La pueblada de Ch¨¢vez
Venezuela, como se?ala un certero observador, ha pasado de la sart¨¦n al fuego. Ha entrado en una senda cuyas salidas previsibles son todas motivo de honda preocupaci¨®n. Vargas Llosa lo ha calificado de "suicidio de una naci¨®n". Ya se han elevado los primeros llamamientos por una parte de esa oposici¨®n que le sirvi¨® en bandeja el triunfo democr¨¢tico a Ch¨¢vez para que el Ej¨¦rcito (el que no sigue al antiguo golpista, es de suponer) intervenga. Como si la historia pasada no hubiera surtido ense?anzas, ni respecto a los sables, ni respecto a un Ch¨¢vez que amenaza con una "pueblada" -bella, aunque estremecedora palabra- si no consigue lo que quiere. Evidentemente, ya es tarde para lamentar la quiebra de una clase pol¨ªtica y dirigente incapaz de sacar el pa¨ªs adelante y que ha favorecido la aparici¨®n de un Hugo Ch¨¢vez mientras pon¨ªa sus dineros a buen recaudo fuera de Venezuela, anticipando el resultado electoral. Extra?a forma de patriotismo, que explica a¨²n que el antiguo golpista haya logrado una victoria que no sorprendi¨® a los evasores de capitales. Pues Venezuela es parte de esa regi¨®n que registra las mayores desigualdades sociales en el mundo. La atenci¨®n insuficiente a esa desigualdad, a la corrupci¨®n e incluso al elemento racial -no por nada el "mestizaje" es una de sus banderas que crecientemente se enarbolan m¨¢s en Am¨¦rica Latina y que Ch¨¢vez ha hecho naturalmente suya- explican el fen¨®meno Ch¨¢vez una vez m¨¢s. La gente est¨¢ detr¨¢s de ¨¦l. Eso es el populismo. Pero en buena parte est¨¢ re?ido con la democracia, que reposa no s¨®lo esencialmente sobre los votos, sino tambi¨¦n sobre el respeto de las reglas del juego, que Ch¨¢vez est¨¢ haciendo saltar una tras otra. No se trata ya de un leg¨ªtimo Congreso que ha quedado deslegitimado por dos elecciones sucesivas, y especialmente por la de la Asamblea Constituyente dominada por los chavistas, sino que resulta m¨¢s significativo que haya forzado la dimisi¨®n de la presidenta del Tribunal Supremo. Veremos qu¨¦ concepto de la separaci¨®n de poderes tiene Ch¨¢vez. De momento parece que ninguna. Ninguna divisi¨®n se entiende.
Pero Hugo Ch¨¢vez no se va a jugar su futuro en la gesti¨®n de las instituciones, sino en c¨®mo responda al problema social, con una econom¨ªa en grave recesi¨®n, la inversi¨®n extranjera paralizada y pocas perspectivas, salvo una: el petr¨®leo. De momento le ha salvado la subida de los precios del petr¨®leo, que ¨¦l mismo ha contribuido a pactar en el seno de una OPEP que Caracas quiere revigorizar, aunque ya no pueda recuperar el peso de anta?o, pues la Organizaci¨®n de Pa¨ªses Exportadores de Petr¨®leo representa bastante menos de la mitad de la producci¨®n mundial. Pero el control de Petr¨®leos de Venezuela era esencial para una estrategia que cuenta ya en barriles lo que puede aportar de suplemento a sus programas sociales. Sin embargo, este man¨¢ reci¨¦n revitalizado puede no ser duradero (depende en buena parte de la recuperaci¨®n asi¨¢tica) y puede incurrir en los mismos errores de gesti¨®n del pasado. ?Qu¨¦ pasar¨¢ si -cuando- Ch¨¢vez no puede cumplir sus promesas sociales? Se entrar¨ªa entonces en la fase m¨¢s delicada.
Lo de Ch¨¢vez no ocurre en el vac¨ªo, sino en un contexto preocupante en la zona y para EE UU. Colombia, preocupaci¨®n n¨²mero uno de EE UU en estos momentos, se est¨¢ yendo como Estado por el sumidero, mientras las guerrillas ganan terreno, lo que les puede llevar hasta Panam¨¢, un territorio que Estados Unidos abandonar¨¢ militarmente para el 30 de noviembre. La combinaci¨®n es endiablada, mientras Ch¨¢vez se muestra dispuesto a reunirse con las FARC colombianas, irritando profundamente al Gobierno de Pastrana, le niega el permiso de sobrevuelo del espacio a¨¦reo a aviones antidroga estadounidenses, y le planta cara a EEUU en otros terrenos regionales. Pero puede resultar a¨²n m¨¢s popular por ello. Y probablemente estemos en una de esas situaciones tr¨¢gicas en las que cabe considerar que todo ha de empeorar para poder despu¨¦s mejorar, para pasar del fuego a otra sart¨¦n. aortega@elpais.es
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