero ha subido al trono de sus antepasados y recibido de inmediato el juramento de fidelidad de las autoridades del Estado. Son gestos simb¨®licos, pero la monarqu¨ªa tiene necesidad de s¨ªmbolos, de ritual y de tradiciones. Se puede decir que, a pesar del dolor, el joven pr¨ªncipe ha sabido asumir la situaci¨®n muy deprisa. La muerte de un rey es con frecuencia una zarza ardiendo de interrogantes. Con su intervenci¨®n, ha sabido apagarla y, sobre todo, recordar que la vida contin¨²a.Con Mohamed VI comienza una nueva era en este pa¨ªs de tradiciones s¨®lidas. No habr¨¢ cambios espectaculares en el futuro inmediato. Ni cambios de Gobierno, ni nuevas orientaciones. El nuevo rey debe, en primer lugar, instalarse en su nuevo papel, descubrir las leyes no escritas del poder mon¨¢rquico, dar seguridad a su pueblo y a los que se cuestionan el futuro y la estabilidad del pa¨ªs. En su primer discurso, en el que anunci¨® la muerte de su padre, habl¨® de calma y serenidad. Este hombre, discreto y fino, ha sido preparado para la tarea por su padre. Es sabido que el difunto Hassan II se preocupaba por dar a sus hijos una educaci¨®n rigurosa, incluso severa, basada en el respeto a la cultura y religi¨®n de Marruecos, en el amor a la patria y tambi¨¦n en el esp¨ªritu de apertura a otras culturas y a otras religiones. La comunidad jud¨ªa ha vivido siempre en buenas relaciones con los otros marroqu¨ªes musulmanes. No hay por qu¨¦ inquietarse acerca del presente y del futuro de esta coexistencia.
No es f¨¢cil suceder a un soberano con un temperamento y personalidad tan fuertes como los de Hassan II. Pero lo mismo se dec¨ªa el d¨ªa en que el joven pr¨ªncipe heredero Moulay Hassan tuvo que suceder a su difunto padre Mohamed V. La situaci¨®n era m¨¢s dif¨ªcil en aquella ¨¦poca. Marruecos acababa de alcanzar la independencia. En 1958 hab¨ªa estallado una revuelta en el Rif. Hoy, Mohamed VI llega al poder en un Marruecos en el que ya no queda casi ninguno de esos puntos negros que han da?ado su imagen, especialmente en el ¨¢mbito de los derechos humanos y la democracia. Hassan II ha hecho lo que ning¨²n jefe de Estado ¨¢rabe: aceptar la alternancia pol¨ªtica y nombrar a un primer ministro socialista, notable hombre de la oposici¨®n, pero persona responsable. Esta democratizaci¨®n ha sido alabada por la prensa extranjera y deseada por los marroqu¨ªes. Tambi¨¦n se dice que el ex pr¨ªncipe heredero era muy favorable a ella. Los prisioneros pol¨ªticos han sido puestos en libertad y, cosa excepcional en el mundo ¨¢rabe, algunos de ellos han sido indemnizados. Hassan II velaba por el respeto a las tradiciones heredadas de sus antepasados. En ocasiones, esas tradiciones chocaban con cierta modernidad, es decir, con otra concepci¨®n de la vida y del mundo. Jam¨¢s hubo conflicto abierto entre tradici¨®n y modernidad, sino coexistencia. Un pie estaba s¨®lidamente puesto sobre el ritual de las costumbres (el makhzen), y el otro prudentemente puesto sobre el territorio moderno, ¨¦se en el que se reconoce al individuo, en el que el progreso t¨¦cnico est¨¢ al servicio del hombre, el del di¨¢logo y el intercambio. El makhzen designa los ritos y leyes no escritas que rigen la vida en el interior del palacio. Es un conjunto de tradiciones complejas que la monarqu¨ªa sigue al pie de la letra para perpetuar la memoria de los sultanes de la dinast¨ªa alau¨ª, cuya existencia data del siglo XVIII. Al Marruecos de hoy le gustar¨ªa ser una feliz s¨ªntesis de este encuentro entre el pasado y el presente. Es un sue?o, una utop¨ªa, que los marroqu¨ªes portan en s¨ª.
Hassan II supo preservar la cultura musulmana de Marruecos de todo exceso y fanatismo. Mantuvo con el islam relaciones fecundas, inteligentes, demostr¨® c¨®mo se puede ser un buen musulm¨¢n y moderno, c¨®mo se puede casar la autenticidad de las ra¨ªces ¨¢rabe-bereberes con la vida occidental en lo que ¨¦sta tiene de positivo. Se rode¨® de te¨®logos serios; de ulemas y de hombres cultos respetados en todo el mundo ¨¢rabe. Y con ello seg¨® la hierba bajo los pies de unos islamistas que pod¨ªan sentirse tentados por la aventura asesina de sus colegas de los pa¨ªses vecinos. No ha sido, como en Turqu¨ªa, la represi¨®n la que impidi¨® el desarrollo del integrismo en Marruecos. Ha sido sobre todo el islam, el estudio inteligente y mesurado del islam, la mejor barrera contra el integrismo. Dicho esto, los islamistas existen y son activos, especialmente en los campus universitarios y en las profesiones liberales. Intervienen ayudando a la gente con problemas en los hospitales, distribuyen medicamentos, organizan veladas religiosas, predican la moral y una cierta higiene ¨¦tica. Su n¨²mero no es despreciable, pero ninguno de los 23 movimientos que se llaman islamistas predica la violencia.
Es en este marco -unidad y estabilidad del pa¨ªs, democratizaci¨®n de las instituciones, s¨®lida identidad nacional- en el que Mohamed VI accede al poder. El nuevo rey hereda una cohabitaci¨®n entre monarqu¨ªa y socialismo, entre tradici¨®n y modernidad, junto a la apertura hacia Europa, hacia Occidente, hacia las nuevas ideas de progreso. Es un hombre atento y cultivado, un hombre que ha viajado y que durante largo tiempo ha sido preparado para lo que su padre denominaba "el oficio de rey".
Aunque no cambie nada en el ¨¢mbito de las instituciones ni en el del protocolo real, sabe que deber¨¢ cambiar algo en el de los h¨¢bitos del pa¨ªs: luchar contra la corrupci¨®n y alfabetizar al 40% de la poblaci¨®n, dejada de lado por el sistema educativo.
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